Pocas veces he contado esta historia.
El día que asesinaron a nuestro entrañable camarada Manuel Cepeda, debían ser las 7:00 o 7:30 a.m. Solíamos reunirnos bien temprano. Estábamos en reunión del CEC de la Juco (Juventud Comunista Colombiana).
Hubo una llamada y no sé por qué bajé a responderla. Al otro lado de la línea la voz entrecortada y fatigada de alguien, creo era uno de los escoltas de Manuel, me dio la fatídica noticia. Subí de inmediato y di el anuncio a mis camaradas de dirección. Un silencio de impotencia y tristeza invadió la sala.
En esos tiempos el Partido nos había cedido para uso de la Dirección Nacional de la Juco un destartalado campero rojo Suzuki SJ410. En él me fui inmediatamente, tomé las Américas, la recorrí en pocos minutos y llegué al sitio. El cuadro de soledad y rabia invadía la avenida.
El cuerpo de Manuel yacía sentado en la parte delantera del vehículo. Su cabeza ligeramente recostada sobre el vidrio lateral. Aunque las imágenes intentan perderse con el tiempo, creo haber visto un hilo de sangre correr de su cabeza hacia el cuello.
Iván Cepeda llegó a los pocos minutos. Lo abrazaba, lo besaba en la frente. Lloraba. Se alejaba, caminaba con las manos en la cabeza. Se preguntaba por qué. Tomé un poco de distancia para favorecer la intimidad con su ser querido, su padre, nuestro camarada asesinado por este régimen.
Yo me fui a una tienda al frente del sitio y comencé a llamar para reconfirmar la noticia. Sí, asesinaron a Manuel Cepeda.
Comenzó a llegar la prensa, llegaron agentes del DAS, de la Policía (tal vez a reconfirnar el hecho). Llegaron camaradas del Partido y la UP y se comenzó un mitín en medio del dolor y la rabia.
Hoy Iván, María, el Partido, la UP, esperamos y exigimos respuestas y reparación.
Por la verdad, memoria y la no repetición.
¡Manuel Cepeda, presente, presente, presente!