En días pasados vimos cómo las víctimas del conflicto armado en Colombia se negaban a perdonar a sus victimarios: unos manifestando al papa que no habían podido perdonar las atrocidades y asesinatos contra sus familiares y otros declararando que perdonar no es una obligación para las víctimas.
Según Diana Gómez, hija de Jaime Enrique Gómez, el asesor de Piedad Córdoba que fue desaparecido el 21 marzo de 2006 en el Parque Nacional en Bogotá y que sigue en la impunidad, “El perdón es un acto individual de las víctimas y que no es requisito para conseguir la paz”. Esto, como lo señaló Colombia 2020, en la edición de El Espectador del 10 de septiembre, este planteamiento va en contracorriente contra el discurso del papa Francisco y de la Iglesia Católica que hablan de perdón para lograr la reconciliación.
El perdón no se puede imponer, ni puede obligarse. No se puede ejercer presión psicológica sobre las personas que han sido afectadas por la guerra. Nadie puede ser obligado a perdonar a sus perpetradores si no quiere hacerlo y “no perdonar” es un derecho fundamental, aunque no esté del todo consagrado en la constitución.
En otras culturas el perdón es opcional y depende de la gravedad de la falta cometida. En la cultura Occidental influida por las religiones judeocristianas el perdón es obligatorio.
¿De dónde salió el perdón como cura milagrosa para la enfermedad de la violencia? El perdón lo inventó la cultura de la culpa, que surgió como método para superar la antigua cultura de la venganza y la retaliación del "ojo por ojo y diente por diente" o Ley del Talión. Si bien como lo dijo Silo, (Mario Luis Rodríguez Cobos, 1938-2012) pensador argentino y fundador del Movimiento Humanista Universalista, la humanidad dio un paso adelante, el perdón es un paso más avanzado al de la venganza, pero no lo es tanto como al de la verdadera reconciliación que significa la no violencia activa y la coexistencia pacífica.
Según León Moraria, periodista venezolano de la lucha social: “El perdón como el bién y el mal, son conceptos teológicos inventados por las religiones para alimentar sus creencias” y el odio disfrazado de oraciones sigue siendo odio.
Si bien el ejercicio del perdón puede traer algún alivio del resentimiento, reducción de sentimientos de culpa y angustia, represión y adormecimiento para algunos ingenuos creyentes, la verdad es que no cura y hasta puede ser contraproducente. El perdón puede ser “divino”, celestial, pero la gente necesita otras formas de curación del rencor y resentimiento. Esto es quererse y protegerse. “Ni olvido ni perdón” como decía Silo, los colombianos tenemos el derecho a no perdonar dignamente, a salir dignamente del círculo del resentimiento, a una recuperación sin obligación a perdonar, a la no violencia activa, a una verdadera curación del sufrimiento.
Según Cristina Pérez, abogada, presentadora de televisión: “Para eliminar el rencor no es necesario perdonar, porque hay situaciones graves donde el perdón no sería recomendable, pero deberíamos igualmente tratar de quitar el rencor, para quedar nosotros en paz, para que dentro de uno quede todo resuelto de una manera sana”.
Se requiere un gran salto de la humanidad, un cambio de era, un cambio de pararadigma y de mentalidad, porque modelo de la cultura del perdón y la culpa, sirvió en su época, pero ya no está sirviendo en pleno siglo XXI. Los colombianos necesitamos nuevas curas para el sufrimiento, nuevos movimientos y partidos políticos humanistas, que acepten al ser humano como es, al sufrimiento como es y no lo obliguen a ejercicios utópicos y contraproducentes.