El sabor de lo que Rodrigo Díaz, chef del recién inaugurado restaurante Paloma, puso sobre la mesa era sobrenatural.
El pulpo estaba perfectamente terminado, este plato es un desafío porque aún servido, él mismo continúa su proceso de cocción.
El pescado, un pargo rojo platero, entero y sin espinas, sabía bien hasta decir basta.
Este es apenas uno de los varios lugares que hoy despiertan el apetito en una cuidad que aprendió, no hace mucho, a comer fuera de sus casas.
En Barranquilla cohabitan tribus de todo el mundo, por algo se le conoce como la Puerta de Oro.
Durante centurias se plantaron allí familias llegadas de todas las latitudes que venían con ganas de enseñar y también de aprender a hacer buenas cosas.
Christian Daes me invitó hace unas semanas a comer en casa de su madre. Nunca supe si era su hogar o un exclusivo restaurante donde solo entra quién "Bola", como le dice con picardía su nieta, recibe con generosidad.
Lo que pusieron sobre la mesa de ese abrigo de familia sólida medioriental fue una verdadera muestra maestra de lo que son las tradiciones gastronómicas conservadas por centurias e instaladas aquí, llegadas de los lugares más tradicionales de esa parte del mundo.
Este hogar que cocina todos los días para un batallón de amigos langostinos al curry perfectos, mermaron, hojitas de parra, quibbe crudo, entre otras delicias, compite con los mejores restaurante de la región.
No lejos de allí está un pequeño lugar con no más de 10 mesas que guarda los secretos de cincuenta años de fogones a fuego lento: Steak House Chez Ernest.
El Pepper no sabe mejor en ningún otro sitio, el exacto nivel de pimienta nadando en caldos perfectos hace que este lomo, convertido en mantequilla, no se vaya de la memoria que tiene la boca.
Noa es un asiático recientemente instalado en la milla de oro de los restaurantes de Barranquilla, en esa milla también está Cocina 33, Miura, Cuzco, Anónimo El Celler y NenaLela.
En la sobremesa se me quedan muchos, todos buenos. Pero es que en esta Barranquilla gourmet todo sabe bien porque todo se hace con cariño, sino que lo diga Pedro Manjarrez, un humilde cocinero que frita las mejores empanadas de camarón que se comen de pie en lo que aquí llaman chasa y que está a la orilla de cualquier andén en la calle 72, de esta que hoy es una de las ciudades más interesantes de Colombia.