Uno de los grandes males del mundo, que se vive a diario con un mayor acento en la sociedad colombiana, es la discriminación. Este mal centenario carcome el desarrollo social del país por distintas vías. En la economía, la discriminación sociolaboral genera retrocesos financieros al desestimular la empleabilidad y el trabajo. Se ha documentado que personas teniendo la idoneidad y condiciones para ser empleadas en un servicio u oficio son discriminadas y vulneradas en sus derechos como es el caso de quienes pertenecen a la población LGTBI, están en condiciones de discapacidad o en particular son de un grupo étnico, difícilmente son aceptados en bancos o ciertos almacenes. En el mismo sentido, es aterrador que una persona deje de ser atendida en un sitio público porque prevalece negativamente su color de piel. Recordemos los presuntos casos sucedidos en Cartagena en el restaurante “Donde Fidel” o en el “Club Naval” o en el norte de Bogotá en el restaurante “Cuzco” donde no atendieron a personas por ser afrodescendientes, todos con excusas de encontrarse cerrados “sin servicio al público”.
A pesar de que se sancionó la ley 1482 de 2011, que tiene por objeto sancionar a los racistas y/o discriminadores, los índices de discriminación principalmente étnica poco disminuyen. Desde el Viceministerio del Interior para la Participación e Igualdad de Derechos se tienen referenciados un poco más de 760 denuncias por racismo en un país tan desigual como el nuestro con más de 49 millones de habitantes. Es extraño tanta “normalidad” al parecer las bajas denuncias muestran que la gente se habitúo a ser discriminada o tiene temor a decir sus incidentes cotidianos.
No hay nada más inhumano y dañino a la integridad moral, física y psicológica que sentir el desprecio por una expresión, un gesto o una palabra descalificadora como “indiecito” o “negrito” en sentido peyorativo y despectivo.
La discriminación es la forma directa de llevar a una persona al lugar de la exclusión, la marginación humana y el mal sentir. La discriminación por diversidad sexual y de género, condición étnica, ideológica, social, cultural, por discapacidad o nivel educativo entre las más comunes son una enfermedad social que requiere actuación contundente del Estado. Porque los avances en la implementación de cátedras en las escuelas poco hacen por erradicar este problema, incluso encontramos escuelas más discriminadoras que inclusoras. Con solamente pedagogía no resolvemos los grandes daños de las acciones discriminadoras. Se necesita una política integral de prevención y sanción ejemplar a discriminadores. Porque la discriminación es una pandemia social y estructural que afecta la estabilidad psicológica y provoca enfermedades mentales que golpean el autoestima y la diversidad cultural como nación.
La discriminación política y expresiva de experimentados políticos como el caso del concejal Jorge Durán en Bogotá, “No ingresa nadie, funcionario, asesor de los concejales, porque esto se nos está volviendo merienda de negros" o de Fernando Antonio Delgado en Marsella (Risaralda) “Siendo sinceros, grupos difíciles de manejar, como las negritudes, los desplazados y los indígenas, son un cáncer que tiene el gobierno nacional y mundial” o del exdiputado antioqueño Rodrigo Mesa, “Invertir plata en el Chocó, es como meterle perfume a un bollo” o el más reciente acontecimiento protagonizado por Ramón Cardona, concejal de Santa Rosa de Cabal (Risaralda) con su frase célebre: "La ley es como las mujeres, se hizo para violarla" muestran los prejuicios y estereotipos de imaginarios discriminadores que instalados en la sociedad se arraigan en paradigmas difíciles de remover.
Seguir con estas estigmatizaciones dificulta construir la paz, la reconciliación y un sentido colectivo de país. Sobre todo ahora que se reincorporan los exguerrilleros a la vida civil, la discriminación constituye una de las principales barreras democráticas para el país que sigue, el de los acuerdos sociales sensatos y políticamente progresista. Por lo tanto, es urgente implementar en el marco de los acuerdos para el posconflicto programas nuevos, alternativos y de cambio a los prejuiciosos pensamientos ciudadanos para que contrariamente se generen acciones de discriminación positiva. Es decir, se fortalezcan el respeto, la educación, la identidad, los derechos humanos, el reconocimiento y valoración de los aportes amplios que históricamente la población más discriminada campesina, negra e indígena ha realizado al país diverso que somos.
