Las Farc-EP culminamos en el día martes la dejación de nuestras armas. El presidente de la República acudió a Pondores, en La Guajira, a presenciar y certificar la salida del último contenedor de las Naciones Unidas. Definitivamente no hay vuelta atrás, ha terminado el alzamiento armado más antiguo del continente, la guerrilla de las Farc ha llegado a su fin.
Con nuestra transformación en partido político, la creación y desarrollo de las Economías Sociales del Común, Ecomún, y la conversión de zonas y puntos veredales en Espacios Territoriales de Capacitación y Reintegración, comienza a escribirse otra página en la historia nacional, la del intento más importante por crear una Colombia distinta.
Podemos decir de manera franca, que las Farc nos jugamos los restos en esta apuesta contra el viejo país. Somos, por así decirlo, una criatura que llega a un mundo supremamente hostil, rodeada por los peligros más evidentes, y desde luego también por riesgos inimaginables. Nuestra única esperanza radica en ganar el apoyo de un pueblo desesperanzado.
Podemos ser traicionados, claro. Y asesinados, como Benkos Biojó en los comienzos del siglo XVI, los comuneros de Galán en el siglo XVIII, o los jefes guerrilleros liberales tras la amnistía de Rojas Pinilla en el siglo XX. Aún está fresco el crimen de Carlos Pizarro y gran parte del país tiene presente el exterminio de la Unión Patriótica.
Podemos ser traicionados, claro.
Aún está fresco el crimen de Carlos Pizarro
y gran parte del país tiene presente el exterminio de la Unión Patriótica
Estaremos sin armas, inicialmente en los Espacios Territoriales, rodeados por la Policía Nacional y el Ejército de Colombia. Observados con ganas por grupos paramilitares que merodean las áreas. Los mismos que ya se atreven a penetrar a poblaciones, y a escasos metros de las zonas veredales, puestos militares y de policía, asesinar tranquilamente a nuestros militantes.
No escuchamos las voces airadas del presidente, ni siquiera del fiscal general, siempre tan amenazante en todo cuanto se relaciona con nuestra conducta, condenando los crímenes, que entre nuestros militantes y familiares ya pasan de dos decenas. Tampoco las de los voceros de la ultraderecha que chillan todo el tiempo contra las persecuciones.
Los Acuerdos contemplan una serie de garantías para nosotros e importantes sectores de la vida nacional. Que comienzan por el derecho a la vida, a la integridad física y moral, al trabajo para ganarse la vida honestamente, al ejercicio libre de la política activa y la lucha social. Tierras para los campesinos, comunidades afros e indígenas, reconocimiento a la mujer.
Hablan de carreteras, luz eléctrica, acueductos, telefonía e internet, educación, salud, planes de desarrollo consultados con las comunidades, programas de sustitución de cultivos ilícitos. Rodean de derechos a la inconformidad social y política, a la protesta, a la organización de las comunidades, al surgimiento de nuevas fuerzas políticas.
Prometen reformas que saquen a la política del piélago de corrupción, clientelismo y fraude. Centran su atención en las víctimas, en sus derechos a verdad, justicia, reparación y no repetición, establecen una jurisdicción independiente, capaz de investigar y juzgar con severidad los grandes crímenes ocurridos con ocasión del conflicto.
Establecen poderosos instrumentos para poner fin a la actividad criminal del paramilitarismo y los sicarios. Una unidad especial de investigación para perseguir y erradicar el crimen político en el país, un cuerpo élite para golpear a sus autores. Programas de protección a las comunidades, sus organizaciones y sus líderes.
Vistos así, los Acuerdos de La Habana constituyen una puerta abierta para un nuevo país. Y es a su implementación, cumplimiento y desarrollo que las Farc le estamos apostando. No importa cómo nos llamen tirios y troyanos, tenemos la seguridad absoluta de que si Colombia logra que tales Acuerdos se conviertan en realidad, habremos dado un verdadero salto al futuro.
El pasado de odios, matanzas y persecuciones habrá quedado atrás.
No podemos seguir haciendo el coro
a los pregoneros del desastre y el terror
El pasado de odios, matanzas y persecuciones habrá quedado atrás. No podemos seguir haciendo el coro a los pregoneros del desastre y el terror. Uno no entiende cómo haya quienes se empeñan en infamar nuestra dejación de armas, la entrega de todo nuestro patrimonio de guerra, la exposición de nuestras vidas, que hacemos con la mejor buena fe.
En las antiguas zonas veredales, guerrilleras y guerrilleros se preguntan sobre su futuro. ¿En dónde van a vivir, en qué van a trabajar, qué clase de capacitación les será realmente garantizada, podrán volver con sus familias o traerlas con ellos, qué pasará con los viejos, los incapacitados, los discapacitados? Temen razonablemente por sus vidas.
En el Congreso de la República señalan de terroristas a Voces de Paz, la clase política se atraviesa a la reforma política, el fiscal gruñe contra la JEP y los mecanismos de combate al paramilitarismo, mueren niños de desnutrición en la guajira, el Esmad mata en Segovia y Remedios, y golpea sin piedad en Doña Juana. Apresan por corrupto al zar anticorrupción.
No más Ñonos ni Uribitos. Es la propuesta de las Farc, que hagamos del país un escenario decente. ¿Acaso es tan perverso soñar eso?