Soy de esos fanáticos del papa Francisco. Me parece que su labor ha sido monumental en cuanto a un viraje semántico de la Iglesia Católica. Los pelos se me erizaron cuando, en la nunciatura, los cinco niños del Idipron le contaron la labor del padre Javier de Nicoló. Recorriendo el Pacífico me di cuenta del valor de las diócesis de Tumaco y Quibdó. Me emocioné cuando entrevisté a José María, el vicario de Arauca, cuando me contaba la labor del nuevo beato colombiano, Monseñor Jaramillo. Se merecen respeto.
Por eso ayer me sorprendí cuando vi los el cielo reventarse con fuegos artificiales. Desde la ventana se veían los círculos rojos y verdes. Estaban encima del Simón Bolívar. No me lo creí. ¿De verdad habían despedido al papa con semejante show? La última vez que vi eso fue en el cierre del Festival de Verano hace un mes.
Ya no es la incongruencia de despedir al papa que defiende al medio ambiente con la contaminación de la pólvora. Que ojo, tiene mucho valor, pues esa diversión estético tiene tres problemas ambientales: la liberación del perclorato de sodio que es un agente oxidante utilizado en la propulsión del cohete; los metales pesados que quedan en el aire después de la parte explosiva y son los encargados de proporcionar el color; y la generación de aerosoles sólidos que se liberan en la explosión. Pero bueno, digamos que la alegría visual es más importante que el cuidado del medio ambiente.
Lo realmente vergonzoso para mí, como parte del pueblo colombiano del cual hablará el papa cuando se vaya, es que seamos capaces de terminar una misa con semejante rumba. No solo lanzamos fuegos artificiales, sino que cantaron Fanny Lu, Choquibtown y Manuel Medrano.
Primero, la pirotecnia en Colombia se asocia a la ostentación. Mi primer recuerdo de los fuegos artificiales es cuando tenía 8 años y mi tío nos invitaba a tirar cohetes el 31 de diciembre. Siempre estaba borracho y era un modelo poco espiritual. La segunda vez que lo escuché fue con mi vecino narco en Cali: cuando coronaban, a las 3 de la mañana, quemaba pólvora durante una hora. Sin estar en el Simón Bolívar, me imagino la escena: un millón trescientas mil personas terminando de ver al papa, con la adrenalina a tope, liberan toda esa endorfina con los estallidos. Ahora si quedaban listos para disfrutar del concierto, el que más o menos había teloneado el papa. Mejor dicho, faltó que después hubiera salido Poncho Zuleta a cantar Tierra Paramilitar solo porque a la gente le gusta.
Lo segundo, y realmente preocupante, es que demuestra que el papa nos importa por ser el papa, no por su valor espiritual. Después de una eucaristía, uno de los máximos rituales emocionales para conectarse con Dios, cabe de todo pero no una fiesta. La verdad Francisco es de las personas que vale más la pena escuchar. Su mensaje es profundo, irreverente y de ninguna manera es para bajar y asimilar con "tu no eres para mi"... Por favor, respetemos al papa, y dejemos de celebrar su misa, histórica, como si fuera una vil fiesta de pueblo.
Concierto de Fanny Lu en ahora en el Parque Simón Bolívar. Fuegos artificiales a las 9:10 se verán desde lejos pic.twitter.com/fi4GveuYFd
— Enrique Peñalosa (@EnriquePenalosa) 8 de diciembre de 2016