Cine de América Latina en Biarritz, entre fatalidad y esperanza

Cine de América Latina en Biarritz, entre fatalidad y esperanza

Este festival es un termómetro para medir el tiempo político, económico, social y cultural de nuestros países

Por: MH ESCALANTE
octubre 12, 2017
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Cine de América Latina en Biarritz, entre fatalidad y esperanza

Mientras que a Biarritz la cubrían los rayos de sol de los primeros días del otoño,  los que vinimos a ella para ver el cine del 26° Festival Biarritz América Latina quedamos cubiertos con un manto de pesimismo y hasta de absurdidad.

La humanidad dice avanzar, el hombre de hoy cree gozar de mayor confort cotidiano, pero la exclusión social  en América Latina sigue creciendo como crece la violencia. América Latina parece intoxicada con ella: en la calle, en la casa, política, social, rural o urbana es como esa violencia hubiera terminado por convertirse en una nueva forma de pornografía.

La exclusión es el drama de millones de personas en todos los países de América Latina aunque el Fondo Monetario Internacional  y el Banco Mundial  ya no los reconozca como países del Tercer Mundo sino como Países en vías de desarrollo.

El cineasta colombiano Luis Ospina, que participó en Biarritz junto a Ciro Guerra, Víctor Gaviria y Oscar Ruiz Navia en una mesa redonda sobre el cine de Colombia y su efecto generacional, decía que el cine no debería servir como una ventana hacia el mundo sino hacia sí mismo.

Dos largometrajes  premiados este año en el Festival de Biarritz dan cuenta de eso. La Familia de Gustavo Rondón Córdova, que se llevó el “Abrazo” al mejor largometraje  y La Soledad de Jorge Thielen  Armand, premio del Sindicato Francés de la Crítica, son ejercicios de introspección para observar la absurdidad del mundo que los rodea.

En Todo comenzó por el fin, el último documental de Ospina que fue presentado en el “Focus” sobre Colombia en el año “France-Colombie” (un dispositivo diplomático para promover la cultura entre los dos países), se trata de la confrontación que tuvo el realizador caleño con la muerte  Luis Ospina fue operado en el 2013 por problemas graves de salud en el momento en que iba a comenzar el rodaje de su documental.

De esa experiencia Ospina nos deja 208 minutos de imágenes de archivos fílmicos en su mayoría inéditos y testimonios, que permiten pensar en el inexorable fin del hombre pero también en 50 años de cine en Colombia marcado por el ciclo de la violencia.

En esta cita con el cine de América Latina en Biarritz, un termómetro para medir el tiempo político, económico, social y cultural que está haciendo en nuestros países, se trata de avanzar reflexiones: ¿estamos construyendo sociedades más equitativas a la par de nuestros avances tecnológicos o al contrario se acrecienta  la desigualdad entre ciudadanos de una misma nación? ¿Argentina, Brasil, Colombia o Venezuela avanzan, retroceden o se estancan? ¿Se puede hablar de democracias consolidadas o estas son solamente estructuras huecas formadas con palabras?

De ahí que el cine de Argentina vaya y venga a la eterna recesión económica en ese país, que el documental de Brasil se concentre en el golpe de estado institucional que se le dio una presidenta elegida democráticamente o que el cine de Venezuela muestre un país que se descompone en medio de un derroche de mentiras y de acusaciones recíprocas.

Para comprender con documentales o ficciones el drama de Venezuela por ejemplo,  las imágenes que fueron captadas en febrero de 1989 pueden servir para recordar los tiempos en que los habitantes de las invasiones de los cerros de Caracas bajaron a las calles de la capital para protestar contra el gobierno del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Esa revuelta popular pasó a la historia como “El Caracazo”.

Viene bien evocar esa revuelta pues son historias que se repiten y que pueden leerse a través de nuevas historias,  como las de los personajes de La Soledad y La familia,  las dos películas venezolanas que fueron premiadas.

Pero ya no se no trata de caer en la exaltación de la miseria, el cine busca mostrar una ecuación simple: vastos territorios de América Latina en manos de pocos dueños. De ahí los desplazamientos de poblaciones y la desertificación de zonas rurales y sus consecuencias,  amontonamientos infrahumanos en torno de ciudades receptoras.

“Las ciudades latinoamericanas se convirtieron en estructuras  monstruosas” dice Luis Ospina, que ha visto a Cali, donde transcurrió su infancia y su adolescencia en los años 70, pasar de la ciudad de todos los sueños de una juventud que intentaba cambiar el mundo y que lo estaba logrando, a la ciudad que es ahora, inmensa, injusta, impregnada una parte de ella por la  mentalidad mafiosa que le dejaron tres décadas de todos los abusos.

Esa desesperanza urbana la refleja La Soledad en una trama conflictiva en la que un joven padre de familia busca romper su destino de pobreza y  de violencia con lo único que posee, su voluntad.

Aquí se representa el sub-empleo, el desclasamiento social,  el peso negativo del color de la piel en nuestros países. El fin en La Soledad con José dejándose mecer por las olas del mar mientras que en la orilla lo esperan las decisiones, nos transmite la sensación de un futuro incierto para Venezuela.

En cuanto a La familia de Gustavo Rondón Córdova que se llevó el “Abrazo” a la mejor película de Festival de Biarritz, nos recuerda que los tugurios de las grandes ciudades de América Latina han terminado por instalarse en el paisaje urbano como si fueran espacios obvios y naturales que hasta se tildan de pintorescos. En realidad las favelas, las invasiones, los tugurios, los bidonvilles  que surgen como paisajes bucólico en el horizonte  de nuestras grandes capitales son la mejor expresión de la inequidad en América Latina.

El cine de Colombia en Biarritz

En cuanto al cine de Colombia presentado en Biarritz se puede hablar de una génesis con el trabajo de Luis Ospina y el  “Grupo de Cali” al lado de Andrés Caicedo y Carlos Mayolo. Vendrán generaciones completas de cineastas lo cual ha permitido que se llegue ahora a trabajos de excelencia como el de Ciro Guerra en El abrazo de la serpiente. Si antes el cine era por decirlo así, de consumo doméstico,  hoy se puede hablar de cine colombiano visto y conocido en el mundo entero. La próxima cita de Ciro Guerra y su público será en una ciudad de Siberia.

Cuando Víctor  Gaviria —que pertenece a la generación que se posiciona entre la de Luis Ospina y de Ciro Guerra, la que abarca los años 90— presentaba  su última película La mujer del animal confesaba no poder resistir a su interés por seguir trabajando el tema de los bajos mundos de Medellín. Gaviria cree que la construcción de la paz en Colombia pasa por la revelación de la violencia en personalidades complejas.

Lo hace en La mujer del animal, en la que se  trata de abordar la personalidad de un psicópata que si bien, puede ser una víctima del sistema que lo engendró (desplazamiento, desarraigo, ausencia de referentes familiares), es un hombre que pudo haber escogido un camino distinto al de la crueldad y la barbarie.

En su cuarto largometraje Víctor Gaviria nos enfrenta  en especial a la recurrencia del lenguaje de la violencia en la cultura popular colombiana o latinoamericana.

“El Animal”, apelativo inapropiado pues ninguna especie animal alcanza el grado de salvajismo de este personaje, no conoce una forma de relación distinta a la del insulto, el maltrato  y la humillación de su víctima, en este caso una joven de 18 años  en estado de debilidad y dependencia que se ve obligada a vivir en las Comunas de Medellín en los años 70.

“Libardo”, el animal,  tiene un nombre propio. Realmente existió y este caso de violencia intrafamiliar que se desarrolla en un medio delincuencial en el cine de Víctor Gaviria nos revive a generaciones enteras de colombianos atrapados en la violencia pecaminosa de las palabras: “vea mamacita, yo a usted la mato infeliz, ¿me entiende?” Este lenguaje nació en los campos de las masacres y  luego se propagó por todo el país para quedarse.

El Festival de Biarritz es poder abarcar por medio del cine lo que pasa en Colombia, Venezuela, Chile. Este sigue en su ejercicio de memoria entre víctimas, torturadores y cómplices de la dictadura (Mariana de Marcela Said). O en Argentina, que sigue explorando sus contradicciones políticas, económicas y sociales (El candidato de Daniel Hendler  y Una especie de familia de Diego Lerman) con temas que abordan la corrupción política  o la dificultad de la adopción en un país que se resiste a legalizar el aborto.

Cuba se perpetua en sus historias de revoluciones fallidas, desilusiones y exilios (Últimos días en La Habana de Fernando Pérez)  que son temas que gustan de manera particular al público francés.

El cine de Colombia continúa en su afán por explicar los orígenes de los males que azotan a ese país. Ni largometrajes, cortometrajes ni documentales escapan a las temáticas relacionadas con la violencia y sus secuelas, pero con la esperanza de que se halle por fin una salida, como en el documental de Natalia Orozco, El silencio de los fusiles.  Sin embargo,  todo cine colombiano nos hace comprender que salir de la guerra le implicará a Colombia un esfuerzo de construcción de la paz de por lo menos dos o tres generaciones.

Ante la complejidad de la tarea racionalicemos como Ciro Guerra en la mesa redonda de Biarritz:  “Colombia vive en un sistema que la oprime pero yo no vivo en el país de los burócratas.  Mi país es el cine. Yo vivo en el país de los indígenas, los campesinos,  la herencia ancestral”.

Palmarés del 26° Festival Biarritz  Amérique Latine, cinéma y culture

Largometrajes :

Abrazo a la mejor película: La familia de Gustavo Rondón Córdova, Venezuela

Premio del jurado: Mariana de Marcela Said, Chile

Premio del público: Últimos días en La Habana de Fernando Pérez, Cuba

Mención especial: As boas maneiras de Juliana Rojas y Marco Dutra, Brasil

Premio del Sindicato Francés de la Crítica: La Soledad de Jorge Thielen Armand, Venezuela

Corto metrajes

Premio del mejor cortometraje: Centauro de Nicolás  Suárez, Argentina

Mención especial: Damiana” de Andrés Ramírez Pulido, Colombia

Documentales

Premio al mejor documental: Cine Sao Paolo de Ricardo Matersen y Felipe Tomazelli, Brasil

Mención especial  y premio del público: Chavela Vargas de Catherine Gund y Daresha Kyi, México, Estados Unidos

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