Mientras algunos ejecutivos se ganaban cerca de 100 mil dólares —hoy casi 300 millones de pesos al mes—, enviaban a sus hijos a estudiar a las mejores universidades del mundo a cargo de PDVSA (Petróleos de Venezuela, empresa estatal venezolana), y monopolizaban los espacios de poder que un país pudiese tener, como la banca, los medios de comunicación, el productivo, grandes cadenas de almacenes y superficies, entre otros, el ciudadano promedio se ganaba 300 dólares.
Este poder se reflejaba en la administración del Estado, que a través de los partidos políticos tradicionales, manejaban al igual que la economía del país, la Justicia, el Congreso y el Ejecutivo.
Cuando le compraba miles de millones de dólares en aviones F-16 y armamento sofisticado a los Estados Unidos, y los magnates depositaban en sus bancos y negociaban grandes sumas de dinero producto del petróleo, saqueando los recursos no renovables, jamás escuche preocupación alguna por la situación de la gente más pobre de nuestro vecino, los países beneficiados de la riqueza venezolana, miraban hacia otro lado.
Las empresas españolas invertían a sus anchas, obteniendo grandes utilidades y beneficios, tampoco dieron señales que les preocupara la impunidad que existía en la justicia venezolana, los altos niveles de analfabetismo, la baja calidad y cobertura en la atención hospitalaria y de prevención, mucho menos que la democracia era de apariencia, pero sobre todo, la concentración de la riqueza en manos de pocos, de las más altas en latinoamérica.
Leopoldo López hoy famoso líder de la oposición es hijo de Leopoldo Ernesto López Gil, uno de los dueños de “La Nación”, de los periódicos más influyentes de Venezuela, creador con recursos del gobierno y producto de la corrupción del partido “Primero Justicia”, cabeza de varias empresas monopólicas, vinculado con los desfalcos en “Fundayacucho”, pertenece a la clase racista de los últimos 100 años.
Henrique Capriles Radonski, de origen judío, su familia tiene grandes inversiones en el sector empresarial y productivo del país, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento e inmobiliario, entre otros. Participó en el intento de golpe de Estado contra Hugo Chávez, entonces presidente elegido democráticamente.
El pueblo venezolano se encuentra entre la espada revolucionaria y la daga oligarca.
La revolución venezolana encabezada por Hugo Chávez fue producto del descontento de las clases populares de ese país, primero trató a través de un golpe de Estado, fracasó, luego por la vía electoral, con un discurso populista y aprovechando la insatisfacción de los más humildes, en 1999 llegó a la presidencia.
Con su muerte, quedó la dirección ideológica de su partido y del Gobierno en Nicolás Maduro, electo presidente en 2013; las malas decisiones económicas, baja en los precios del petróleo, subsidios soportados con políticas públicas de mendicidad, deterioro del aparato productivo, entre otros, trajeron como consecuencia caos y disminución en el nivel de vida de los venezolanos.
Maduro no posee ni el carisma ni el conocimiento de su antecesor, sus intervenciones por lo general llena de bufonadas le restan credibilidad ante la comunidad internacional.
Al desconocer que el mundo de hoy se mueve en ambientes diferentes a los años cincuenta de la revolución cubana, tratando de ocultar los yerros económicos y sociales, violenta el orden democrático, permea todas las ramas del poder público en aras de consolidar el mando, igual que lo hizo la oligarquía corrupta venezolana.
Los venezolanos salen a las calles instigadas por una élite clasista de antaño que quiere volver al poder, y por otro lado, marchan con líderes populares que no atinan a construir con democracia los cambios que requiere la sociedad.