Escribo desde la rabia y la tristeza. Soy mujer madre cabeza de familia, joven, recién graduada de la universidad y desempleada, porque los horarios de cuidado de los niños son incompatibles con los horarios laborales. Soy la "mamá luchona", esa de la que todos se burlan en las redes, por mi cuerpo han pasado todas las angustias y las dudas existenciales, los problemas que en esta sociedad asquerosamente indiferente a las labores de cuidado enfrentamos quienes somos madres, más aún solteras.
Un año pasé intentando conseguir una citación en Bienestar Familiar para pedir que me ayuden a que el papá de mis hijos aporte una cuota de alimentos mayor. Llegó el día, alisté todos los papeles, recibos, soportes de gastos y llegué a sentarme frente a la señora, cuyo nombre nunca me dijo, ni su cargo, ni su profesión. Me recibió con un "¿qué quiere?". Empecé a explicarle mi situación, las dificultades para conseguir trabajo, la angustia, el tiempo, el sueldo del padre de mis hijos, su negativa a ayudar en lo básico, me calló con un "sea concreta señora, ¿cuánto quiere?". Le dije entonces la suma que había calculado sería la división exacta de los costos de manutención de mis hijos. Ella le preguntó al papá "¿puede aportar esa cuota?". Él, obviamente, dijo que no, que su condición laboral, que esto y aquello.
Pese a que él tiene empleo, sueldo fijo, gana el triple de lo que yo con los trabajos que logro hacer en el tiempo que me queda entre llevar a los chicos al colegio y recogerlos, todos argumentos que soporté con pruebas, la mujer, cuyo cargo no conozco, se empeñó en que yo comprendiera la situación de él —a quién le decía doctor, mientras a mí me decía señora o mamita—. Me dijo una y otra vez que ella hace todo por sus hijos, que las mujeres debemos sacrificarnos, que cuando los vea profesionales, como ella ve a sus hijos, me voy a sentir satisfecha de haberme quitado el pan de la boca. Me repetía una y otra vez "mamita, usted puede", "suba esa autoestima, trabaje consiga un trabajo por las noches, usted es capaz", "no se preocupe está joven, tiene toda la vida por delante".
Yo no pude hacer más que deshacerme en lágrimas, mientras sentía que me enfrentaba a una cara más de la violencia que nos toca a las mujeres. Miraba con claridad la misoginia de la funcionaria, el desprecio que sentía por mí cuando le insistía en las responsabilidades del padre. Cuando insinué que los niños vayan a vivir con su papá y yo aportaba la miseria que él aporta, me preguntó si era que yo estaba tan mal de la cabeza, me dijo que yo veía todo lo negativo, que 380.000 pesos por dos niños no es una miseria, que agradezca que aporta algo. Finalmente, cuando yo le dije que había leído sobre los procedimientos y las normas, sobre lo que yo podía exigir, me dijo: "pues si usted sabe tanto, entonces vaya a decirle a un juez todo lo que ha investigado y yo cierro esta diligencia".
Y así fue, cerró la conciliación, dio por terminado el encuentro que me tomó un año conseguir. Salí de la oficina llorando de rabia y de impotencia y en la sala de espera había una decena de mujeres esperando a encontrarse con esa funcionaria, mujeres que seguramente a diferencia de mí (profesional en ciencias sociales) tendrán menos argumentos, menos claridad sobre sus derechos, menos herramientas para hablar, menos posibilidades de trabajar.
Debo mencionar que ya había pasado por dos procesos parecidos en ICBF, en ambos había sentido algo parecido de parte de otras funcionarias, (que chateaban mientras yo hablaba, se levantaban, salían, se reían, entraban, hablaban con otras funcionarias de casos terribles de violencia intrafamiliar delante mío), pero esta última hizo evidente algo que yo intuía: un machismo encarnado.
Escribo para interpelar a ICBF, si es que se puede establecer un diálogo con una institución, para pedirle a su directora, a quién esté al mando, que se pase por los pasillos, que le eche una ojeada al comportamiento de su personal, que gaste unos pesitos en talleres de enfoque de género, que se ocupe de enseñarles a sus funcionarias (así en femenino, porque es una institución repleta de mujeres) cositas básicas para que ayuden a conciliar y no se ocupen de excusar al varón y poner a la mujer, una vez mas, contra la pared.