Después de un largo trasegar de cinco años en medio de un mar embravecido por los vientos huracanados de la reacción política, el Congreso fundacional de las Farc dio origen a su partido político.
Noticia especial para los demócratas de Colombia, de América latina, y del mundo, que ahora ven más claro el porvenir de una democracia avanzada, moderna y humanista. Porque fueron muchos años de guerra que consumieron las mejores energías del país. Desde la independencia de España, pasando por las guerras civiles del siglo 19 y del siglo 20, ahora podemos decir que hay esperanza de que las nuevas generaciones puedan vivir en un país amable y solidario.
Y lo digo convencido de que la transformación de las Farc en partido político va desplegar una potencia transformadora hacia una democracia avanzada, que no es otra cosa que la revolución democrática que está necesitando este país. Basta mirar la crisis moral, política, económica y social, para entender que el nuevo partido aterriza en unas condiciones favorables para su accionar político.
Claro que no todo es color de rosa. La hipocresía de los falsos “demócratas” que en un principio viajaban a La Habana a tomarse una foto con los negociadores de las Farc, ahora brillaron por su ausencia en el Congreso de las Farc, aduciendo compromisos ineludibles que en el fondo eran la excusa para tapar el miedo que le tienen a la caverna de la ultraderecha en las próximas elecciones presidenciales.
En el congreso se pudieron observar dos tendencias claramente definidas hacia el futuro, que tienen que ver con el nombre del partido. La que proclamó el nombre de Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, que fue la ganadora, y la que propuso el nombre de Nueva Colombia, que fue la perdedora.
La primera, defendida con el argumento de la identidad histórica de las Farc, me parece que es muy larga y muy abstracta para cautivar el sentimiento de las mayorías populares, además cargada con el pesado fardo de una guerra degradada que el establecimiento mediático supo aprovechar para llenar de odio contra las Farc a la opinión pública de las grandes ciudades.
La segunda, por una Nueva Colombia, adivina el porvenir de las nuevas generaciones; me parece más amplia y mucho más incluyente para el momento de polarización que estamos viviendo en la coyuntura. Pero bueno. Algunos comentaristas dicen que el nombre del partido no tiene mucha importancia, porque al final, llámese como se llame, todo el mundo sabe que es el partido de las Farc.
Lo que si me gustó fue el logotipo: la rosa roja. Dicen que los símbolos no tienen importancia, que es lo mismo continuar con la hoz y el martillo, pero creo en la importancia del marketing político, por supuesto que sin abandonar la esencia real de la propuesta política.
Todo parece indicar que el nuevo partido de las Farc va a incidir positivamente en la reconfiguración de la izquierda y de los sectores democráticos de Colombia. Parece que se avizora un frente amplio como el de Uruguay, donde diversas experiencias, identidades, historias, y discursos políticos del campo de la izquierda, se unificarán para darle vida al bloque de poder histórico y popular.
Bloque de poder absolutamente necesario, porque lo que se viene pierna arriba es cosa seria: la campaña presidencial del 2018, la implementación institucional y financiera de los Acuerdos de La Habana; la sustitución de los cultivos de uso ilícito por programas de desarrollo rentable para las comunidades campesinas; el desmantelamiento del paramilitarismo; el desarrollo de la justicia especial para la paz; la lucha contra la corrupción; los compromisos con la verdad, justicia, reparación y no repetición, el desarrollo rural integral, elementos que de lejos, van a necesitar un gran movimiento de masas para que este esfuerzo de esperanza y de futuro no se vaya ahogar en una feria de vanidades.