Los precandidatos que tercerizan la recolección de firmas para postularse a la primera magistratura del gobierno nacional, pervierten esta opción ciudadana de participación. Esto, además de su alto costo que desequilibra la correlación de fuerzas, se torna en una derrota estratégica de este instrumento de la democracia.
Es pertinente que esta práctica se regule, se reglamente mejor o sea interpretado en su constitucionalidad por las altas cortes. En un sistema democrático de calidad, debería primar la máxima de un ciudadano, un voto; luego, una firma, un ciudadano, una postulación. O por lo menos que en esta mecánica de recolección de firmas, también haya topes electorales.
Asimismo, es clave que a través de dispositivos internos en estas iniciativas, de manera directa y voluntaria, se recopilen el número de rúbricas necesarias para respaldar un determinado programa y estatuto fundacional que posibilite conformar un movimiento político que, después bajo procedimientos propios, escoja a su candidato.
Es así que se le podría poner fin a esta maña de subcontratar mercenarios de las planillas, para comprar firmas como si fueran votos; lo que al final de cuentas, con esta parodia, también confundiría al elector, en su decisión individual y secreta, de ejercer, posteriormente, su derecho al voto, por el candidato o candidata de sus preferencias.
Que 26 precandidatos, algunos con opción y otros echándose un volado, estén recolectando firmas para aspirar a la presidencia, refleja una gran desconfianza en los partidos políticos como enlace entre la ciudadanía y el Estado o como defensores de los derechos y garantías de las mayorías. También, se une esto a la táctica de campaña permanente, que permite a quienes hacen uso de esta formalidad, iniciar su carrera presidencial, picando en punta con las firmas, quizás, para alcanzar un mayor reconocimiento y recordación a la hora de que el ciudadano de a pie deposite su voto.
Mucho se ha hablado de cómo los partidos tradicionales, y los que nacieron a través de las reformas inducidas por la Constitución de 1991, se han ido cerrando a la libre expresión de otras fuerzas que irrumpen por la indignación, el descontento ciudadano, la búsqueda de alternativas, la desmovilización de organizaciones insurgentes, o, entre otros asuntos, por las tácticas de élites excluyentes, sectas dogmáticas, o de la poca intención de la gente y de algunos dirigentes sociales y políticos de afiliarse a organizaciones políticas que huelen tan a podrido, que nadie osa arrimarse a la candela, o que han defraudado tanto a la ciudadanía que ya encarnan propuestas y soluciones aplazadas. Esto parece una nueva versión del tristemente célebre frente nacional
Hay candidatos que necesitan participar a través de la recolección de firmas en la carrera presidencial, por carecer de un partido que los avale. Hay otros que solo pretenden lavar la imagen de sus cuestionadas organizaciones políticas; y hay algunos que nadie entiende sus aspiraciones. En ese sentido, es importante que en una reforma electoral también se reafirme que el régimen de inhabilidades para servidores públicos, sea el mismo para la doble militancia, de manera que el eventual candidato deba renunciar a su originario partido un tiempo prudencial antes de iniciar la conformación de un grupo significativo de ciudadanos.
Lo que sí parece real, en esta dimensión desconocida de la "nueva democracia sin partidos" del siglo XXI en nuestro país, en el espacio de las reformas políticas que devendrían, sería que en esta ocasión, la mayoría de los que se postulan por firmas, pensarían en participar, y ganar, en una especie de primarias en eventuales consultas supra e interpartidistas que posibiliten escoger un candidato de coalición, con un programa común, en el que converjan las diversas fuerzas políticas de cara a la primera vuelta, y con la estrategia de vencer a la ultraderecha que anhela hacer trizas el proceso de paz; o simplemente, para evitar que esta franja se enfrente entre sí, en un paradójico yo con yo, en la segunda vuelta. Algunos candidatos también estarían con los ojos puestos en la siguiente elección regional o haciendo fila para un cargo de alta dirección y manejo en el próximo gabinete.
Los partidos son instituciones democráticas que últimamente han recibido certeros ataques, fruto del comportamiento de algunos de los militantes de sus huestes. Sin caer en la tesis de la manzana podrida y de las constantes depuraciones que ocurren en el seno de este tipo de organizaciones, es clave que los partidos políticos se fortalezcan. Su vocación de permanencia, debe generar garantías y confianza a sus electores.
En la actualidad, no sería así, por lo que desde distintas miradas, emergen en el escenario político, nuevas fuerzas, algunas bajo propósitos particulares y otras con proyectos colectivos. En una sana democracia, y con calidad, es importante que cuenten con espacio político estas nuevas organizaciones. No es solo fírmeme ahí, es también que la conformación de grupos significativos de ciudadanos que postulen candidatos, sean un ejercicio de pluralismo, inclusión y debate público.