El derecho a amar
Opinión

El derecho a amar

El más elemental de los derechos humanos. ¿Lo ejercemos?

Por:
septiembre 02, 2017
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Miro hacia lo alto y me asombro. Dos mariamulatas, bello plumaje negro brillante, persiguiendo un aguilucho, joven por demás, en pleno vuelo. El aguilucho más lento que sus atacantes, ya que fue visible cómo las mariamulatas se lanzaban contra su cuerpo para picotearlo y él, en su vuelo majestuoso, haciendo el quite. De pronto el aguilucho se lanza hacia la palma, donde anida su presa, los pichones o los huevos de sus perseguidores. Se oye algarabía y salen los tres pitando. Nueva persecución, con un alto en una de las barandas del balcón del edificio. Finalmente el vuelo hacia los lagos del dulcino termina la contienda. ¿Amor de las mariamulatas por su cría? ¿Será amor o será instinto de supervivencia? Quiero creer que los animales también aman, además de su instinto. Lo creo.

Pero el ataque fue cuestión de supervivencia —alimentación— del aguilucho, dirigido hacia otra especie, no la propia. Aunque en los animales existe el ataque a la propia especie, diría que es más la excepción que la regla. Y entonces pregunto: ¿en los humanos  el ataque hacia sus congéneres es la excepción o la regla?

Por la palabra hablada y escrita, pareciera ser la regla —ataque físico, emocional, mental—. Por lo observado en la calle, claramente no lo es. Prima la bondad, la esperanza, la compasión, el amor. La solidaridad también. No es más sino ver que sucede ante un accidente, la gente llega, ayuda, coopera con el posible herido. Incluso me tocó ver como en un accidente de moto, un carro —que no tuvo culpa pues el motociclista lo chocó por detrás ante su exceso de velocidad—, se va de la escena y luego regresa escoltado por múltiples motos que lo persiguen. Solidaridad de los motociclistas. Igualmente los taxistas forman red ante un ataque a cualquiera de sus compañeros. Esto es el ejercicio a amar.

Pero lo más bello que he visto en mi vida, de compasión, de amor, es la señora de tercera edad que en el barrio Britalia, en Bogotá, hace 30 años recogió a una bebé abandonada por su madre en la calle, y la crió como hija a pesar de la parálisis cerebral que se hizo evidente con el transcurrir del tiempo. El derecho a amar muy bien ejercido por esta persona.

 

Ejercemos nuestro derecho a amar
más de lo que nos damos cuenta

 

Considero que ejercemos nuestro derecho a amar más de lo que nos damos cuenta. Montar a la nieta en nuestros hombros; caminar tomados de la mano con nuestra pareja; compartir un viaje con la familia política; comer lechona; y muchas risas y sonrisas, es ejercer el derecho a amar en los sencillos actos de la vida cotidiana.  Ejercer ese derecho es felicidad, sin duda.

Ojalá conversemos, escribamos y leamos más, mucho más, muchísimo más, sobre los actos de amor, así ejerceremos -con consciencia, con voluntad, con decisión- nuestro derecho fundamental, Amar.

P.D. Respecto a mi escrito anterior “Permitir que la muerte llegue”, Enrique (nombre ficticio) fallece luego de tres semanas de “esfuerzos” médicos, de esperanzas fallidas, de …

Ustedes tendrán su propia opinión al respecto. La mía quedó ya clara, con el título de la columna escrita.

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