Colombia, para su desgracia, frecuentemente ha sido un referente internacional en la producción de cultivos ilícitos. Más allá del impacto polítco y económico, se ha creado un ideario imaginario de narcocultura que ha permeado nuestra imagen como nación.
Sin duda alguna, el siglo XX colombiano fue uno de los períodos de gran agitación, donde la violencia política —tanto en las ciudades como en la perifria— jugó un papel preponderante en los procesos de la genealogía de nuestra sociedad. Sin embargo, a finales de este período, el narcotráfico tocó a la puerta y el cataclismo de la narcocultura impregnó en el ideario global —nauseabundo y falaz, sin duda alguna— de catalogar a nuestro país como "el mayor productor de droga del hemisferio".
Los protagonistas de esta trágica novela son sin duda alguna los grupos al margen de la ley. En un principio, las guerrillas colombianas empezaron con el funesto negocio para financiar su "proyecto revolucionario que traería la justicia social al país". Con ello aparecieron muchas otras actividades como la extorsión, el robo de ganado y otras reprochables acciones "políticas" como las masacres, las tomas a veredas y la funesta práctica de la tortura. Por otro lado, personalidades, que son consideradas como "ilustres referentes" como Pablo Escobar, los hermanos Ochoa, Gonzalo Rodríguez y sus cómplices pertenecientes a las élites colombianas, que gobernaron nuestro país con presuntas financiaciones directas de esta práctica. Por último, el auge del paramilitarismo, otro foco de violencia desmedida, que encontró en el narcotráfico el medio para financiar el proyecto "contrainsurgencia que devolvería la paz y la democracia".
¿Qué tan efectiva ha sido la lucha contra este flagelo a través del tiempo? Brevemente, se podría enunciar en un primer momento la firma del Plan Colombia, que más que el inicio de la cooperación internacional con Estados Unidos resultó ser insuficiente para erradicar de manera total el "mar del coca" en el que se encontraba el territorio. Seguidamente, Álvaro Uribe, con su deseo de continuar con la lucha, con su programa de Seguridad Democrática, falló, parcialmente, en su plan de "erradicar del mapa" a la guerrilla y así mismo, los cultivos de coca y marihuana.
Ahora, nuevos generadores de violencia como las BACRIM (las cuales son una mutación del fenómeno paramilitar y guerrillero), el ELN —agente silencioso que seguramente anda por estas mismas riendas— y las disidencias del grupo ilegal de las FARC mueven "cielo y tierra" para mantener vivo el negocio. Lo ocurrido en Tumaco no es un caso aíslado. Responde, primero, a la presencia de las organizaciones delicitvas anteriormente mencionadas en gran parte del territorio nacional, sobre todo en puntos estratégicos y viejas rutas; segundo, a la resistencia de los "cocaleros" —ya organizados en asociaciones—que solicitan desde largo tiempo una alternativa a esta actividad que lo único que genera es tanto peligro para sus vidas y para la de todas sus familias.
Glifosato o no glifosato, erradicación forzada o voluntaria, Colombia tiene una alta deuda para con su proyecto y con ello la erradicación del ideario narcocultural que absurdamente nos han imputado.