No se puede entender un Estado moderno, que goce de intachable democracia, sin partidos políticos claramente constituidos, ya que estos son entendidos como el vínculo entre el ciudadano y el gobierno, entre los padres ideológicos y sus grandes familias de simpatizantes. Incluso, hasta en democracias no liberales, los partidos juegan un papel protagónico, como el caso del partido comunista en China. Sin embargo, en Colombia esta realidad está pasando por su peor momento. Los partidos políticos han asfixiado a sus simpatizantes, al punto que la desconfianza se ha generalizado en toda la esfera pública. Parece que sin o con intención, los partidos políticos no tendrán mayor protagonismo en el 2018. Votantes huérfanos que se dejan convencer por el manipulador e individualista caudillismo.
Para entender esto, es importante saber que el origen de los partidos se remonta al parlamento inglés, con la unión de representantes que tenían una misma ideología y estructuras o maquinarias políticas de gran influencia. El caso es que este crucial matrimonio, en Colombia, se ha divorciado. Razones: ¿corrupción? ¿partidos sin ideologías? ¿maquinarías más administrativas que políticas? Pueden ser muchas más las explicaciones al fenómeno, pero lo importante es lo que esto puede significar para un país próximo al sufragio electoral.
El hecho es que los partidos que cuentan con una significativa maquinaria política, hoy carecen de representantes que pueden liderar una candidatura electoral de confianza para un ciudadano que busca un vínculo certero con su esfera pública que lo interpela. Nos encontramos con un votante, que llegará al 2018, perdido, sin una casa política donde se sienta a gusto, con candidatos que se representan a sí mismos, como hijos pródigos que prometen ser mejores que sus padres, que aquellos que los han parido en el escenario político, ¿a quién creerles? ¿será esto lo indicado?
Para la muestra un botón, hasta el que considera llevar la bandera conservatismo, Ordóñez, considera que su partido no lo representa. ¿Será sólo una estrategia para librarse de la corrupción que ha entrado por la puerta principal de su casa? o ¿solo la falta de representatividad de la cual hacen alarde? Sin embargo, por influencia de partidos políticos, se han cometido las peores masacres en nuestro país, incluso, se han engendrado movimientos guerrilleros que por causas nobles influyeron en el actuar de sus simpatizantes, llevándolos al extremo de condenar su existencia.
Si esta desconfiguración partidista se da en tiempos de paz, podríamos hacernos otro interrogante, ¿será que el posconflicto colombiano está demandando el fin de un elemento que se ha considerado, en los últimos siglos, como estructural para la consolidación de las democracias liberales? Lo grave del asunto no es poner fin a los partidos políticos, lo grave es saber qué se empieza a incubar ante su ausencia: la egolatría, el caudillismo exacerbado, el desprecio del uno por el otro. No nos une una forma de visionar nuestra polis, sino el carisma o la banalidad de un personaje, que hoy puede existir, pero mañana es efímero.
Aunque, ahora, tengamos preocupación de este fenómeno, esto siempre se hace evidente cuando estamos en contienda electoral, la personalidad del candidato adquiere mayor relevancia que su partido, donde este último como organización pasa a segundo término, según el estudio de algunos analistas. La mercadotecnia política ha posicionado individuos, no pensamientos ni ideologías sanas que constituyan la democracia. El caudillismo ha desvalijado a las instituciones que sí perduran en el tiempo y que deben responder a las necesidades de sus simpatizantes.
Esto también se puede explicar porque los partidos y sus representantes están preocupados por gobernar y no por fortalecer instituciones que jueguen un papel crucial en la democracia, sirviendo de contrapeso al gobierno de turno. Una desideologización, donde los partidos se hacen cada vez más pragmáticos y moderados. Han perdido el atractivo político y la legitimidad de que gozaban en épocas anteriores. Los ciudadanos ya no se sienten representados, y están reclamando nuevas formas de participación, quizás más directa, como referéndums, plebiscitos, consulta popular, y por supuesto, las candidaturas independientes dentro del ámbito electoral.
Un punto grave es que el candidato al no ser elegido, desaparece, entonces, ¿a quiénes representa esa colectividad que se apasionó por una esperanza alterna en tiempo de campaña? Necesitamos partidos políticos fortalecidos, robustos, que no sean de uno, sino de todos. Que no existan por la transitoriedad del momento, ni que se constituyan para repartir mermeladas, sino para generar una inclusión que perdure en el modelo real de democracia.
¿Qué nos queda? Que los partidos políticos colombianos se reinventen, donde los candidatos para el 2018 comiencen a hacer una apuesta por la institucionalidad, no por sí mismos. Los colombianos no necesitamos mesías, necesitamos claras posturas a favor de la democracia, para que se vea fortalecida por colectividades que nos representen. Candidatos como Fajardo tal vez lo han entendido, ya que con o sin ganar las elecciones presidenciales, su mayor apuesta está en constituir una fuerza política alternativa, Compromiso Ciudadano, que vuelva a dar oxígeno a ese vínculo inagotable que debe existir entre los hijos y su padre, entre el gobierno y sus ciudadanos.