Arribismo vegetal

Arribismo vegetal

Solo un sancocho educativo como el que se sirve en colegios y universidades deja que sobrevivan ideas como que la teoría de la Evolución de Darwin tiene un parecido al nazismo

Por: Ernesto Vega
julio 19, 2017
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Arribismo vegetal
Foto: 123RF

Ese método de enseñar por ‘encimita’, por cumplir con el programa de la materia, o con los objetivos del Ministerio de Educación es el responsable de semejante atrocidad.

Si un estudiante, o profesional (para allá voy), colombiano, a la fecha, considera que la supervivencia de las especies tiene que ver con masacrar judíos, homosexuales o cualquier minoría, es porque estamos atrasados en cuestión de educación.

Más jodidos que lo que muestran las pruebas Pisa, sí señor.

El problema no es que el alumno se pregunte por una base científica (que no hay) en la sed de odio y violencia de Hitler. Eso es curiosidad. Y gran parte de los académicos en el mundo se lo han preguntado también.

El verraco problema es que si la Teoría de la Evolución Natural de Darwin y Wallace, en la que se basa toda la biología actual (la que preguntan en el Icfes), se enseñara bien, ella misma concluye que no hay parecido entre lo que piensa un científico y un dictador.

Ni siquiera Heisenberg, autor del Principio de Incertidumbre, pilar de la Mecánica Cuántica, y tildado colaboracionista nazi, se aproxima a lo inescrupuloso que puede ser un autócrata, o, para efectos de hoy, un político cualquiera.

Prefirió delatarle a Niels Bohr, otro padre de la Cuántica, que los alemanes querían que construyera una bomba atómica, en vez de morirse con la culpa. Lo irónico es que lo hubiera podido hacer en el mismo tiempo que tomó el Proyecto Manhattan.

Así de ético es un verdadero científico. No un tipejo que persigue la fama o el lucro.

Volviendo a Darwin, la Selección Natural —la base de su teoría— no solo propone una descripción biológica de la realidad, sino que tiene un abrumador sentido moral.

En resumidas cuentas, todos (no solo los humanos, sino todos los seres vivos en este planeta) tenemos un ancestro común. Pensar que hay una superioridad entre individuos de una especie, o entre especies, es una completa pendejada.

Rependejada, si existiera la palabra.

La ciencia (que seguro no le enseñaron en el colegio): las especies se adaptan a su entorno. La naturaleza no selecciona las más fuertes, sino las que mejor se acomodan para sobrevivir.

Los individuos de una especie que habitan un nuevo lugar van a intentar adaptarse, es una propiedad de la vida. Si no lo logran, se extinguen; si lo hacen, experimentan cambios en su cuerpo (ADN) hasta no poder reproducirse con sus ancestros. Breve.

Así de elegante es Darwin.

¿Pero cómo lo descubrió este principio? En parte cruzando palomas. Si uno selecciona un grupo de ellas con el pico corto, y las cruza por generaciones, va a resultar con una gran familia con este rasgo.

Eso se llama selección artificial. Y gracias a este proceso, en el Parque de la 93 se pasean mastines napolitanos, berneses de la montaña o ‘yorkies’, que comen más caro que usted, pero su ADN es casi idéntico al más chandoso de Fontibón.

Lo complicado es que una especie con un rasgo tan acentuado, no se adapta bien a los cambios de su entorno. En épocas de hambre, las palomas de pico corto, no van a poder sacar gusanos del suelo, y se van a morir, si no está Darwin para darles alpiste.

Ahora, fuera del laboratorio, el hombre ya hacía selección artificial. Un buen ejemplo, es la historia de los árboles en los cerros orientales de Bogotá.

A principios del siglo XX, las hoy reverdecidas montañas de la ciudad, por cuenta de las canteras, como Barro Colorado, se estaban convirtiendo en un peladero. Entonces, al Gobierno le dio por reforestar (¡Bien, bravo!), pero con especies de árboles extranjeras (la recontracagaron).

Y pilas, que esta idea no era tan desinteresada, porque la madera de los bosques que se iban a plantar ya tenía dueño. Nada en Bogotá es gratis.

En fin, qué trajeron estos ‘reforestadores’: eucaliptos y pinos, que sumados al retamo espinoso —que servía como cerca viva para los hatos de vacas— desataron una segunda crisis ecológica en los cerros, claro, después de la explotación minera.

Se lo pongo de este tamaño. Si estudia periodismo —solo por dar el ejemplo—, o es recién graduado, y vive solo, seguro se muere de hambre. Así que, cuando visita a sus papás, trata de comer de todo, porque se preparara para la inanición.

Más o menos, eso hacen los árboles invasores. Vienen de lugares donde no hay agua ni espacio en grandes cantidades, pero en la montaña estos recursos parecen ilimitados, y, por supuesto, los consumen para sobrevivir como especie.

Así, los eucaliptos y pinos, expertos en chupar agua, erosionan hectáreas enteras de cerros, y sus follajes se acumulan en una capa que sepulta el brote de las plantas endémicas, o propias de Bogotá, como el pino bogotano y el encenillo.

Es más, este ‘colchón’ de hojas arde muy fácil y complica extinguir los incendios en las montañas.

Lo más curioso es que las semillas de los invasores, sobre todo las del retamo —como si hicieran parte de un plan maquiavélico— sobreviven al fuego y crecen más rápido.

¿Acaso, que se extingan las plantas típicas de la montaña no hace parte de la Selección Natural?

No. Recuerde que los ‘reforestadores’, que a estas alturas de científicos no tienen nada, fueron los que la cagaron, no la naturaleza. Y este ‘arribismo vegetal’ les sale caro a los cerros. Y a usted.

Porque, ahí verá, si quiere una ciudad de incendios interminables y con trágicas avalanchas, porque, al parecer, hay una relación directa entre la firmeza de la montaña, y las raíces de sus árboles endémicos.

Ahora, quedan por fuera de sus preocupaciones, la falta de un techo y comida que viven los mamíferos, reptiles y aves de los cerros orientales y las quebradas, como La Vieja, cada vez que se pierde una porción de bosque endémico.

¡Ah belleza!

Bueno, ¿y por qué carajos toda esta carreta?, ¿por qué Darwin, Heissenberg, la ética y la ciencia, los cerros orientales?

Sencillo, porque no entiendo cómo a estas alturas del partido, sale el fin de semana una columna en EL TIEMPO, con el título Nazismo Vegetal, en la que se le reclama a la CAR por la tala de 13.000 hectáreas de cerro, la mayoría bosques de eucalipto y pino.

Pedro Miguel Navas, el autor, iguala esta medida a un exterminio, como el que efectuó Hitler, sino que de proporciones botánicas. Lo que faltaba.

Así que, estimado señor, Navas. Qué bueno que se preocupe por la naturaleza. Pero antes de escribir ligerezas, investigue. Repase la teoría de la Evolución de las Especies, para entender la importancia de una especie endémica dentro de un ecosistema. Para empezar.

No confunda el trabajo de Darwin y los ambientalistas con las locuras de Hitler. Segundo.

Y si tanto le duelen los árboles, como parece, no se enfrasque en llamar a la CAR ‘ecologistas de pacotilla’. Discuta con hechos. No haga parte de la estigmatización que promociona la Alcaldía de Bogotá contra los que protegen el medioambiente. Seguro, usted está más allá.

Recuerde que mientras su alcalde (al que usted le aportó un millón de pesos durante campaña, según la Silla Vacía) nunca discute temas como la reserva Van der Hammen desde la ciencia. Los ecologistas ‘radicales’ sí. Ahí verá si les cree.

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