Universidad de Antioquia, el paraíso perdido

Universidad de Antioquia, el paraíso perdido

"Me gusta detenerme en las esquinas de los cajones vacíos que un arquitecto hizo en el paraíso perdido de la U de A"

Por: Juan Esteban Trujillo Marín
septiembre 14, 2017
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Universidad de Antioquia, el paraíso perdido

He caminado desiertos de agua, que la lluvia ha dejado sobre los edificios de Medellín. He visto su aire gris, ese mismo que reconocía ya, de antes, pero que por motivos que solo la costumbre entiende, ya había olvidado. Me he topado de frente con sus carros y motos, con sus habitantes desesperados, he sangrado con el sudor que producen sus fábricas. Sus hijos, sus ángeles y sus demonios. He entablado conversación con alguien en el tren y eso ha sido todo, nada, otro muerto en vida. Y a pesar de todo lo que mi mente envuelve, sigues siendo mi mayor recuerdo. Absurdo paréntesis cotidiano. No sé hasta dónde sea posible que el destino nos evalúe y nos abrace en su tránsito atroz, y nos mantenga así, hasta donde le sea posible; ojalá que uno si esté cubierto por una capa distinta del espíritu, en donde ya ningún dolor valga la pena, donde todas las formas y fórmulas se pierden, se diluyen y se unen, todo es uno y uno es todo. He tenido el presentimiento de los desahuciados y me he reído, de la libertad del ciego, del reloj del pescador. Me gusta detenerme en las esquinas de los cajones vacíos que un arquitecto hizo en el paraíso perdido de la U de A. He perseguido y proseguido su revolución, he visto las grandes pancartas que asimilan a una sola persona: Gonzalo Arango. Una mujer de ojos azules y cabello azul, busca insectos en el los árboles, pájaros azules la rodean y posiblemente busca una oruga azulada. Ya es libre, ama. Grupos de personas reunidos haciendo arte, también acariciando ideas, como descostrándose con su gato. Siempre hay música de fondo. Alaban incluso el pensamiento de un estudiante en uno de los edificios, eso dice que se puede pensar libremente.

Me gusta la atmósfera inquietante de sus laberintos, y la atmósfera rayada, de sus ubicaciones atroces, por ejemplo, la cafetería. Un lugar absorbido por la mayoría de gente que está ocupada en el otro, es decir, en sí mismo, en un espejo ajeno al suyo pero en el que se coloca todo el contenido del nuestro, almas ocupada dejándose llevar por conversaciones incómodas. No soy nadie y vos tampoco, creo. Eso es todo lo que dicen. Pero podemos decidir cómo hacer todas nuestras decisiones, por tonta que suene la conjetura, y hacer de ese submundo un lugar más agradable, por lo menos, agradable  tranquilo. Ah, y ya me acordé de lo que quería escribir, acerca de la fuente que parece un monumento a los dioses clásicos, yo la miraba de arriba abajo, y había gente que pasaba con la rapidez de la rutina y nos mirábamos ambos extrañados, él y yo y ella, por su asombro y yo, ella y él por mi oportunidad . Yo seguía atento ante cuánta proporción de agua caía sobre los cuerpos desnudos del monumento metalizado; refrescaba más o menos, desde su centro metálico de 20*20, el 70%, y llegaba hasta el exterior del espectro del agua, que como provenía de una fuente, parecía un fantasma que recorre o recorría todos los pasillos, no sé si todavía existe o fue una de mis ilusiones, dejando un hálito de frío. No sé si los pasillos puedan soportar tantos destinos juntos, jugando al olvido pero desarrollando la teoría del sistema del mundo: una crónica absurda, en donde la crítica no entiende nada. Deberían pintarlos todos de negro.

Estoy cansado. Es una ciudad. Es un paraíso y me siento perdido. Me amontoné con otra gente en uno de los cajones  enormes que giran en torno al bosquecillo, en donde la chica azul cazaba hormigas o yo qué sé, y encontré alguna que otra persona que me ayudó a ubicarme, me pregunté lo visible que debe ser un primiparo. Puesteros que venden manillas, comida, arte, nada. Al acercarse uno a la biblioteca, se entera de que nadie es nada y que solo un par de ojos existen, para cada cual unos ojos distintos. Me detengo, me muevo, como una estrella oscurecida y perdida en los espirales de la enajenación. He olvidado cómo funciona el universo y me he puesto a dormir, como un niño recién nacido, que no ha nacido en llanto, que duerme sobre la yerba, y el bosque lo proteje.  Ya empiezan a trabajar la pintura, se están viendo, se están atreviendo a ver en el espejo de sus almas.

 

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