Esta es la pregunta que me he estado haciendo desde que llegué, hace ya un año, y todavía cuando la gente me pregunta, no sé qué decir. No sé si es la seguridad, tranquilidad y esa confianza que siente uno al salir a caminar inclusive a altas horas de la noche, o la limpieza de la ciudad, o el ambiente vanguardista que se respira, o simplemente la gente que es totalmente arrolladora. Australia tiene ese algo, ese no sé qué en no sé dónde que hace que uno se enamore sin darse cuenta.
Debo admitir que al principio me rehusé a aceptar que Australia era el “mejor vividero del mundo” (Melbourne ocupa por séptima vez el puesto número uno, como la ciudad más vivible del mundo) porque como colombiana que soy, me jacto de decir que Colombia es un paraíso, y sí que lo es, es tanto así que estoy dejando Australia para enrutarme de nuevo hacia Colombia, ¿es que acaso no se puede querer a los dos países, y no se puede elogiar uno sin despreciar el otro?
Ahora bien, quiero seguir intentando responder a la pregunta que me motivo a escribir esto, y es que cada día que pasa, con sus altibajos como bien es cierto, es motivo de sentirse orgulloso de poder tener la oportunidad de estar acá, tan lejos, tan diferente, otro continente, otro idioma y poder alzar el mentón y tener la gallardía de empezar de cero, de decir: lo estoy haciendo, aunque cueste, pero lo estoy haciendo, eso, no tiene precio.
La verdad he sido muy afortunada, he contado con la suerte de encontrarme con muy buenas personas, buenos trabajos y buenos amigos, y a eso súmele que nunca me doy por vencida y tomo los no como nuevas oportunidades, razones por las cuales mis condiciones en Australia siempre han sido muy buenas. Y es que no me puedo quejar, he vivido la experiencia australiana al máximo, como debe ser, sin repudios, sin temores, sin tabúes, sin pena y con mucho coraje, he pasado del abismo a la gloria, del gozo al llanto y de recibir muchos no como respuesta a increíbles y tranquilizantes sí.
He viajado, he conocido, he querido, he reído, he besado en inglés, pero también me han dejado, me han ignorado, me han alejado y me han acribillado a costa del mismo idioma. Pero todo, sin excepción alguna, ha valido la pena.
Ha valido la pena porque he tenido el valor de seguir adelante, de mantenerme motivada sin importar las decepciones, de tratar de ser fuerte ante las adversidades y de lograr un equilibrio entre la nostalgia de estar lejos de los seres queridos y la alegría que causa poder sorprenderme cada día que pasa del inmenso regalo de la vida de poder estar viva, experimentando, aprendiendo y fortaleciéndome como persona.
Cada quien hace de la oportunidad de vivir en el exterior un cielo o un infierno, todo depende de la actitud de cada uno y de sus propias motivaciones, no perder el objetivo final por el cual salieron de su país de origen, sin importar los obstáculos que haya en el camino, creo que eso es lo verdaderamente enriquecedor de esta experiencia, ser capaz de superar nuestras propias barreras, ya que nuestros rivales son nuestros propios miedos.
Muchos errores cometidos, muchos sacrificios realizados y muchos obstáculos superados, pero sin temor a equivocarme puedo decir que sin esa lucha incesable mi estadía en Australia no hubiera sido tan enriquecedora y constructiva como lo ha sido.
Aprendí a derrotar mis miedos, inseguridades, prejuicios y tabúes, cada día me trajo una enseñanza diferente, y así como no todo sale como lo planeamos, siempre hay la certeza de que la vida y Dios están preparando lo mejor y lo más conveniente para nosotros.
Me voy feliz, agradecida con Dios y con la vida, la mitad de mi corazón permanecerá en Australia y la otra en Colombia como siempre.
Sin duda alguna, Australia ha sido la mejor experiencia de mi vida.
Mucha suerte a los que llegan, a los que se quedan y a los que nos vamos.