Educación y alquimia
Opinión

Educación y alquimia

Por:
noviembre 26, 2013
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Defender la alegría como una trinchera
defenderla
del escándalo y la rutina
de
la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
Mario Benedetti en Defensa de la Alegría

¿Cómo defender el derecho a la felicidad en Colombia, uno de los países más desiguales del mundo y con uno de los conflictos armados más antiguos y degradados del planeta?

¿Cómo pensarse una sociedad de la equidad y la justicia social, de la abundancia en cada pueblo, en cada mesa, en cada corazón, con extremos de riqueza y de pobreza incomprensibles al análisis económico y político?

¿Cómo soñar con felicidad, cuando varias generaciones han crecido en medio de las balas, las amenazas y la muerte de familiares y personajes públicos, quedando con la impronta del miedo marcada en la piel y la conciencia colectiva?

Todo parece indicar que se requiere con urgencia una revolución nueva, una pacífica revolución en la que recuperemos el poder de soñar y construir la sociedad digna y feliz que nos merecemos.  Y todo parece indicar que cualquier revolución debe empezar por  la educación.

¿Más tareas para la educación? ¿Otro proyecto? ¿Otra misión para supermaestras y supermaestros? Preguntará la mayoría.

Pues sí y no. Como dijo el maestro Paulo Freire: “El cambio social y cultural no se puede, por supuesto, descargar en la educación, pero tampoco se pueden esperar cambios sociales y culturales que no pasen por la educación”.

Así que desde muchas voces y muchas iniciativas seguimos insistiendo en la educación en general, y en la escuela en particular, como incubadora de la felicidad.

Y como la felicidad no puede concebirse sin niveles de dignidad y equidad, estamos ante el milagro de algunas de las fuentes más grandes de cambios en la sociedad: las ideas, las palabras y las prácticas de los y las maestras.

Trabajo desde hace algunos años con maestros y maestras de todo el país y cuando afirmo esto, muchas personas me compadecen. Que es un gremio insoportable me dicen, que indolentes, que mediocres... Yo, que vengo de familia de maestras y maestros, pienso que es un privilegio poder compartir tantos diálogos y proyectos con este grupo de personas tan especial...

Encuentro por supuesto, a algunas personas vinculadas a la docencia cansadas, desencantadas y estresadas con su rol, y por eso siento siempre como mi deber reencantarles con ese oficio, maravilloso e importante como ninguno.

Comprendo, por supuesto, la dificultad y complejidad de la tarea: la impotencia de los y las maestras cuando cuentan historias de niños que llegan con actitudes de matoneo aprendidas en la familia y transmitidas por generaciones sin cuestionar. Comprendo la angustia que genera ver llegar a niños y niñas con evidentes señales de abuso físico, sexual o psicológico o que cuentan cómo sus madres son víctimas de agresiones en sus casas y comprendo también el miedo a denunciar por temor a las represalias, en un país en el que la justicia no parece actuar cuando y como se necesita. A veces la docencia parece el más infeliz y desempoderado de los oficios.

Sin embargo, en todo este tiempo, en cada encuentro con docentes del Valle, Antioquia, Bogotá, Cauca, los Santanderes, Boyacá, Córdoba o Sucre, compruebo que la escuela es un escenario clave para aportar a los cambios culturales que requerimos para vivir en el país una vida libre de violencias de género, por poner solo un ejemplo.

He sido testiga de maestros y maestras que han logrado cambiar muchas vidas haciendo prácticas sencillas desde su aula. Mirando a los ojos a sus estudiantes, tratándolos de manera amorosa, escuchando, difundiendo los derechos y los avances legislativos entre estudiantes, madres y padres, inventándose campañas y celebraciones llenas de juegos, piezas comunicativas y sobre todo, rompiendo la soledad. Juntándose con otras personas que no solo dentro de la escuela, sino en la comunidad, en instituciones, en organizaciones sociales, vienen haciendo esfuerzos parecidos para enriquecer la vida y alimentar la felicidad. Allí el rol de docente se redimensiona, vuelve a ser ese lugar mágico donde opera la alquimia de convertir a quienes llegan con heridas y dolores en seres humanos amorosos, solidarios y felices.

Lo he visto muchas veces y sé que el aleteo de las mariposas sigue siendo un potente desencadenador de cambios y revolcones necesarios para las nuevas realidades que hoy se anuncian, tímidas a veces, en medio de la rutina y el ajetreo cotidiano.

La construcción de nuevos horizontes educativos en los que la equidad de género, la inclusión social y la celebración de la diversidad van de la mano con principios como el amor, el cuidado de la vida y la alegría, me llena de esperanza y de la certeza de que muchos y muchas maestras están siendo el cambio que sueñan. Como dice el postulado del movimiento ambientalista: procurando que nuestro presente sea lo más parecido posible al futuro soñado.

Descubriendo que si queremos escuelas inclusivas, nos corresponde ser incluyentes, si queremos una sociedad diversa, nos corresponde celebrar la diversidad, empezando por la que habita dentro de cada persona, de cada familia, de cada salón, de cada comunidad; si queremos una sociedad feliz,nos corresponde recuperar la propia felicidad, empezando por la de nuestros maestros y maestras.

...”defender la alegría como una bandera
defenderla
del rayo y la melancolía
de
los ingenuos y de los canallas
de
la retórica y los paros cardiacos
de
las endemias y las academias”...

 

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