En Colombia hay casos donde la justicia ha estado correcta, desde su interpretación, tipificación, hasta las condenas impuestas. Pero también es deber decir, que son más los casos "públicos" donde la justicia se equivoca de manera intencionada y grosera, con el agravante de generar antecedentes nefastos que servirán de excusa a futuro, que quedan inmortalizados en el imaginario de una sociedad que pierde la fe en la justicia.
Casos de violadores, que cometieron aberrantes crímenes y obtuvieron el beneficio de casa por cárcel. Grandes empresarios de fondos privados, que roban miles de millones de pesos a cientos de personas, pero que luego de cometer múltiples delitos terminan siendo víctimas y hasta disculpas les debemos, sin contar que sus cárceles son mejores que millones de viviendas de gente de escasos recursos.
Otra vez el caso, desgraciadamente, es el del señor Álvaro Uribe Vélez, expresidente de Colombia y actual senador —dicho sea de paso, ese título de senador debería servir para dar ejemplo de rectitud y coherencia—. Vamos a recordar lo sucedido entre el periodista Daniel Coronell y los voraces ataques del señor Uribe por medio de Twitter, que terminaron en una denuncia del periodista por los cargos de injuria y calumnia. En primera instancia, en el año 2016 la Corte Suprema se inhibió de investigar al expresidente y en 2017 el mismo tribunal sentenció la denuncia al olvido, al negar una acción de tutela (Corte Suprema se inhibe en caso Coronell vs Uribe y Corte rechaza tutela en caso Coronell vs Uribe).
Para un análisis más completo de lo que sucede en Colombia con Uribe hay que poner contextos y límites.
El primero, cuando una persona se arriesga a ser figura pública, y más si es funcionario público, entiende que su vida privada, sus acciones y su entorno, estarán bajo la lupa de toda una sociedad. Para esto no hay excusa ni tratamiento, siempre será así. Hay que subrayar que Uribe no tiene el mismo límite de las demás personas, porque él eligió exponer su vida privada cuando fue presidente, cuando modificó la Constitución para seguir siéndolo y una vez le falló la reelección indefinida, en su hambre de poder y de su idea que solo él puede hacer las cosas bien, se volvió senador con el argumento barato de defender la patria. Por esto, por lo que sucedió en su gobierno, por lo que hicieron sus funcionarios y familia, debe ser sometido a la investigación y la crítica de una sociedad que no toda traga entero. En este sentido, el periodismo es fundamental para garantizar la verdad y Uribe no puede apuntar su ráfaga cuando se hable de él. Además, se ha visto que mecanismos legales no le sobran para defenderse en un marco constitucional, por lo cual garantías tiene.
Y segundo, una persona con tan altas dignidades y con una gran masa de fanáticos —porque eso son— debe ser cuidadoso de sus dardos, porque pueden convertirse en cañones o balas apuntando a personas que no comparten su manera de ver las cosas. En este sentido, Uribe es responsable por cualquier cosa que pase a los comunicadores o personas que lo investigan o critican, porque más allá de definir si sus trinos o palabras sean injurias o calumnias, si son armas letales, son razones para que la horda de fanáticos ataquen, o pregúntenle a Popeye.
Con lo anterior, puedo decir sin lugar a dudas que los argumentos que esgrimió la Corte Suprema ocasionaron un daño irreparable a la justicia, no solo para el caso Coronell sino para los que vienen. Me refiero expresamente a lo citado en el periódico El Espectador en su edición digital del 7 de diciembre del 2016 —primer link descrito arriba—:
"Al final, la Corte se inhibió de investigar a Uribe Vélez al asegurar que los trinos en cuestión “fueron más producto de la emoción que de la reflexión” y reiteró que “no toda opinión causante de desazón, pesadumbre o molestias al amor propio puede calificarse de deshonrosa”
En palabras masticables, ojo por ojo, diente por diente, o mejor dicho, ira e intenso dolor como justificante para atacar a diestra y siniestra. Ese argumento de la Corte, de que Uribe, en razón a su emoción, tildó de mafioso a Coronell, sin referirse a la organización delictiva, no es nada más que una burda excusa para no investigarlo. Para la Corte Suprema resultó poco interesante que Coronell es un periodista, investigador y que con pruebas ha escrito sobre Uribe. Tampoco fue pertinente relacionar otros trinos, donde Uribe sí relaciona a Coronell con Perafán, lo cual sí indica la posible conexión con un cartel con nombre propio. Y Coronell, al igual que millones de colombianos, no obtuvo justicia, sino un portazo en la cara que dice "a este señor no se toca".
Pero el antecedente de ese triunfo ante una justicia ineficaz y amañada a favor de los grandes, en este caso de Uribe, se puede ver fortalecida con el caso del periodista Daniel Samper Ospina, al que el Uribe tildó de violador de niños, y donde en declaraciones para la prensa, la estrategia será legítima defensa a favor de terceros, ya no es amor propio, es amor al mundo (Estrategia Uribe vs Samper Ospina). Estamos ante una nueva modalidad de pistoleros, con permiso para disparar a donde les plazca y Uribe será el nuevo Llanero solitario o Robin Hood. ¿Me pregunto si la Corte Suprema mirará de igual forma, si yo en calidad de ciudadano, lleno de ira y emoción negativa por lo sucedido con las madres de Soacha en el gobierno de Uribe, insulto, agredo, injurio y calumnio al expresidente?, ¿tendré la misma valoración?