Las imágenes provocan gran confusión por lo que vislumbramos que representan. Tampoco debemos saber quién es ella, la señora de la izquierda, es la esposa del prófugo exgobernador del estado mexicano de Chihuahua, César Duarte, amiguísimo de Peña Nieto (un tal presidente de México).
¿En qué estará pensando, mientras le besa la mano? Quizá en los 43 estudiantes desaparecidos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Pero bastaba escuchar al propio Peña Nieto para que se te encogiera el hígado. Parece que esa mezcla de política y religión repugna a la razón y es contraria a la honradez y a las buenas maneras. Sientes espanto por la política y por la religión, de forma separada, y por las dos juntas.
De igual manera que hay fotografías que se escuchan (como las de arriba, para no ir más lejos), hay frases que se ven: aquellas frases, por ejemplo, en las que Peña Nieto se dirigía a los mexicanos diciendo: “No lleguemos a este extremo de tener que hacer uso de la fuerza pública”, “Todos somos Ayotzinapa”, mientras su esposa, la primera dama, Angélica Rivera, compraba una hermosa mansión en Miami avaluada en 7.5 millones de dólares. Lo que quiere decir que este hombre se ha dejado fotografiar en las posturas más estúpidas, que son, si las encuestas no mienten, las que más ponen al electorado. Aquí aparece como amigo del papa Francisco (no se pierdan los rostros de aburrimiento de quienes aparecen en segundo plano).
Lo primero, tras superar el impacto brutal de la imagen, inevitablemente es recurrir al humor, a la ironía, incluso a la sátira. Pero hasta las técnicas, figuras retóricas, planteamientos estilísticos y recursos literarios más elevados huyen de uno en uno en este tipo de situaciones tan extremas. Entonces solo te queda recurrir a la compasión, a la lástima, a la pena. Pues eso, qué pena (aunque también qué risa) esta alianza entre la politiquería y Dios.
Según los medios de comunicación más importantes del país la visita del papa Francisco a Colombia no tiene un propósito político. Esperemos a ver qué pasa