Si pensamos un poco en el futuro pensamos en que vamos a ir al trabajo en cohetes o platillos voladores y manejaremos todo tipo de aparatos sofisticados. Bah, el futuro es ya, en el próximo segundo luego de que leas esto, el futuro es ahora.
Uno puede prepararse para el futuro proyectándose en el presente, adaptándose al presente.
Uno de los grandes problemas de la educación en el tercer mundo es que no está diseñada para la realidad concreta en la que estamos viviendo sino para otra realidad alternativa. Es común oír en colegios y universidades frases como “esto es lo último en Japón”, “esto es lo que se enseña en Europa”, “esto será una tendencia en el futuro”. La educación debe ser para el lugar donde se vive y para el tiempo en que se vive. Esto hace que sea aburrida, si acaso obsoleta.
Este es el precio que estamos pagando por haber entronizado la idea de progreso e innovación: despreciamos y nos sentimos avergonzados del pasado y cada vez más del presente.
Lo que estoy estudiando ahora no sirve en estos momentos y tampoco servirá en el futuro.
Con estas ideas es que un estudiante más o menos despierto resiste dentro de un plantel educativo en la actualidad, los niveles de frustración tanto en colegios como en universidades son cada vez más altos y solo son soportables por la alegría de socializar con otros pares.
Los docentes para contrarrestar esta situación recurren a todo tipo de argucias que redundan en el facilismo y la adulación dando como resultado unos estudiantes no solo mediocres sino también llorones, y frágiles, a los que el rechazo y la desaprobación les pueden conducir a una crisis existencial. Esta es la filosofía de vida millennial aplicada en los entornos educativos.
La educación para el futuro por lo tanto debe incluir, además de las habilidades tecnológicas, una serie de actividades en las que se pueda reforzar la capacidad que todos los seres humanos tenemos de soportar la frustración, de ser resistentes ante el rechazo, ante el fracaso, ante la pérdida; porque la realidad económica y social que se ve en el presente y se vaticina para el futuro no es una que sea fácil.
De nada sirve que nos digan: “¡Tú eres excelente!”, “¡Eres el mejor!”, si en realidad no lo somos. Esto sería un engaño que tarde o temprano se haría evidente.
Hablando con una profesional de la psicología, ella me ha dado dos datos que me han dejado impactado:
El primero es que la mayoría de población sufre de algún problema mental. Aunque lo sospeché desde un principio, aun así no deja de ser impresionante.
El segundo es que los psicólogos no pueden darles consejos a las personas para que salgan de la situación en la que se encuentran y por la que tanto sufren.
Entonces surge una pregunta: ¿Para que un psicólogo? La respuesta a esto es que los pacientes no aceptarían consejos pues su estado de insania mental (léase locura) no les permitiría aceptarlo. La locura es en cierta forma una especie de elevación potenciada del ego; considerar que uno mismo es el centro de todo, una situación en la que quien la padece no acepta una realidad diferente a la propia o que todas las realidades están supeditadas a él mismo. Para un loco lo que él hace no solo es lo mejor sino lo único que existe y para ello recurre a todo tipo de comportamientos excéntricos que van desde la auto exaltación hasta el auto desprecio, que en el fondo se hace por llamar la atención.
Son muchos los estudiantes que se desmotivan porque un docente no les pone la nota que ellos creen merecer, algunos incluso llegan a sufrir trastornos mentales cuando se enteran que la nota para que la que tanto se esforzaron y se esmeraron no fue tal sino que fue una inferior, se les hace difícil aceptar que su criterio a la hora de juzgar sus propios trabajos no es tan bueno como ellos creían. No por nada una escritura sagrada dice: “No seas un sabio en tu propia opinión”
Es necesaria entonces una educación que nos entrene desde muy pequeños a soltarnos, a desapegarnos de los resultados externos y nos enseñe a valorar más los logros interiores que los exteriores. Cuando un estudiante valora más la nota en la planilla del profesor que el propio conocimiento adquirido y persigue con desespero un puesto o una medalla más que el mismo conocimiento uno puede decir que hay un problema serio en el sistema educativo que pueden tener visos de demencial.
Se hace necesario y urgente un espacio dentro de los procesos educativos que nos permita hacer la suficiente reflexión y ejercicio de la gestión de emociones, sino pronto tendremos huestes de seres humanos desfilando a cortándose las venas y vacantes laborales sin ocupar por incompetencia laboral emocional.