Muchas personas cercanas, a las que les debo mucho respeto, parecen bastante molestos con la visita del líder religioso. Las razones son muchas, una de ellas sostiene los gastos requeridos para traerlo que pueden usarse para cosas con efectos materiales visibles (infraestructura, salud, educación, cultura, etc.). Otra de las razones afirma que Colombia, al ser un estado laico, no debería financiar la estadía de un líder religioso. Otra pone en entredicho su importancia moral al no destapar la escandalosa estructura de ocultamiento de sacerdotes abusadores de niños en todo el mundo. Entre muchas otras. No quiero discutir con cada argumento. Tampoco quiero convencer a nadie de que el papa es buen ser humano. Menos quiero defender sus actuaciones. Solo quiero dirigir la discusión a un sitio que creo que nos permite analizar otras causas de esta molestia.
Desde el resultado del plebiscito aprendí dos cosas. En primer lugar, que los argumentos siempre son producto de un estado del alma, una emoción, una disposición anímica. Unos y otros, desde sus deseos trataban de argumentar sus pensamientos a favor o en contra del acuerdo tratando de ser fieles a sus sentimientos. En realidad, no había lugar a hechos que hicieran cambiar de parecer a unos u otros. Cada hecho era interpretado a partir de esa emoción que acaparaba el sentido de las cosas. La emoción solo usaba la razón para imponer su perspectiva.
Así, la situación del conflicto entre religiosos y ateos o agnósticos que se oponen a la visita del papa podría interpretarse desde este modelo. ¿Cuáles son las emociones que se encuentran en conflicto? Por más que quisiera, y seguramente se encontrarían cosas muy interesantes, no partiré del conflicto entre razón y fe. La razón, como muestra Nietzsche, tiene sus propias emociones y está borracha con ellas, tanto como la fe.
Una emoción que me parece que está en el sustento de dicha discusión es el de traición. Es interesante ver cómo se les endilga a los seres humanos que hoy están en la Iglesia Católica, responsabilidad por las cruzadas, las violaciones, la discriminación a las mujeres, las alianzas con el poder, etc. Me parece curioso que no se haga lo mismo, o al menos con tanta pasión, contra empresas que han participado en ejecuciones y violaciones sistemáticas de derechos humanos (United Fruit Company, ahora Chiquita Brands o Coca Cola Company o Cerrejón). La traición puede haber sido también producto del rompimiento de una promesa de una felicidad eterna, de un Dios benévolo que, se suponía, nos cuida a todos paso a paso y que quiere únicamente lo mejor.
Ahora bien, tengo la sensación de que la espiritualidad, la fe, al ser algo tan sensible y personal, cuando es manipulada por alguna institución, formada por seres humanos, es tomada como una traición a algo muy íntimo. La molestia tiene que ver con un decirle al mundo que esa traición no será aceptada ni perdonada; por más años que pasen, por más obras buenas que hagan miles de sacerdotes, por más sacerdotes que vayan a la cárcel, esa traición no se reparará.
Así, no habrá una nueva forma de leer la biblia. Siempre saldrán los pasajes bíblicos de asesinatos y castigos extraños y completamente fuera de nuestras formas de hacer justicia para condenar a la Iglesia católica y a las creencias en la bondad del Dios de los católicos. No habrá argumento que valga. El juicio ya está sentenciado.
No creo en el psicoanálisis, pero sí algunas de sus metáforas. Creo que un ateo que odia a la Iglesia o a Dios (obviamente no puede odiar a algo que no crea que exista, pero resiente de cualquier cosa que lo simbolice), muchas veces siente lo mismo que un niño que, al ir creciendo, descubre que su papá ya no es su héroe, que tiene fallas, que es un ser humano imperfecto. Descubrimos entonces la imperfección de los seres humanos, eso no es nuevo.
Pero Dios, ¿decimos que es imperfecto por haber creado seres humanos imperfectos? ¿Es la misma emoción de traición la que nos lleva a los ateos a argumentar que no existe? ¿Si no supiéramos nada de la Iglesia, de su historia, tendríamos distintas creencias de Dios? No sé. Cada respuesta es distinta en cada uno.
Entonces, ¿debemos apoyar la visita del papa a Colombia? Bajo este modelo, esa no es la verdadera pregunta. La pregunta sería, ¿sirve la visita del papa para perdonarnos entre víctimas y victimarios, traidores y traicionados, para traer algo de esperanza a un pueblo con tanto por hacer en términos de reconciliación en todos los niveles de la sociedad? La respuesta indudablemente es no. No sirve. Nadie más que cada uno de nosotros es responsable por perdonar o no a su victimario —la iglesia y Dios incluidos—. Ese acontecimiento solo sirve si cada uno de nosotros quiere verlo como una oportunidad para hacerlo de corazón. De lo contrario, será simplemente otro ser humano en una visita costosa a un país pobre, que recorta gastos en ciencia, cultura y deporte.