“José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a la mujer. «Estos cabrones son capaces de disparar», murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.
-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta”.
Fragmento Cien años de soledad
La exclusión sin duda es la base nodal de la violación sistemática de la dignidad humana en Colombia. El hecho atroz del pasado 5 de octubre contra los campesinos cultivadores de coca en zona rural de Tumaco, es una muestra del espanto al que están sometidos los pobres y periféricos hombres y mujeres de este país que morirán con la única tierra que poseen; la que queda atrapada en sus uñas.
No debe ser un secreto la intención de sabotaje directa que la ultraderecha colombiana ha perpetrado a los acuerdos de paz de la Habana aunado a la pasmosa y malintencionada lentitud que el gobierno le ha imprimido a los acuerdos pactados; uno de ellos el no cumplimiento de la erradicación gradual de los cultivos de coca, el excesivo uso de la fuerza policial, el reagrupamiento de fuerzas paramilitares a zonas específicas del país y la persecución siniestra a líderes sociales que no cesa, hacen parte del panorama desesperanzador al que nos vemos sometidos quienes durante años luchamos por una salida política al conflicto social y armado y que luego de firmado se desvanece en el aire.
Parece que somos los muertos de la estación de los que hablaba José Arcadio Segundo no queremos repetir la historia de Guadalupe Salcedo y su emboscada policial, a quien el gobierno indultó para luego asesinar en una fría noche capitalina. La traición propia de la arrogancia de la burguesía de este país no deja de enseñarnos que la confianza es una piedra preciosa que sus promesas no cimientan; sin embargo, muchos excluidos e indignados nos quitamos el fango de las manos, la sangre de los ojos y volvemos a poner sobre la mesa, las pocas monedas que quedan para apostarle a un proyecto de paz incluyente y digno.
Un día como hoy recordamos la primera vez que al pueblo americano le cambiaron oro por espejos, libertad por miedo, perros asesinos por agua pura, tierra por espanto. Pese al terror, un 12 de octubre debe ser el himno de la resistencia de un pueblo entero, ha de ser el grito esperanzador de los que ya no tenemos esperanza a la reconciliación, pero también tenemos la terquedad de no ceder, ha de servirnos para no dejar de construir hombres sin cadenas y mujeres sin reservas.
La jornada nacional de indignación tiene dibujado nuestro nombre, nos llena de humanidad, y nos une por la exigencia justa de una paz que trascienda la hipocresía de un Estado traidor.