Todos cuando pequeños recibimos alguna definición de paz y convivencia, desde tan temprana edad, es muy fácil repetir el pequeño libreto que los padres de familia y los profesores nos siembran en el intelecto, como si fuera semilla en medio del desierto.
La cosa se va poniendo gris cuando a medida que uno va creciendo, empieza a darse cuenta de que las cosas no son de color rosa y los mensajes de navidad pronto son olvidados en el amanecer del fresco mes de enero.
Ya en la adultez, el ser humano se encuentra con una serie de conflictos. Desde la familia se viven momentos caóticos y a muchas personas les toca recoger el corazón en pedazos, afrontar divorcios y perdidas importantes que marcan a los niños y niñas de este país y los programa para vivir con una meta permanente: evitar la violencia intrafamiliar. No es una tarea fácil, en el año 2016 se presentó la medio bobadita de 44.796 casos, estamos hablando de los que se han documentado, se sabe de antemano que mucha gente no denuncia.
Saliendo del hogar encontramos la junta de acción comunal y otros movimientos sociales, que muy a pesar del objetivo altruista de sus organizaciones hay que tenerles en cuenta que no es fácil liderar los destinos del barrio y una simple pavimentación o un día deportivo deja heridas y huellas de maltrato entre los unos y los otros. Todo esto muestra un mapa colombiano lleno de fracturas, odios, rencores, divisiones radicales, apenas en las primeras células de la organización de nuestra sociedad.
Pero lo mas complicado es tener que vivir en la realidad de un país donde todos somos expertos en muchos temas. Colombia es la república del especialista en todología: hablamos mucho de política, reflexionamos sobre ética y moral, tejemos discusiones sobre el futuro económico y en cada esquina es fácil encontrar una aguda conversación sobre los problemas de la paz de los colombianos. Este análisis se hace con guantes de seda, colocando responsables en otras esferas sin pisar callos cercanos, pero sin hacer un análisis critico de su responsabilidad en la problemática del país.
Lo cierto del caso es que los culpables de la descomposición del país somos todos. La semilla del odio crece fuerte y robusta en el calor de nuestro hogar, en cada ingreso a una empresa en mis clases de seguridad vial es muy fácil escuchar comentarios sectarios y racistas de los empleados en contra de minorías sociales o de sus mismos compañeros. El matoneo o acoso laboral en las empresas de todo el territorio nacional representa uno de los problemas más graves que deben atacar las personas expertas en crear ambientes laborales.
En cualquier día del año, usted puede salir a la calle de su ciudad y en una conversación desprevenida escuchará al conductor de taxi hablar mal de los motociclistas y los conductores de buseta. Si en ese mismo momento usted atraviesa la calle y se encuentra con un motociclista, él con su casco en la mano y una bolsa de plástico gruesa donde carga el impermeable le confesará que todos los conductores los agreden y que los errores de los conductores de servicio particular en la vía significan en muchas ocasiones la muerte.Los motociclistas significan el 46 % de las personas fallecidas en el año 2016, cuya cifra según la Agencia Nacional de seguridad vial fue de más de 6.800 víctimas en el año.
La situación de los siniestros viales es tan violenta y tan descarnada que según los datos de la ANSV mueren 9 motociclistas diariamente. Sí, seres humanos que tienen familias, hijos que sacar adelante, sueños, pasiones, amores y todo un universo de sentimientos con su círculo social. Cuando muere una persona en un siniestro vial se le abre la puerta a la pobreza y un joven no puede ir a la universidad.
Después de ver cómo mueren los colombianos en las vías publicas por hechos de tránsito, no se por qué son muertos de segunda categoría, sin homenajes, sin políticos dando discursos, sin movilizaciones, ni banderas, o sea, doblemente victimizados. Todo porque en vida el estado solo tiene un discurso de medidas de control y reglas que de incumplirlas les obligarán a pagar una multa y después de muertos solo son una cifra. No se han diseñado las ciudades felices donde los ciudadanos tengan un muy buen servicio público, que haga innecesaria la motocicleta o el vehículo particular. La infraestructura vial en la mayoría de las ciudades es ineficiente y se convierte en una trampa mortal, donde uno dice: ¿cómo es posible que solo hubo seis mil víctimas y no doce mil?
En este orden de ideas, el país se acostumbró a izar las banderas de las ideologías que le siembran los partidos políticos y otros tantos agitadores, pero realmente no lucha contra la violencia vial y la primera tarea que tenemos para cerrar la puerta a la siniestralidad y la violencia vial es dejar los odios entre los actores de la vía.
Tenemos que respetar al ciclista, al motociclista y al peatón, porque son los más vulnerables en la movilidad. Actuar sin precaución es una agresión a nuestra misma integridad y a la de nuestra familia. Si no construimos la convivencia pacífica en las relaciones de la movilidad, ¿qué podemos esperar de los otros sectores sociales?