Pareciera que la visita del Santo Padre en Colombia estuviese haciendo lo suyo, pues aunque son miles de casos de corrupción los que suceden a diario en una país donde la gente muere en las puertas de los hospitales por no ser atendida gracias a que las EPS no cuentan con recursos para hacerlo entre otros detallitos, el “milagro” se está haciendo. Al menos así lo ven miles de colombianos al presenciar cómo los grandes también caen. La captura y reseña del hombre quien tenía entre sus funciones juzgar al presidente de la República en caso de ser necesario, investigar y condenar a senadores y congresistas, y hasta juzgar al fiscal General de la Nación será una página de la historia de lo que pareciera ser Colombia hoy: una patria boba.
Para algunos candidatos presidenciales este pareciera ser su mejor momento, pues su discurso por décadas vuelve a tomar fuerza. El no más, somos la diferencia, acabaremos con la corrupción, somos diferentes entre otros, termina una vez más siendo el fortín de quienes buscan votos, de los que quieren llegar a ese privilegiado puesto, ese donde pareciera que rompe cualquier escrúpulo, alma, deseo del bien, o sencillamente; le hace olvidar que es un humano, que vive, que en teoría es igual al otro, solo en “teoría”.
Si bien es cierto la captura de quien debe proteger, juzgar al más grande salvaguardando al más pequeño o a millones de estos, resulta ser una vez más un total hecho desalentador para los colombianos que aun pensamos que hacer una política diferente no debe ser tan difícil, no debe ser tan de sueños, no debe ser un imposible.
La captura del exmagistrado Ricaurte como una de las cabezas de una banda de criminales que tomaban decisiones de acuerdo a sus intereses resulta ser aberrante. El mismo hombre que tenía como fin impartir justicia hoy está en la cárcel, lugar donde deberían estar muchos.
¿Que seguirá?
