Ahora que entramos en una nueva fase de la vida de nuestro país bajo la vigencia de una posible “paz limitada”, es tiempo de reflexionar sobre la actitud a asumir frente a una realidad que el pueblo colombiano ha sufrido desde siempre.
A lo largo de dos siglos la oligarquía colombiana ha construido un sistema político – que unos llaman democracia restringida y otros dictadura con fachada democrática – que mediante la persecución y la exclusión, el clientelismo y la cortesanía, el asesinato y el acoso, obligan a quienes piensan diferente a asumir conductas programadas o previstas.
Las actitudes más comunes son: acomodarse al sistema; alzarse en armas o “enmontarse”; el exilio; y la resistencia que implica el sacrificio heroico. Cuando estos comportamientos son respuestas mecánicas y reactivas a los estímulos que las élites dominantes han diseñado, el triunfo oligárquico está asegurado. Son reacciones buscadas a estímulos proyectados.
La primera actitud casi siempre termina en la domesticación abyecta. En política es renunciar a la utopía, perder el espíritu revolucionario, conformarse con “hacer lo que se puede”, tratar de “humanizar” el capitalismo en una visión posibilista de la política. En fin, “calmar conciencia”. Muchos revolucionarios terminan canalizando su espíritu rebelde por la vía del ambientalismo, la medicina alternativa, el arte, el análisis político y demás. Algo es algo.
La segunda conducta, alzarse en armas, – en Colombia – no ha logrado el apoyo popular masivo para protagonizar una insurrección popular, con excepción de la Revolución de los Comuneros (1781) y las guerras de independencia (1819). Las rebeliones armadas han concluido en “acuerdos de Paz” siempre incumplidos por el Estado. Lo que hoy ocurre con Gustavo Petro no es más que la reiteración de ese comportamiento del establecimiento tradicional y oficial.
La tercera actitud, el exilio, ha sido asumida por miles de colombianos. Salvar la vida, buscar mejores horizontes, esperar que pase el temporal. Así le tocó actuar a José María Melo, José María Vargas Vila, Gabriel García Márquez y tantos otros/as. Por ello es muy valiente Aída Abella que regresa después de 17 años para ser candidata a la presidencia por la Unión Patriótica.
La cuarta conducta – la lucha hasta la ofrenda de la vida –, ha sido la tragedia histórica de los mejores líderes democráticos y revolucionarios de nuestro país. La lista es larga, la criminalidad oligárquica patente: el asesinato de Rafael Uribe Uribe (1914), el acoso y la cárcel para Manuel Quintín Lame (1910-21), la masacre de las Bananeras (1928), la persecución y muerte de campesinos de Viotá y Sumapaz (1936), el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán (1948), la Violencia de los años 50s (1946-1957), la canallesca traición a los guerrilleros liberales Guadalupe Salcedo (1957) y Dumar Aljure (1968), el aleve ataque a las autodefensas campesinas de Marquetalia, Riochiquito, El Pato y Guayabero (1962), el cerco y muerte del cura Camilo Torres Restrepo (1965), los asesinatos de candidatos presidenciales de la oposición como Jaime Pardo Leal (1987), Luis Carlos Galán Sarmiento (1989), Bernardo Jaramillo Ossa (1990), Carlos Pizarro León-Gómez (1990), y la desaparición de miles de militantes de la Unión Patriótica y de numerosas organizaciones sociales y políticas. Es aterrador y no debe olvidarse.
Todos estos comportamientos son comprensibles pero – de alguna manera –, reactivos, previsibles. No obstante, en nuestro país tenemos ejemplos de otras formas de actuar. Hacen parte de nuestro acumulado de lucha y resistencia que hoy es necesario valorar para poder potenciar. Es parte de lo que hace la mayoría de nuestro pueblo: aguantar y luchar, soportar pero no bajar la cabeza, resistir y persistir “buscándole la comba al palo”.
Ejercer la libertad: derrotar la reacción programada
En Colombia tenemos ejemplos de actitudes “no-reactivas” de enfrentar la democracia restringida o dictadura democrática. Esas experiencias deben ser valoradas y perfeccionadas dado que en su ejecución sufrieron distorsiones que no facilitaron el aprovechamiento pleno de sus aciertos. Lo positivo es que en su idea original mostraron gran efectividad.
Paradójicamente estas experiencias son las que – de una u otra manera – le han dado vida (aire, aliento) a dos expresiones de la izquierda que están vigentes actualmente. Una, en el Polo Democrático Alternativo y la otra, en el Movimiento Progresistas. Una es el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR, la otra, el Movimiento 19 de abril M19.
Ambas expresiones del movimiento revolucionario se cuajaron durante las décadas de los años 60s y 70s del siglo pasado (XX). El MOIR se resistió al alzamiento armado que era la respuesta “natural” que tenía al frente la juventud rebelde latinoamericana siguiendo a la triunfante revolución cubana. Es un caso especial en América Latina dado que la fiebre insurreccional era una avalancha casi irresistible. Y lo hizo – durante un buen tiempo – sin abjurar de la lucha armada, argumentando con razones por qué en Colombia no existían condiciones propicias para el triunfo del alzamiento armado pero siempre situándose en el campo de la revolución. Fue un ejemplo de lógica y consecuencia revolucionaria.
Por otro lado el M19 se planteó – desde el interior de la dinámica guerrillera – la revitalización del movimiento revolucionario. Con ocasión del fraude electoral de 1970 propuso la potenciación de la lucha armada con ambición de poder. Valoró correctamente la participación popular a favor de la ANAPO. Utilizó simbólicamente el levantamiento armado para llegarle al grueso del pueblo colombiano. Desnudó las limitaciones de la falsa democracia; desenmascaró a la oligarquía autoritaria y dictatorial; y sacó del letargo la lucha por liberación nacional y democracia. Y lo hizo – en su primera fase – sin dejarse llevar al terreno de la guerra degradada, mostrando una alta ética humana y un vínculo estrecho con el sentimiento popular. Fue una guerrilla creadora, motivadora, pensante, comunicativa y relativamente triunfante.
En el caso del MOIR, desarrolló una actividad organizativa para acumular fuerza utilizando conscientemente el espacio electoral y así preparar la vanguardia de la revolución para una futura insurrección popular. Logra romper el aislamiento legal y mediático que la oligarquía tenía montado con el Frente Nacional (1957-1974) mediante audaces alianzas (UNO, FUP)[1]. Sin embargo, no logró deshacerse del espíritu sectario que la izquierda a nivel internacional sufría por entonces y se enfrascó en una lucha fratricida con el resto de la Izquierda que todavía impide la anhelada unidad. De un tiempo para acá se nota el predominio de una línea estrechamente parlamentarista y un escaso debate táctico-estratégico.
El M19 – después de la desaparición de Jaime Bateman (1983) – pierde la capacidad de creación. Se entra en una fase de desespero militarista que se tradujo en el operativo del Palacio de Justicia, lo que marcó hacia el futuro su accionar político. La firma de la Paz en 1990 y su transformación en la AD-M19, le permiten jugar un importante papel en la Asamblea Constituyente (1991). Sin embargo predomina la línea acomodaticia, hace carrera la teoría del “capitalismo con rostro humano”, y la domesticación y cooptación juegan su papel en medio de una visible “embriaguez democrática” que se vivió durante gran parte de la década de los 90s. La defensa a ultranza y acrítica de las conquistas de la Constitución de 1991 hacen parte de esa embriaguez.
Gustavo Petro es el único dirigente importante que mantiene el espíritu revolucionario de los mejores tiempos del M-19 pero se ha mostrado incapaz de desarrollar un movimiento político colectivo y organizado. Su caudillismo juega en contra.
La coyuntura actual
En los últimos tres años en el país se han presentado dos fenómenos paralelos y confluyentes: uno, la aparición de movimientos populares organizados como la Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos que aspiran a transformar las formas de hacer política fundiendo en una misma dinámica la acción reivindicativa con la acción política.
El otro fenómeno es la reactivación del movimiento social que desde 2008 viene recuperando su presencia con la movilización estudiantil de 2011, las luchas de obreros del petróleo y del carbón, las movilizaciones contra los mega-proyectos minero-energéticos (Santurbán, El Quimbo, Urrá II y La Colosa), los paros agrarios y la minga indígena y popular de 2013, la lucha contra la ley 100 de salud y su amañada reforma, y otras protestas de importancia relativa.
Creemos que la burguesía trans-nacionalizada – hábilmente – ha trazado una estrategia a la sombra del proceso de negociaciones con las FARC para domesticar la inconformidad popular y canalizarla hacia la democracia formal, institucional. Se pretende impulsar una segunda fase de adormecimiento y “borrachera democrática” con las fuerzas políticas que surjan del proceso de desmovilización y reinserción de la guerrilla a la vida civil.
Ya se observan síntomas de que otro embeleso democrático va a ilusionar a las fuerzas populares que están convencidas que la Paz va a ser un hecho cierto y palpable. Se han lanzado una serie de pre-candidaturas a la Presidencia de la República que harían pensar que estamos frente a un verdadero auge de la democracia colombiana.[2]
¿Cuál es la inquietud? Es legítimo que todo el mundo quiera ser Presidente de la República, pero como sucedió en Honduras y Paraguay, un “outsider” presidencial no resuelve nada, va a ser fácilmente bloqueado por la estructura institucional oligárquica. Además, no se observa una oleada democrática popular en el terreno electoral. Hace poco percibíamos una “leve y lenta tendencia hacia la izquierda” que – ante la enorme dispersión de fuerzas y avalancha de aspiraciones – hoy está disminuida. Las candidaturas procedentes del movimiento popular que podrían ser refrescantes, han sido lanzadas de una forma individual y no han surgido del consenso amplio de las bases. Todo ello confunde y debilita.
Tampoco existe un análisis sistemático de las lecciones de los paros y movilizaciones populares que nos permita visualizar que las fuerzas políticas que estuvieron tras su conducción han sabido, no sólo hacer su seguimiento, sino que se está construyendo una política de largo plazo, coherente y concienzuda. Al contrario empiezan a aflorar toda clase de oportunismos electoreros, concesiones a conductas no muy claras y afanes protagónicos individualistas y grupistas.
Llevar al límite a la democracia
¿A qué viene esa remembranza histórica? ¿Cuál es su objetivo? Se trata de demostrar que tenemos una experiencia viva de la cual aprender. Se trata de estimular a los revolucionarios colombianos para que aprendamos unos de otros, que estudiemos con un espíritu amplio lo ocurrido y no echemos en saco roto lo vivido.
Podemos afirmar que quien más se acercó a la solución fue Jaime Bateman Cayón (1940-1983). Por más pragmático que fuera nunca renunció al ideal, a la utopía. “La democracia es el poder del pueblo” decía y remataba: “La burguesía se apropió de ella y la ha puesto a su servicio, degenerándola, recortándola”. Entendió claramente que sólo llevando al límite a la democracia, la oligarquía podría ser derrotada. Y de eso se trata.
Pero para hacerlo debemos dejar de ser reactivos. Correr detrás de ilusiones democrateras es seguir siéndolo. Es hora de que el movimiento popular (social y político) recupere la iniciativa revolucionaria. Obligatoriamente nos toca ser proactivos, propositivos. Hoy podemos romper con la lógica contestaria, asumir conductas que sorprendan al contradictor de clase y que entusiasmen al pueblo. La lucha popular no puede seguir siendo instrumentalizada con visión electorera. Al contrario, la participación electoral debe estar al servicio de nuevas estrategias que el movimiento popular ha venido construyendo en su devenir práctico.
¿Cómo es posible que se está hablando de Paz y permitamos tranquilamente que asesinen a dirigentes populares como ha sucedido con líderes campesinos e indígenas, activistas sindicales y militantes de Marcha Patriótica. ¿Acaso estamos dispuestos a inmolarnos en una nueva versión de lo ocurrido con la UP?
El movimiento indígena colombiano ya nos ha mostrado – por las bases – la senda de una nueva actitud. El re-surgimiento y fortalecimiento de las zonas de reserva campesina es otro proceso que marca la pauta [3]. En dichos territorios debe y puede construirse una nueva forma de democracia, emulando lo hecho por los neo-zapatistas en México. Subvertir la democracia con “nuestra propia” democracia directa es un ejercicio que está a la vista y que se puede justificar frente al comportamiento engañoso y represivo que el Estado ha asumido frente a las movilizaciones agrarias, campesinas e indígenas.
¿Seguimos pidiéndole al Estado que nos otorgue la “liberación” cuando nosotros podemos hacer pleno ejercicio de nuestra libertad? ¿Mantenemos la actitud de exigirle soluciones al Estado que sabemos que no nos va a dar? ¿Le ayudamos a los gobiernos capitalistas a seguir engañando a las masas con promesas de “aperturas democráticas”? O… ¿Construimos a partir de nuestras propias fuerzas?
Hoy podemos caminar con dos piernas. Una, cogiéndole la caña a la oligarquía en el terreno electoral pero sin confiar en ese terreno sinuoso y tramposo que es la democracia representativa. La otra, con el pueblo, en municipios y regiones, en barrios y comunas, veredas y territorios, ejerciendo y construyendo nuestra propia democracia. Que el “mandar obedeciendo” se convierta en nuestra práctica cotidiana, que “nuestra autonomía” sea una realidad en construcción.
Que una parte del pueblo (el 30%) haya declarado que va a votar en blanco es otro síntoma de la inconformidad popular. Es otro indicio de que nuestro pueblo nos está exigiendo ir más allá, idear nuevos caminos y trochas, salirnos de la rutina y el enfermizo “cretinismo parlamentario”.
La historia está para aprender de ella. Que no repitamos los errores y nos caigamos en embelecos “democráticos” que colocan a nuestros mejores dirigentes en el terreno donde es muy fácil auto-engañarse, en donde el arribismo y los “dardos almibarados” son igual de letales a las balas.
Revolucionar nuestra práctica social-popular, romper esquemas, diseñar nuevos derroteros, es la tarea del momento.
[1] UNO: Unión Nacional de Oposición, coalición político electoral entre el Partido Comunista, el MOIR, el Movimiento Amplio Colombiano MAC y otras pequeñas fuerzas. FUP: Frente por la Unidad del Pueblo, coalición política liderada por el MOIR en donde ya no estaba el PCC. Ambas actuaron en las décadas de los años 70s y 80s del siglo XX.