Se realizó este domingo la jornada de elección de la Asamblea Nacional Constituyente venezolana. La sola realización de ella, es por sí misma una derrota de la “posverdad”, según la cual el chavismo es un cadáver y su gobierno está encabezado por un tirano carente de apoyo ciudadano que solo se apoya en la fuerza. La oposición se había jugado todo para impedir que las elecciones se realizaran. Su proyecto inocultable contemplaba boicotear ese evento convirtiendo a Venezuela, y principalmente a Caracas, en un campo de batalla para impedir a los ciudadanos acercarse a los puestos de votación, levantando barricadas, provocando trancones, incendios y asesinatos de chavistas que obligaran a la gente a quedarse en casa.
La oposición pronorteamericana efectivamente tiñó de sangre la jornada, pero perdió la batalla. Sus únicos trofeos fueron los 15 muertos, principalmente en Táchira y Mérida, entre ellos un candidato a la Constituyente y un policía, los heridos, la destrucción de algunos materiales y el asedio de 200 puestos de votación, que no alcanzaron a impedir el ejercicio del derecho fundamental a participar en política, a elegir y ser elegido. En cinco municipios no fue posible realizar la votación, además hubo algunas perturbaciones y retrasos principalmente en los barrios caraqueños de estratos altos de la población. Fueron así, unas elecciones bajo el asedio de la violencia, que los ciudadanos, la fuerza pública y el poder electoral supieron sortear de muchas maneras.
Este triunfo de la democracia no cierra el ciclo que se ha denominado como un golpe de estado “suave” o “blando”, iniciado desde el momento en que Nicolás Maduro ganó la presidencia frente a Henrique Capriles en abril de 2013. La oposición interna ha anunciado que mantendrá sus actividades insurreccionales, al tiempo que los poderes imperiales externos se disponen a aplicar nuevas sanciones contra el país y sus dirigentes. Vendrán pues, nuevas batallas entre el chavismo y los opositores que guiados desde Washington, insistirán en derrocar el gobierno constitucional venezolano. Muchos de sus miembros se harán más violentos y van a derivar en formaciones terroristas, solo que practicarán un terrorismo del “bueno”, es decir, del que patrocina EE.UU.
La convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente fue la apuesta estratégica más importante y más generosa del chavismo hasta hoy. Fue su propio proyecto político lo que puso en juego, hasta el punto que muchos de sus líderes fueron reticentes a jugarse en un debate público lo que en franca lid han ganado y mantenido durante 18 años. La oposición no entendió o no quiso entender la magnitud del reto que se le estaba haciendo. Con la mentalidad del “todo o nada” prefirió mantenerse en su apuesta violenta de derrocar al gobierno legítimo con base en sus apoyos externos.
La Mesa de Unidad Democrática –MUD– y el empresariado que se agrupa en Fedecámaras, se negaron a participar y a presentar candidatos. Hasta pocos días antes del 30 de julio, emisarios del presidente Maduro sostuvieron reuniones con la dirigencia opositora, se les ofreció incluso un aplazamiento de las votaciones para que tuvieran tiempo de adelantar una campaña electoral amplia con todas las garantías, pero todo fue inútil. Pudieron más los odios y la intransigencia vengativa de esa cúpula. No es inmoral ni es un delito que una agrupación política busque el poder del estado y luche con denuedo por convertirse en gobierno, pero no tiene presentación que renuncie al diálogo, a la negociación, a la movilización civilista, es decir, a la política, para transitar los caminos de la violencia.
La oposición venezolana demostró por enésima vez, que no es ni democrática ni civilista. En 2002 dio un golpe de estado; dos veces en 18 años ha triunfado electoralmente y sus resultados han sido acatados sin vacilaciones, a cambio, ha considerado “espurias” todas las victorias ajenas, una cada año en promedio. El pasado 16 de julio realizó una consulta extralegal y nadie los obstruyó con trancones, incendios, asesinatos, ni destrucción de su material electoral. Hoy como siempre lo ha hecho, patea la mesa y además advierte de peores días para Venezuela.
Las frías cifras
Oficialmente los votantes fueron 8.089.320 que equivalen al 41.53% del censo electoral, faltando solo pocos sufragios que son los indígenas. Los resultados del evento eleccionario fueron sorpresivos, no tanto porque la matriz de opinión impuesta por los medios subestimó la fuerza del chavismo, sino porque la oposición mandó todas las semanas anteriores un mensaje intimidatorio que buscó reducir la participación a un mínimo histórico.
La abstención fue por lo tanto del 58.47%, que corresponde en parte a la oposición y en parte a grupos de ciudadanos apáticos o que fueron víctimas del saboteo programado por los violentos. De hecho, los analistas políticos de ese país han identificado desde fechas recientes un amplio sector de ciudadanos que desencantados de la violencia, han terminado por marginarse de la política misma.
Dos semanas antes, la oposición había cantado victoria con la realización de una consulta anticonstituyente, manual y sin ninguna auditoría, cuyo material fue incinerado dos días después, que según sus organizadores obtuvo 7.6 millones de votos. Sobra decir que esa consulta no tenía ningún efecto interior tangible, pero le dio aire a la algarabía mediática internacional, y sobre todo, fue aprovechada para abrir expectativas sobre un eventual gobierno paralelo que empiece a obtener reconocimientos y apoyos económicos internacionales, y termine con los actuales dirigentes chavistas exiliados o compareciendo ante tribunales de justicia.
La votación del antichavismo perdió el 30 de julio las potencialidades que le habían colgado, lo que no significa que desde Washington y otras capitales latinoamericanas, se eche al cesto de la basura el proyecto de un gobierno paralelo que restituya el Palacio de Miraflores a la derecha venezolana.
Mientras tanto, la cifra de los 7.6 millones se le vino en contra a la MUD, porque en ausencia de ella, estaría festejando y reclamando que el 58.47 de abstención, le pertenece. Estaría cantando victoria sobre el 41.53% constituyentista, que de todas maneras, es minoritario respecto al censo electoral. Deben sus dirigentes estar analizando hasta dónde se equivocaron al dejarse contar, así la cifra de 7.6 millones no haya sido certificada por nadie. La fotografía al desnudo de las fuerzas electorales hoy, muestra un gobierno fortalecido frente a la oposición y frente a la masa abstencionista.
Esta derrota tiene muchas lecturas dentro de la oposición; agudizará la división entre quienes tímidamente se inclinan por un diálogo con el régimen y quienes persisten en el proyecto de triunfar por la fuerza. Parte de ese debate se reflejará en la próxima semana, cuando se abran las inscripciones de candidatos a las elecciones regionales de diciembre, pues algunos persistirán en los derramamientos de sangre y los menos obtusos, querrán participar en unos comicios organizados por los mismos funcionarios, las mismas instituciones y las mismas máquinas que supuestamente les han robado todas las elecciones desde 1998. Su mundo no puede ser peor.
Los medios, o el sol que alumbra de noche
Las grandes empresas comunicacionales que tienen cubrimiento latinoamericano, han sido las puntas de lanza del golpe de estado blando contra el gobierno venezolano. Su proyecto es desarrollar la matriz de opinión internacional necesaria para el derrocamiento de Maduro, que le otorgue legitimidad a una suplantación por la fuerza, o mejor aún, a través del poder legislativo y judicial como se hizo exitosamente con Zelaya en Honduras (2009), Lugo en Paraguay (2012) y Dilma Rousseff en Brasil (2016). Imposible olvidar además, que el pasado 9 de enero, la mayoría de la Asamblea Nacional declaró el “abandono del cargo” del presidente Maduro, en un intento fallido por sacarlo del poder por la puerta de atrás.
Esos grandes medios, principalmente radiales y televisivos, han conformado un coro apabullante que fabricó una opinión pública no solo antichavista, sino además antivenezolana, que llenó a países como Colombia de “venezolanólogos” de ocasión, que ignoran lo que ocurre debajo de sus propios pies, pero hablan con desparpajo contra Maduro y contra la Constituyente, lloran los muertos que, según les han dicho, todos son opositores, y hasta acusan de “castrochavista” al pobre Juan Manuel Santos, que fue el primer presidente latinoamericano en obedecer a Trump cuando declaró desconocer las elecciones del domingo pasado.
Los mensajes de la “canalla mediática” buscan que el enemigo de la burguesía sea el enemigo de todos, como Estados Unidos lo ha hecho con otros países, grupos o líderes, incluidos viejos amigos que caen en desgracia. Se trata de un matoneo organizado para movilizar fuerzas contra un tirano, mafioso, narcotraficante, dictador monstruoso que viola derechos humanos y debe ser eliminado antes que elimine él nuestro paraíso. Lo particular es que esos monstruos crecen siempre en las regiones del mundo que son ricas en petróleo. ¡Qué raro!...
Un día después de depositados los ocho millones noventa mil sufragios por la Constituyente, una de las votaciones históricamente más altas del chavismo, muchas mentiras se han derrumbado, pero no los intereses de los conglomerados empresariales que gerencian los medios. En pleno día siguen diciendo que es de noche, hablando de fraudes y dictaduras, y anunciando los apocalipsis que vendrán si ellos no pueden volver a gobernar. El periódico de Luis Carlos Sarmiento Angulo, el magnate más rico de Colombia, y de la familia Santos, con la moral periodística que tanto se aplica en este país, tituló en primera página “A sangre y fuego Nicolás Maduro impone su constituyente” y la fotografía que ilustra la “noticia”, es precisamente una avenida desierta, una romántica pareja en trance de heroísmo, dos llamas y una humareda, que maliciosamente, ilustran la sangre y el fuego que según el periódico, la impusieron. Ese diario es el decano de la prensa centralista bogotana y adalid de la libertad de prensa que se practica en este país.
Esa prensa, con toda razón, se siente perdedora frente al resultado de las elecciones para la Constituyente, y reacciona igual que las “barras bravas” futboleras cuando pierden el partido. Saltarán más y su algarabía será mayor; van a crear más “Venezuelas sin fronteras” y más programas para transmitir en vivo y en directo todas las hazañas de la oposición. Nos darán muchas lecciones de prensa libre, pero libre allá.
Los hilos se mueven desde Washington
Estados Unidos es el centro de poder que mueve los hilos del antichavismo interno y externo a Venezuela. Desde la enfermedad de Chávez reacomodó fichas para regresar al Palacio de Miraflores y cuando fracasó, inició todo un proceso de desestabilización que ha combinado todas las formas de lucha contra el gobierno de Maduro, unas veces en forma directa y otras, a través de la MUD. Es evidente que los acercamientos de Obama hacia Cuba, a finales de 2014, tenían la contracara de una reformulación de la política imperial frente a Venezuela. Significaban un cambio de frente porque entendió la Casa Blanca que más que Cuba, era el chavismo quien tenía mejor proyección sobre la América Latina rebelde.
Tanto Obama como Trump, han acompañado y mantenido el oxígeno al antichavismo, pero han hecho lo posible para no dar la cara y no entrar de lleno en una confrontación abierta que pueda involucrar a una parte importante de América Latina. Lo anterior explica en parte, la prioridad de la guerra comunicacional y, las actuaciones directas sobre dirigentes individuales, antes que sanciones colectivas que puedan conducir a una radicalización generalizada. Quizá estén aprendiendo de su amarga experiencia cubana.
Pero los resultados electorales del 30 de julio fueron inesperados para los norteamericanos también. Esa fecha fue anunciada por la oposición como la hora cero, la de las acciones más intrépidas y la derrota estratégica del chavismo. Como el resultado fue distinto, a esta hora se encuentran reunidos recomponiendo la agenda del golpe.
En la consumación del golpe de estado, Washington ha tenido contratiempos que insistirá en resolver. Uno de ellos es con la OEA, que no ha logrado después de largos intentos, producir una resolución contundente y definitiva que expulse a Venezuela del sistema interamericano, como fue expulsada Cuba en 1962, no por casualidad, ante proposición presentada por la delegación colombiana. Y es precisamente el estado colombiano, la otra pieza del ajedrez que EE.UU. debe alinear para la derrota del chavismo. El imperio necesita que Colombia reasuma su papel tradicional de peón de brega para la política latinoamericana de los EE.UU., papel que ha embolatado en los últimos años, con Álvaro Uribe porque no tuvo la total confianza del demócrata Obama, y con Santos, porque un activismo proestadounidense lo hubiera inhabilitado para negociar la paz con organizaciones de la Izquierda armada. En la medida que las negociaciones con las insurgencias vayan quedando resueltas, el Estado colombiano volverá a su tradicional condición de “Caín” de América Latina.
Además de reasumir su papel en la geopolítica de Washington, Colombia está llamada a hacer valer su extensa y porosa frontera venezolana, la posesión de una amplia base social contrainsurgente y de siete bases militares norteamericanas dispuestas para cualquier eventualidad. Sin el concurso de la OEA y del estado colombiano, es poco probable que la agresión militar se desate contra Venezuela; mientras tanto las principales cartas a jugar seguirán siendo la de un gobierno paralelo y la ruptura de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana que desate una guerra civil, quizá el mejor pretexto para una intervención a gran escala.
Todo lo del pobre es robado
Hay un abundante material periodístico tanto analítico como audiovisual, del que pueden deducirse conclusiones sobre aspectos sustanciales de la división social que volvió a expresarse en la jornada constituyente del domingo. Está latente en los electorados del chavismo y la oposición, una condición de clase social que guste o no, ayuda a entender los proyectos políticos que se juegan en Venezuela. El asunto empieza a visibilizarse cuando las cámaras enfocan a corta distancia los rostros de los manifestantes, sus conductas y sus gestos. Hay un inocultable contraste en los colores de piel, las sutilezas del vestuario, el habla y las maneras de referirse a sus entornos.
Está suficientemente documentado que las expresiones colectivas de los chavistas, radicalismos aparte, son festejos donde a menudo se canta, se baila y se disfruta del encuentro, siendo normal en ellos la presencia de mujeres y niños. En el bando del frente, en cambio, sobresalen las capuchas, el brazo amenazante y la predisposición al asalto. Se trata de jóvenes principalmente de las clases medias altas, resentidas con un gobierno que no les está garantizando sus viejos privilegios.
Pero las divisiones de clase, que son objetivas y se definen ante todo en el mundo de la economía, no se trasladan mecánicamente como si fueran fotocopias, al mundo de la política. Así, en la oposición venezolana militan también ciudadanos de los estratos sociales más bajos, algunos de los cuales hacen parte de los grupos de choque que arman los dirigentes de la MUD para provocar caos selectivos en las grandes ciudades, sin mencionar los que son contratados para esos fines en las entrañas mismas de las barriadas caraqueñas. Del otro lado, tampoco todo es chavismo ni mucho menos “clase obrera” consciente dispuesta a acabar con el capitalismo. Un número importante de votantes por la Constituyente fueron ciudadanos ajenos al gobierno y sus políticas, pero cansados de la violencia y jugados por las soluciones políticas a la crisis, de tal manera que sus votos fueron ante todo por el valor supremo de la paz.
En toda esta confrontación, que tiene tanto de simbólica, el antichavismo no ha podido ocultar un sentimiento aristocrático, que pone en duda, cuando no niega abiertamente, la posibilidad de que los pobres, o los negros, o los marginados en ese país sean sujetos de derechos. Es recurrente el señalamiento de las supuestas “dádivas” que reciben del gobierno los grupos sociales más vulnerables de Venezuela, que cargan el estigma de “aprovechados” que Maduro se ha echado al bolsillo para mantenerse en el poder. Es decir, hay un resentimiento social que en el fondo, condena las políticas públicas redistributivas que reconocen derechos a los que no los han tenido; considera que estos, son para la parte superior de la pirámide social pues como suele decirse “todo lo del pobre es robado”.
Prevalece allá como en el resto de América Latina, un vocablo que inunda el relato político dominante para llenar de carga negativa el reconocimiento de derechos a los desposeídos, ese vocablo es “populismo”, y señala una suerte de pecado político consistente en integrar a los marginados, en extender la ciudadanía social o garantizar la subsistencia a los más vulnerables. Es un lenguaje fácil, de uso generalizado incluso dentro del liberalismo, para el cual lo políticamente correcto es mantener la pobreza dentro de los límites adecuados que no constituya una amenaza al statu quo.
En nuestro medio entonces, se han tildado de “populistas” todos los proyectos redistributivos de riquezas o de ingresos, que han ido más allá de lo convenido entre las oligarquías para mantener el orden establecido. No por casualidad, ese discurso aristocrático, en Venezuela como en todos los países, se esfuerza por unificar el significado de “populista” con los de “dictador” y “tirano”.
¿Socialismo petrolero?
La economía venezolana está levantada desde las primeras décadas del siglo XX sobre una sola columna que son sus inmensos yacimientos de petróleo. Esa economía monoexportadora, rentista y extractivista, marca todos los aspectos de su vida nacional: la sociedad, la política, la cultura y el territorio. Durante el siglo pasado ese país fue gobernado por oligarquías petroleras voraces que solo en las mayores bonanzas exportadoras dejaban gotear algo hacia los estratos bajos de la población. Ese modelo de desarrollo era funcional a las clases dominantes y al mismo tiempo estas, defendían y hacían lo posible por mantenerlo. El modelo generaba dependencia de los mercados internacionales del crudo e inestabilidad económica interior, pero esos nunca fueron problemas para los magnates que quitaban y ponían los gobiernos porque finalmente, como ocurre en todas partes, los que pagan las crisis son los pobres.
Cuando el chavismo accedió al poder en 1999 se echó encima esa carga inmensa de transformar la sociedad venezolana desde sus cimientos, lo que implicaba cambiar un modelo de desarrollo enraizado en lo más profundo de la historia pasada. No se puede sin faltar a la verdad, negar los esfuerzos del gobierno por incentivar la producción agraria e industrial, pero la otra cara de esa verdad es la del fracaso, porque al día de hoy, esa economía sigue siendo esencialmente rentista y vulnerable a las fluctuaciones de los precios internacionales, con graves consecuencias tanto para el conjunto de las políticas económicas, amarradas de mil maneras a las cotizaciones externas del crudo, como también para la sociedad y la política.
La transición Chávez-Maduro en 2013 fue particularmente problemática para el chavismo en lo social y en lo político. La oposición estuvo cerca de ganar el palacio de Miraflores y rechazó los resultados a su manera: con muertos y heridos. Ese mismo año sobrevino la crisis de los precios internacionales del petróleo que apenas en estos días, muestran una mejoría muy leve. Como consecuencia de esta baja, el ímpetu de las políticas sociales gubernamentales se ha frenado, aunque manteniendo en lo fundamental los triunfos alcanzados con rapidez en años anteriores, tanto en subsidios a alimentos como en salud, educación y vivienda.
La debilidad de la macroeconomía venezolana con sus altos índices de inflación y su inestabilidad monetaria son el “coco” que el chavismo no ha podido espantar. Un experimento socialista es insostenible sin una base social productiva que rompa la dependencia alimentaria y energética, y ponga el país a salvo del desabastecimiento y los saboteos, tanto internos como externos. Ese talón de Aquiles es bien conocido por quienes buscan el golpe de estado en el país vecino y no han dudado en martillar duro sobre ese punto.
Una de las formas de lucha predilectas del antichavismo, con la música de fondo de los medios sobre la “crisis humanitaria” ha sido la guerra económica, bajo la forma del acaparamiento, la manipulación de precios y el ocultamiento de productos básicos para la población. Esas estrategias delictivas obligan al gobierno a imponer controles y racionamientos que, bien lo saben los opositores, le generan desgaste y mala imagen pública. Es un juego sutil que hábilmente Maduro y sus asesores, en parte han aprovechado para construir poder popular a través de organizaciones comunitarias carnetizadas que vigilan y controlan la distribución de bienes básicos.
Un modelo de desarrollo, más aún si es extractivista, no se puede cambiar como si fuera un traje. Pero el chavismo no podrá garantizar su subsistencia, si por lo menos en el mediano plazo no avanza en la diversificación de su economía y en agregar valor a sus materias primas exportables, que son muchas más que petróleo crudo.
El escenario inmediato: el agrio y el dulce
La Constituyente elegida el 30 de julio, fracasó en su objetivo de convertirse en la gran mesa de negociación multisectorial que aisle definitivamente a los violentos y reconduzca la vida institucional de Venezuela. Otra cosa es su legitimidad jurídica y política, su carácter popular y territorial indiscutibles. Sesionará hasta que el nuevo texto constitucional esté redactado. La oposición continuará convocando movilizaciones que toda la opinión pública sabe, son violentas o degeneran en vandalismos. Violencias y vandalismos que no serán condenados por los antichavistas de ningún lugar del mundo y al contrario, serán mostrados como actos heroicos de una juventud libertaria y generosa dispuesta a sacrificar la vida por su pueblo.
Si no fuera por el aire que reciben desde fuera, las formaciones opositoras violentas por sí solas, estarían condenadas a apagarse en sus propias llamas, debido al aislamiento progresivo y el desgaste que vienen sufriendo desde semanas atrás. No todos los sectores que agrupa la MUD ven con simpatía esa estrategia de destrucción y muerte que tanto afecta bienes y personas ajenas al gobierno, por eso hay en su interior una división latente que cuando pase este temporal, seguramente se va a expresar en forma abierta.
Pero el sector más duro de esa coalición, que mantiene abierta la convocatoria a la lucha callejera, mejor sintonizado con el antichavismo exterior, mantiene la lógica del golpe por golpe y del “es ahora o nunca”. No se van a dar pausa y buscarán afectar a la propia Asamblea ya instalada.
Luego de abstenerse de participar en este proceso, en el corto plazo solo aparece el escenario de la lucha electoral por representaciones regionales, que de no ser asumido, va a marginar políticamente a la MUD por largo tiempo y de contera, a estimular su proyecto de tumbar el gobierno a través de la fuerza. Hasta ahora, los mensajes no son claros, pero están llamando ya a tomarse las calles contra un supuesto fraude, igual que siempre lo han hecho en todas las elecciones pasadas para mantener el ambiente insurreccional. Es la única bandera que pueden desempolvar hoy para mantener el orden público bajo amenaza.
En este contexto de sesión bajo asedio, la Constituyente ofrecerá también oportunidades al chavismo para una recomposición política y organizativa, que bien podría empezar por evaluarse y someter a crítica sus propias omisiones y realizaciones, tanto en el plano tan delicado de la economía como en aspectos de la dirección, los métodos y los sistemas de representación internos y hacia afuera, que tanto se polemizan entre las Izquierdas latinoamericanas.
De conjunto, la oposición interna se ve cada vez más desorientada, lo que no significa una mengua de su capacidad de daño. Incapaz de deslindarse de la violencia y de condenarla, tiende a convertirse en marginal frente a un proceso constituyente que al concentrar un poder legitimado en las urnas, va a ser protagonista de la toma de decisiones en el futuro inmediato. El futuro de la oposición entonces, depende en lo fundamental de los apoyos que le lleguen de fuera, del oxígeno que le den las injurias, las calumnias y las sanciones contra el chavismo provenientes de los poderes imperiales, como se observa a las claras con la película tantas veces repetida del fraude electoral.
Si bien la Constituyente es un fracaso como escenario de reconciliación, es una dura derrota para el proyecto de tumbar al presidente Maduro e impedirle que gobierne hasta el último día de su mandato en 2019. Es ahora el chavismo el que ha quedado con la iniciativa, así tenga que seguirse defendiendo como gato patas arriba, principalmente de una andanada mediática externa que no tiene precedentes en el mundo.
La fuerza de la Asamblea Nacional Constituyente y sus primeros resultados deben ser tan significativos, que logren atraer a sectores de oposición a un ejercicio de diálogo, o a desistir por lo menos del proyecto violento que los ha animado. Será fundamental para el chavismo, en esa perspectiva, romper el cerco mediático, logrando que no solo su voz sea escuchada, sino también la de la América Latina rebelde que en todos los países se está expresando en defensa de Venezuela, pero es inexistente para las burguesías que monopolizan el ciberespacio y han convertido la información en parte intocable de su patrimonio privado.