Donald Trump ha dicho desde su cargo como hombre más poderoso del mundo muchas bobadas, algunas idioteces y una buena cantidad de amenazas que por lo reiteradas y poco efectivas en la realidad, terminan perdiendo credibilidad de amigos y enemigos.
Sin embargo, la semana pasada en una de sus intervenciones afirmó que sobre el tema de Venezuela que todas las opciones están puestas en la mesa.
Incluyendo la intervención militar.
Estas dos útimas palabras me parece que que hicieron tiritar y pegar una contra otra las viejas rodillas de los miembros del secretariado de las Farc, quienes con la mano también temblando, le marcaron a su subalterno Juan Manuel Santos para que “rechazara contundentemente cualquier acción militar contra Venezuela”.
Y así lo cacareó a los cuatro vientos por los medios de comunicación y hace 2 noches en las cálidas comodidades de la casa presidencial en Cartagena, se lo volvió a repetir en su cara al Vicepresidente Pence, quien está de gira por cuatro países de América Latina “dando instrucciones” para aislar diplomáticamente a Nicolás Maduro y su régimen dictatorial.
Desde mi punto de vista, ya “usado y exprimido” el presidente Maduro por el presidente Santos, en favor de su proceso —premio Nobel de Paz— a Santos le sirve hoy tanto como un cero a izquierda y lo mismo le da que los marines de Estados Unidos como a Ricaurte en San Mateo lo pulvericen en átomos volando, o que Noruega o Rusia lo reciban como “perseguido del imperio”.
Pero a las Farc si les aculilla la sola mención de la idea, porque saben que en un efecto carambola, la onda expansiva de una acción militar de Estados Unidos contra Venezuela los puede perjudicar letalmente a ellos como a sus mares blancos de cocaína que tantas veces le han gritado en la cara a Santos que es una vergüenza el desbordado crecimiento de los cultivos sin que él haga nada por evitarlo por órdenes de sus jefes de las farc.
Yo presencié la invasión de Estados Unidos a Panamá, y desde mi balcón pude observar las trazas de los disparos quirúrgicamente hechos contra los blancos móviles o estáticos de las Fuerzas de defensa del dictador Manuel Antonio Noriega.
Las bajas civiles fueron mínimas, pero a todo lo que olía a dictadura, lo fumigaron y lo extinguieron en menos de una semana, llevándose como trofeo al General Noriega esposado en un helicóptero militar a una cárcel en Estados Unidos donde pagó 40 años años de cárcel, por narcotráfico.
Hoy Panamá es un floreciente país, próspero y el primer mundo se disfruta en la mayoría de su pequeño territorio.
Un futuro de intervención similar le puede esperar a Maduro y el “Cartel de los soles” de Diosdado Cabello.
Estados Unidos sabe del grave riesgo que implica que Venezuela y Cuba sean los puntos más cercanos que tienen los rusos a su territorio y al Canal de Panamá.
De ahí que la visita de Pence cubra al Istmo como parte del recorrido en su viaje.
A las Farc no les gusta ni pizca que Estados Unidos siquiera hable de intervención militar en Venezuela, porque se les acaba el santuario, la plataforma para enviar vuelos cargados de cocaína, y saben que los gringos se andan sin maricadas y en un ataque relámpago como el de Panamá, pueden sin ningún problema, hacer que el socialismo del siglo XXI, estalle también como Ricaurte en San Mateo.
En átomos volando.
Y Venezuela, como Panamá, volverá a ser el país próspero que siempre fue.
La oposición no sirvió de nada.
Y la diplomacia internacional, menos.
Estoy seguro de que los venezolanos hastiados como los pañameños quieren que se cabe esta pesadilla de una buena vez.
