Aquí tienen una de esas imágenes que pueden desempeñar diversas funciones según las necesidades de cada momento. Podríamos ilustrar con ella una noticia sobre un hipotético paro de conductores de Transmilenio, una crónica sobre el transporte urbano en Bogotá o un reportaje sobre los robos en el sistema masivo. Una imagen comodín, para entendernos, pues liga con un cúmulo de alternativas. ¿Será entonces que se convierte en una fotografía insustancial, insignificante, sin alma? No, para nada.
Piensen por un instante que se encuentran en una clase de química y se asoman al microscopio para examinar una bacteria, y lo primero que ven al fondo del tubo es su propio rostro. Seguramente esa acción les cambiaría la vida, incluso aunque se alejen con violencia del aparato, la bacteria se encontrara en su lugar y ustedes en el suyo, lo observado abajo y el observador arriba, etcétera. Okay, ¡Respira! Ya todo se encuentra en orden, ya pasó el susto. Con esta imagen puede suceder algo parecido: que en vez de ver a los otros se vea uno a sí mismo.
Qué estoy haciendo ahí, te preguntas con la respiración entrecortada y temblando de forma descontrolada. Deberías haber visto un bacilo y resulta que te ves a ti mismo. Y si no a ti, a tu madre, a tu padre, a tu hermana, porque en esa imagen parece que estamos todos. Estamos todos y en forma de “film” pues las ventanillas del bus de Transmilenio evocan los fotogramas de un filme, aunque también los visores de un jardín pequeño. La vida de los insectos, podríamos decir, la vida nuestra.
Te encuentras leyendo las noticias de siempre, manteniendo sin esfuerzo alguno el rol de observador, cuando de repente, ¡ZAS!, te conviertes en lo observado. Es un instante, okay, pero un instante que te puede lastimar hasta lo más profundo del alma…