La barbarie es el estado más parecido a la humanidad. Desde los primeros erguimientos en unas rudas sabanas africanas, hasta los viajes espaciales que nos remontan al universo solitario de nuestros sueños; el hombre persiste e insiste en aniquilarse.
Pareciera que acabarse en su humanidad, prolongara su continuidad en la carcasa de gravedad donde habitamos suspendidos en una sopa cósmica como partícula en descomposición.
Nunca hemos sido puros. Somos una sociedad de impuros. A la fuerza de creernos puros, hemos defendido una serie de consignas que han reafirmado la barbarie con la efigie de la civilización. Cuando dimos el primer paso para huir del calor y el desierto africano, ya sabíamos que la travesía nos haría distintos. Dejamos la pureza de la inocencia para revolcarnos en el caldo genético de la humanidad.
A eso le damos gracias, desde la pantalla de un computador (ordenador) ensamblado en cualquier maquila en algún lugar del planeta y que llega por virtud de la globalización, a ponernos frente a frente como cromañones y neandertales la primera vez de su fugaz encuentro.
Lo distinto ahora, es que la pureza que defendemos desde la impureza no redimida, la llamamos -entre otras voces- cultura original, saberes locales, conocimiento autónomo, saberes ancestrales y patrimonio inmaterial.
Todo lo puro que mantenemos resulta de una impureza incomunicada por largo tiempo. Así fue y quizá seguirá siendo, a pesar de tanta conectividad digital avasallante.
Los “memes” que circulan por las redes sociales dan buena cuenta de ello: es una cultura impura (o pseudocultura) dentro de la globalización que defiende desde la crítica, la chanza, el humor descarnado y la procacidad en el lenguaje; su sitio respetable o no de comunicación que transgrede las convenciones que la misma cultura de la pureza impura ha querido imponer.
Frente al choque de la globalización invocamos nuestras purezas o lo que aparentemente queda de ellas en nosotros. Orgullosos las defendemos frente a cualquier intención foránea o extraña de contaminación y de impurezas que provengan de más allá.
Un ejemplo simple en la geografía musical de Colombia: al ancestral aire musical del vallenato (tocado con un instrumento europeo) le oponemos visceralmente la injerencia contaminada e impura de la “nueva ola” y otras hierbas… a la salsa y demás ritmos del Caribe original la pretendemos potabilizar de cualquier pizca de reguetón burdo y maloliente. A nuestra Gaita o Chuana virginal la incomunicamos en una burbuja antialienante y libre de patógenos degradante. A la champeta criolla, producida en equipos de sonidos chinos y japoneses, la exorcizamos contra los demonios insurgentes del mestizaje y a la música del Pacífico dominada desde el piano de la selva, la llevamos monte adentro para protegerla. Pero noten ustedes, que a los ritmos andinos y llaneros –por fuera del circuito comercial bárbaro del sistema- muy poco les interesa a los experimentadores de la impureza o a los traficantes de la alegría vendida como fusiones musicales. Mientras otros experimentos musicales que transgreden esos límites geográficos y que se declaran abiertamente impuros, logran un posicionamiento forzado y comercial en medio de las mercancías expuestas sobre el planeta.
El único ejemplo de la música como vehículo para mediar entre lo puro e impuro basta por ahora.
Lo cierto en -forma relativa- es que frente al embate de lo contaminante y difuminado de la cultura global, los productos puros enloquecen.
Es una tarea inmediata y extenuante, mantenerse a salvo en medio de una isla de pureza cuando las corrientes por las que se puede navegar en el mar de la cultura global es un piélago impuro.
¿Será la mejor solución, convencernos de lo impuro que somos,
para defendernos de los puristas
que nos acechan con sus discursos delirantes?
¿Será la mejor solución, convencernos de lo impuro que somos, para defendernos de los puristas que nos acechan con sus discursos delirantes?
Puros o impuros todos, estamos tratando de consolidar una comunidad cultural que responda al final de los tiempos por el paso ligero que dimos en el instante borgiano que nos corresponda. Defenderse con la ofensiva de lo propio y original – a pesar de los caldos cósmicos- es la consigna valedera en estos tiempos para apocalípticos.
Coda La frase que da título a la columna es tomada del poema “To Elsie” de William Carlos Williams (1883-1963) (The pure products of America go crazy) y va a manera de respuesta a la pregunta de mi amiga y pariente Lourdes Rojas Salcedo… poema que a su vez sirve de introducción a James Clifford en su clásico texto “Dilemas de la Cultura. Antropología, literatura y arte en la perspectiva posmoderna” (Gedisa, 1995), libro que mi hija Ana María me reveló desde su curiosidad de próxima antropóloga.