Este político santandereano hizo soñar a los colombianos con un cambio profundo para modernizar al país y hacerlo más justo. En medio del auge del fenómeno del narcotráfico –que promovió un matrimonio entre mafiosos y políticos tradicionales– Galán se mantuvo con firmeza como baluarte de la honestidad y de nuestros mejores valores.
Sabía que si quería promover realmente un cambio positivo no podía cohonestar ni transar con las mafias que estaban saqueando y desangrando el país. Con gallardía y magnanimidad se propuso ayudar a superar los odios, fanatismos y prejuicios que las élites tradicionales llevaban infundiendo en el pueblo colombiano desde hacía ya mucho tiempo.
Un amigo suyo señalaba que Galán vivía la política como una posibilidad de redención de los humildes. Por eso entre los objetivos de su programa para Colombia estaba: conquistar e integrar a la vida nacional la totalidad del territorio; acrecentar los recursos materiales y espirituales del pueblo colombiano; reivindicar el derecho de los colombianos a manejar y controlar los recursos naturales; devolver al ser humano su valor como eje de la sociedad; lograr la igualdad básica de oportunidades y derechos entre todos los colombianos y recuperar la dignidad de los poderes del Estado.
Contrario a la mayoría de caciques tradicionales y falsos renovadores de la política de hoy en día, Galán no apoyó y tampoco aceptó el apoyo de mafiosos o negociantes de la política. “No podemos aceptar el apoyo de personas que no tienen cómo explicar sus fortunas”, le dijo públicamente, nada más y nada menos que a Pablo Escobar, a quien expulsó de su movimiento.
Era un hombre consciente de su responsabilidad histórica. Y la asumió con grandeza y valentía. Sabía que “cuando la juventud se pone de pie en defensa de los ideales de libertad, justicia y fraternidad, siempre la patria ha podido esperar algo grande”. Este abogado y economista disciplinado en sus estudios prometió ser fiel a los ideales del pueblo y luchar por ellos con devoción y sinceridad para trasformar la vida de los oprimidos y rescatar la fe colectiva en un destino superior y trascendente para la nación.
Galán fue uno de esos líderes que predican más con su forma de vida que con las palabras. Su secretaría exaltaba la pulcritud de su jefe; por ejemplo, decía que Galán jamás hizo llamadas de larga distancia nacional o internacional desde el Congreso cuando fue senador. Qué diferencia con la mayoría de miembros de la mal llamada dirigencia que piensan que sus posiciones les dan derecho para burlarse las normas y lograr todo tipo de privilegios para ellos y sus círculos cercanos.
Cuando le preguntaron sobre los riesgos que corría su vida, respondió: “A los hombres los pueden matar, pero a las ideas no. Y al contrario, cuando matan a los hombres las ideas se fortalecen”. Hoy, 28 años después de su magnicidio, esforcémonos en no ser cómplices de la cultura mafiosa y de la política tradicional que mató a Galán, y en ayudar a que sus ideas puedan llegar a transformar nuestro país.