Las noticias que de Colombia han llegado a Francia, sobre todo del año 1985 hacia acá no han sido las mejores, pues han estado cruzadas por violencia. Entre ellas se destaca sobre todo una permanente violación a los derechos humanos, por la desaparición y asesinatos de líderes sociales a manos de paramilitares financiados por el narcotráfico y el mismo gobierno. Durante la década de los ochenta en Francia no se sabía el nombre del presidente de Colombia, pero sí el de Pablo Escobar Gaviria. Era muy incómodo llegar a un sitio y ser identificados por la droga y no por tantas cosas buenas que teníamos. Una tarea difícil se comenzó a liderar para crear una nueva imagen de nuestro país, y no fue precisamente una política de Estado ni tarea de la Embajada o Consulado en París.
Fue desde las tarimas en plazas y parques y los escenarios de teatros que diferentes artistas colombianos, cantantes, bailarines, músicos, pintores, actores, poetas residentes en la ciudad luz empezaron a sembrar en las mentes de los franceses y de miles de migrantes residentes en ese país. Fueron los cantos, las danzas, la música, el color y la forma cómo la entregaban que hicieron poco a poco enamorar a los extranjeros de nuestro país y ahondar mucho mas la nostalgia de los que se encontraban lejos de el por múltiples razones, con el gran deseo de poder retornar algún día. Sin pretender serlo, estos artistas se fueron convirtiendo en embajadores culturales de Colombia con un gran reconocimiento no solo en Francia sino en varios países europeos, debido al nivel y profesionalismo que cada día iban adquiriendo.
Desafortunadamente el viejo adagio que reza:”Nadie es profeta en su tierra”. Para estos artistas colombianos parece que hasta fuera de ella los persiguiera como un fantasma, ya que a pesar de haberse ganado el reconocimiento del selecto publico del continente de las artes y la cultura, parece no haberlo tenido de parte de los “eruditos de la cultura colombiana” del Ministerio de Cultura, la Cancillería, la Embajada y el Consulado, entre otros, que asesoraron a los miembros del Instituto francés para mostrar durante el año cruzado Colombia-Francia, lo mejor del país del café y las esmeraldas.
Ni como artistas, ni como embajadores culturales, a pesar de estar inscritos y censados en el consulado. Jamás fueron considerados como importantes para realizar con ellos algún evento o simplemente para hacerles un reconocimiento público por su labor de más de dos décadas, y eso que el evento le apuesta a presentar una Colombia de paz en más de 250 proyectos. Lo curioso es que los artistas consideraron que pudo haber sido un error involuntario de parte de los asesores y no se hicieron esperar para enviar los debidos oficios a la presidencia de la república y a dichos ministerios. Incluso en tres oportunidades tuvieron reuniones en la embajada con el cónsul y la ministra plenipotenciaria agregada cultural, en donde no se definió nada concreto a pesar de las propuesta presentadas por un grupo denominado Colectivo de Artistas Colombianos en París que se conformó días antes para realizar una jornada artístico solidaria en apoyo a los damnificados de Mocoa en el cual recaudaron más de diez mil euros para ser enviados a esta comunidad.
El hecho es que el año cruzado Colombia-Francia pasará a la historia para los franceses, artistas y no artistas colombianos residentes en París, como el evento que con una “violencia muy sutil” los ignoró e invisibilizó de una manera muy diplomática, dejando una herida abierta que sangrará por muchos años.
