Contra Paraguay dimos papaya y nos hicieron jugo gratis

Contra Paraguay dimos papaya y nos hicieron jugo gratis

"Pitazo final y nadie salía de su asombro, pues creían que el que perdió nunca se sintió local y que todo era una broma del destino"

Por: Víctor Manuel Cachay
octubre 10, 2017
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Contra Paraguay dimos papaya y nos hicieron jugo gratis

El antes, durante y después del partido

El cielo nuboso parecía presagiar la efímera, momentánea y alquilada algarabía. Por casualidades del destino todo jugó en contra de nosotros y a ello sumado la cada vez más lejana alegría deportiva que hoy nos da la Selección Colombia con todos sus ingredientes.

Barranquilla, tres de la tarde y ante un sol austero cientos de hinchas comenzaban la previa a un duelo donde no solo se jugaban tres puntos, sino además donde el pasabordo a Rusia debía ser sellado y nosotros teníamos vuelo en clase ejecutiva a falta de solo una fecha para el termino de las clasificatorias que suponíamos sería de mero trámite.

Con la excesiva puesta en escena de las televisoras y medios escritos no tuve mejor reparo que inmiscuirme en ese mar de camisetas amarrillas y cual infiltrado empecé a teclear mentalmente olores, sabores y todo el compendio de conversaciones sobre el resultado final. Para mi sorpresa la mayoría daba por descontaba una sinuosa y un exagerado vallenato de goles; donde el tener un tridente ofensivo (opresivo con el balón), nos garantizaban no solo el triunfo sino un espectáculo mayúsculo de alegría currambera.

Del amor se vive, pero de la pasión puede uno hasta morirse

Conversando con el afamado e ilustre “Cole”, extrovertido personaje vestido de atuendos multicolores, avizoré que la alegría yacía en cada asistente, vendedor, revendedor y que el coloso Metropolitano ardía en ansias, en alineaciones y en un desenlace que no tenía otra pinta – más– que la de gozar en la Arenosa.

“Yo sigo a la Selección desde las eliminatorias de Italia 90 y ya la gente me conoce más que al presidente. Mi personaje es un cóndor que vuela alto como el sueño de millones de colombianos y estoy seguro que hoy clasificamos con goles de Radamel Falcao”, rezaba el también mensajero.

Poco sé de rolos, santandereanos, paisas o bumangueses; sin embargo, la cantidad de cachacos que acudieron al estadio situado en la Murillo denotaban que ni el calor, ni la caminata entre ofertantes de camisetas, agua, gorros, pinta rostros, entradas falsas o de dudosa procedencia emergían de entre los rincones podían con las ganas de alentar a la tricolor.

“Venimos desde Medallo y no nos importó coger bus y hacer un viaje tan largo para ver clasificar a nuestra selección. Hoy ganamos tres a cero pues a los paraguas los tenemos de a hijos y desde ya estamos analizando como ir hasta Rusia para acompañar a nuestra selección”, relataba en voz alta un paisa cuyo sombrero lo protegía del esquivo sol.

La hora avanzaba y el tiempo que separaba el sueño de la realidad daba pasos agigantados como los realizados por Ernesto Moncada, un joven venezolano, de apenas diecisiete abriles y cuyo cuerpo tambaleaba para no dejar caer las botellas con agua y gaseosa que a gritos ofrecía por dos mil pesos y con los que de a pocos le garantizaría que su madre podría traer a sus hermanos menores y así poder huir de la desgracia humanitaria que viven en el país llanero.

Ya instalado frente a un televisor (lástima que no fuera el mío para ponerle en modo mudo), el narrador y sus desacertados acompañantes ofrecían todo tipo de recetas para ganarle a la “garra” charrúa, pero lo que jamás pronosticaron era la debacle tricolor y que sus comentarios caían en saco roto ante una inexpresiva audiencia que eligieron como mejor compañero a las frías y cada vez más escasas cervezas.

Minuto a minuto o segundo a segundo los goles perdidos por los nacionales eran vistos con enojos y reproche por los ilusionados y cada vez más sufridos hinchas, quienes como si fueran parte del equipo titular diagramaban jugadas, conceptualizaban llegadas y pateaban el esférico entre pantallazos y repeticiones.

Preocupación y desconcierto fue lo que dejaron los primeros 45 minutos y sobre todo porque los rivales no solo atacaban en bloque sino que desnudaban las falencias del equipo y tenían entre los últimos escollos a David Ospina, portero suplente del suplente y sobre el que se ceñía una frase tan conocida entre los amantes del fútbol nuestro: "Tú tranquilo… papa, que lo que tenemos es arquero".

Inverosímil aseveración hecha por el relator y en cuya frase se juntaban todas las expectativas de 50 millones de colombianos. A más de una hora de juego y ante la incredulidad de millones de televidentes vimos cómo la paleta de cambio correspondía para Juan Manuel Cuadrado y con ellos los silbidos, pifias y hasta madrazos empezaron a resonar en el estadero donde me tocó digerir el encuentro.

Goles son amores

Con el ingreso de Yimmi Chará y ya con la tercera fría sobre mi cabeza yo también me contagié del bullicio y la algarabía por ver al mejor jugador del torneo local ingresar al campo y realizar – tal vez – la mejor secuencia de complicidad que acabó con la corrida de Falcao y con un toque sutil y preciso encendió al país y nos hizo olvidar por un momento a los Musa Besaile, a las FARC, al sinfín de candidatos, y a toda esa gavilla de impresentables que mantenemos y que de seguro rezaban para que gane la Selección con la finalidad de que sus casos pasen por agua tibia.

Me abracé con san anónimo y le di besos a la mujer de otro. No me importó disculparme minutos después, pero la alegría y hasta sorpresa de ver la “gordita” entrar en arco charrúa generó en mí una especie de aura primaveral, sin presagiar que minutos después y en 300 segundos todo lo gozaba podía irse por el arroyo de la 30 y que al bajar su cauce solo quedarían restos con los que trataremos de organizar un equipo de fútbol.

Cinco minutos donde Colombia no supo liquidar sino además se dejó voltear el pastel y donde en la puerta del avión un agente nos pidió pasar por la sala de reconciliación (donde llevan a los pasajeros sospechosos) para solicitarnos que dejemos el pasaporte, la visa y hasta la bolsa de viaje porque nuestro vuelo fue aplazado por la huelga de pilotos de Avianca.

Dos fallas de Ospina e innumerables errores de la defensa y cuerpo técnico nos devolvieron a una realidad que jamás quisimos ver y que hoy tratamos de disimular aduciendo que una noche mala la tiene cualquiera, pero lo que no te dicen los inteligentes comentaristas es que para ir al mundial debemos ganar en el imperio Inca y si no pudimos con Venezuela y Paraguay qué nos garantiza que podremos doblegar a los liderados por Paolo Guerrero.

Pitazo final y nadie salía de su asombro, pues creían que el que perdió nunca se sintió local y que todo era una broma del destino. Sin embargo, con el pasar de los minutos y tras saber los demás resultados, lo que era una incidencia acabó por sepultar la credibilidad en James Rodríguez, del todo pesado Edwin Cardona y compañía.

Qué nos queda, dije entre conversación y claro ocultando mi camiseta roja y blanca; siendo la única respuesta en coro recibida. “Pues ganar en Lima donde nunca perdemos”, enfatizó uno de los que minutos antes me abrazaba.

Camino a casa y al pasar nuevamente por el estadio Metropolitano llamó mi atención revendedores con boletas en mano, personas caminando a voces pausadas y cuyo semblante preocupa, pues la obligación era ganar y no se dio. Todo jugó en contra de Colombia y ahora la plaza se complica a pocas horas del crucial encuentro con Perú. En tanto la redacción de este escrito aún esconde su duda y preocupación por quien se quedará sin asistir a la cita deportiva más importante del mundo y es que de perder Colombia será uno entre una docena de familiares que vibre con el mundial y si se diera el caso que fuera Perú quien quede por fuera tocará alentar siempre de manera cabizbaja.

Llegó a casa y me preocupa el silencio atípico en los barranquilleros… dimos papaya y nos hicieron jugo gratis.

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