Tenemos un muerto que vive y convive con nosotros. Un muerto que pasó los 7 días, meses y años. Está ahí, tenemos el féretro al frente, recordándonos día a día que nos duele. Aunque ahora no exista en el mundo físico, está presente en nuestra mente y por eso se mantiene.
Es el mismo dolor que nos deja un ser querido que realmente falleció, ó el que se marchó y no está presente. Es un duelo sin muerto. Es una respuesta emocional manifestada en sentimientos de culpa y de dolor por lo que hice, pude hacer ó debí haber hecho. Porque permití que esto me pasara ó le pasara a alguien.
No es el muerto convencional, es un cadáver que apesta, que hiede e inunda el entorno y necesitan sepultura. Amarga los momentos dulces, empaña la alegría y derrumba todo asomo de proyecto con su nefasto recuerdo. Es una idea falsa que se instala en la mente.
Se manifiesta en comportamientos erráticos que no solo deterioran nuestras relaciones sociales sino las más importantes, nuestras relaciones con nosotros mismos. Entonces ¿por qué no desaparece? Precisamente porque de alguna manera lo estamos manteniendo vivo. Lo mantenemos presente, porque lo evocamos antes de acostarnos, antes de levantarnos. A la mañana siguiente, el primer pensamiento es para el. Precisamente ese es el alimento que lo mantiene y nosotros se lo suministramos.
Decimos, ese muerto no descansa en paz. No, ese muerto no deja estar en paz. Por eso hay que darle sepultura, dejarlo ir. Cortarle todo suministro de alimento. Cuando llegue a nuestra mente ese pensamiento desagradable, no hay que entrar en combate, es aceptarlo. En su lugar, instalar pensamientos alentadores y esperanzadores. Puede hacerse una nota, romperla, hacerla cenizas y desecharla. Este ejercicio simbólico, es catalizador. Permite desaparecer ese muerto con su féretro. Debe ir acompañada del perdón hacia sí mismos y hacia los demás. Es responder a este interrogante. ¿Qué debo hacer ante esta falta que cometí y que no me deja en paz?
PUES PERDONARSE.
Adiós culpa y dolor. Q.E.P.D