Se viene a mi mente la imagen de niños jalando del brazo a sus padres para comprar un helado en Barcelona. Tranquilos, desprevenidos, tal vez pensando en el programa de la noche, cuando se encienden las luces y la ciudad cobra un ritmo frenético de algarabía y vida.
Los imagino paseando tranquilamente esa tarde fresca de final de verano. Mujeres, jóvenes, hombres, niños, turistas con sus trajes ligeros de algodón. Algunos de compras, otros simplemente deleitándose con ese olor a mar, en ese paseo majestuoso, enmarcado por árboles, que conduce a la Plaza de Cataluña y, un poco más allá, a la Barceloneta, para tomarse unas copas o degustar unas tapas, conversar y disfrutar de esas vacaciones tan planeadas y esperadas.
Ninguno sabía que eran los últimos minutos de su vida y que la muerte enloquecida oculta en una camioneta los atropellaría a sangre fría. Conducida por un fanático vengador entrenado para matar y morir, dejando a su paso un reguero de sangre, dolor y espanto, truncando vidas inocentes, fracturando familias, esparciendo lágrimas y desconcierto.
La tarde tranquila se convirtió en segundos en un infierno. Cuerpos sin vida en el asfalto caliente. Zapatos y bolsos por todas partes, gente corriendo, buscando un refugio, locales comerciales y restaurantes convertidos en trincheras. Gritos, ambulancias, escuadrones armados buscando al asesino, madres desesperadas con sus hijos en brazos, camillas levantando heridos, llanto, muerte, caos.
No solo Barcelona. Europa se convierte en el blanco preferido de una minoría fanática que sólo busca sembrar terror y desconcierto. Pero no es Europa solamente. Los tentáculos ya cobraron sus primeras víctimas en un pequeño y tranquilo pueblo de Siberia.
El Ku Klux Klan ataca de nuevo y enciende las antorchas del odio.
Corea del Norte amenaza con misiles nucleares.
El Pentágono tiene sus cohetes en alerta. China protege a Venezuela
El mundo entero se estremece. El Ku Klux Klan ataca de nuevo y enciende las antorchas del odio contra los que no son blancos. Corea del Norte amenaza con misiles nucleares. El Pentágono tiene sus cohetes en alerta. China protege a Venezuela. Los gigantes se muestran los dientes poseídos de una ira infinita.
Colombia no se escapa. Las Farc montaron su partido y preparan posar de blanco, sin cárcel y sin delito alguno que incomode, aunque el país cada vez se manifieste en contra. Siguen insistiendo que nunca tuvieron niños en sus filas, que fueron una familia feliz, no reconocen secuestrados y de narcotráfico, ni idea.
El odio está incrustado en el corazón de la globalización. Lo único que importa es el poder económico y político. Estados Unidos se zarandea. Oriente no perdona las intromisiones occidentales. Los organismos internacionales perdieron su autoridad, se convirtieron en eunucos burocráticos incapaces de hacer nada por detener este tsunami apocalíptico que está barriendo con todos los acuerdos para convivir en el respeto y zanjar diferencias de forma civilizada.
¿Qué nos pasó? ¿En qué momento perdimos los valores? ¿Dónde se extravió la cordura? ¿El enemigo es el otro, o somos nosotros mismos, que ya perdimos el norte?
¿El dinero, el poder, el consumo, la competitividad, la ambición, la envidia y el vacío existencial nos ganaron la batalla? ¿Seguiremos creyendo que la acción de la justicia es la que se hace a la medida de quien comete el delito? Me llamó la atención que nadie pidió en Barcelona dar una curul en el legislativo, al atacante. Qué días para nuestra especie, hemos tenido.
@josiasfiesco