Uno de los que dijo Uribe es hijo del exconcejal de Medellín Jaime Hernando Jaramillo, conservadores y ramistas de tradición, familia oriunda de Abejorral, oriente antioqueña, tierra camandulera y conservadora por vocación. Es el contexto en el que se presenta el actual concejal de Medellín Santiago Jaramillo Botero, a quien hoy sus compañeros de Concejo admiten tener miedo por sus constantes salidas en falso, algunas veces violentas, otras veces incoherentes, pero en todas ellas, con una incomprensible paranoia y sobreactuado performance. La ha emprendido contra todo el mundo, principalmente contra el también concejal Bernardo Alejandro Guerra, a quien burlonamente llama Bernie y acusa al tiempo de “maltratador de mujeres” sin prueba alguna hasta hoy.
Pero sus otros compañeros y personajes de Medellín y Antioquia también han sido tocados por su impertinencia y su aparente bipolaridad. Constantemente fustiga al alcalde de Medlelín, que aunque no esté de acuerdo en lo personal con él, hay que reconocer que ser alcalde de Medellín de por sí tiene su dignidad. También atacó a Luis Pérez a quien llamó el “tuerto de las ideas” a pesar que se “sentía orgulloso de ser su amigo”, y así sucesivamente, en diatribas extensas y con total ausencia de lógica y coherencia argumentativa. El concejal Jaramillo Botero es miembro del Centro Democrático, que llegó gracias al otrora mandamás de la godarria antioqueña, Fabio Valencia Cossio, el papá de Santiago Valencia, representante uribista y hermano de Guillermo Velancia Cossio, quien purgara condena por nexos con narcos y paramilitares. Defiende a capa y espada a Luis Alfredo Ramos y afirma que su curul se llama “Yo creo en Ramos”.
Lo llamativo, aunque diría yo que peligroso, es que al escuchar los dizque discursos del corporado Santiago Jaramillo, deja la impresión de escuchar a alguien poseído por los rezagos del alcohol o de los narcóticos, pasa de la calma a la euforia en cuestión de segundos, sube el tono de la risa y la amabilidad al insulto desaforado. En sus discursos, las vulgaridades van y vienen, el irrespeto está a la orden del día y al final, en el aire no queda más que un eco de pataleta de niño malcriado e inmaduro. Muecas van y vienen. Se le ha visto en transmisiones de las sesiones cómo provoca a sus compañeros, con gestos soeces, tal vez pensando que en el escándalo y en la confrontación están los votos y el respaldo popular, sin entender que el debate público es no solo sano sino además necesario. Sin embargo, este hay que hacerlo con altura y con dignidad, pero sobre todo con respeto por el adversario o contradictor.
Queda entonces para hacer la reflexión de qué le puede esperar a Colombia cuando son estos los hombres y mujeres que Álvaro Uribe piensa que van a “salvar y recuperar la patria del castrochavismo y el comunismo”. ¿Acaso son estas las personas que hacen que Colombia pueda ser mejor cuando el jefe natural del Centro Democrático dice que el país va en picada al fondo y que peor no podemos estar? ¿Acaso será el discurso de Santiago Jaramillo Botero el salvador del pueblo colombiano o el de la diputada de la U Angela Hernández de Santander, abiertamente uribista y ordoñista (como si hubiese una combinación peor), quien afirmó esta misma semana que el deporte colombiano recibía demasiados recursos y que nuestros deportistas deberían entrenar con vídeos de youtube? La preocupación enorme es que la democracia colombiana, en combinación con la ignorancia de un pueblo enajenada por redes sociales y medios de desinformación y altamente irascibles, permitirá que más personajes como estos dos, así como Marias Fernanda Cabal o Palomas Valencia, sean elegidas nuevamente porque “son los que dice Uribe”. Bueno, las “ventajas de la democracia” que nos diferencia de Venezuela.