Después de muchos años de alcaldías republicanas, en cabeza de Michael Bloomberg y Rudolph Giuliani, dos acaudalados representantes de la derecha americana, la gran manzana dio un viraje de 180 grados para entregarle el rumbo de la ciudad a un demócrata, Bill de Blasio.
Este cambio no tendría mayor importancia en el rutinario intercambio de los dos partidos que se turnan el poder en Estados Unidos, a no ser por las características del nuevo alcalde. De Blasio es un radical, casado con una poetisa afrodescendiente que alguna vez se declaró lesbiana. Hijo de madre soltera, De Blasio decidió abandonar el apellido paterno y además cambió su nombre de pila, en un gesto que parece un castigo ejemplar para ese hombre irresponsable que nunca vio por él, ni ejerció paternidad alguna, diferente de la genital.
Esto sucede en Nueva York, una ciudad cosmopolita habitada por gentes de todas partes del mundo. Una ciudad que ha aprendido a tramitar sus diferencias civilizadamente, lo que la convierte, como nunca antes y como ninguna otra, en un crisol donde se funden razas, culturas y credos.
Hace doce años la ciudad sufrió uno de los peores atentados terroristas de que se tenga registro en la historia moderna, el derrumbe de las Torres Gemelas por el ataque infame de un grupo fundamentalista islámico. Y, aunque la tentación inicial de la mano del alcalde Rudolph Giuliani, fue cerrarse y protegerse con celo de todo lo que pareciera extraño, muy pronto abandonó ese camino equivocado y hoy muestra otra cara, la de un centro de tolerancia e integración, abierto a la población inmigrante, tanto como para que en la última elección popular haya ganado un político tan atípico, con una carga simbólica tan importante para los nuevos tiempos, como lo es De Blasio.
Basta caminar sus calles, recorrer sus estaciones de metro, visitar sus lugares de interés para encontrar en cada esquina un latino, un hindú, un musulmán o un africano. Allá cabe todo el mundo y no se discrimina a nadie. Frente a la Estatua de la Libertad desfilan cada día cientos de miles de personas de la más variada procedencia y su fuerza laboral es una mezcla de idiomas y costumbres
En Nueva York se está consolidando una nueva Norteamérica, un nuevo país, una sociedad multiétnica y pluricultural como soñamos que fuera Colombia en nuestra Constitución del 91. Sin embargo, aquí no lo hemos logrado porque la procedencia étnica y la marca cultural son todavía en Colombia factor de discriminación y de exclusión, mientras en New York, al parecer, ya están consolidando una maravillosa Torre de Babel. Por esto cuando seamos grandes, como país, deberíamos parecernos a ella.
Comentario final: Un país que quiere desesperadamente la paz, no puede tolerar que la guerrilla esté fraguando el asesinato de Álvaro Uribe Vélez, en especial cuando en La Habana lo que se estudia es cómo proteger la vida de los que eventualmente dejen las armas para hacer política.
Rechazo cualquier plan para atentar contra la vida del expresidente y me solidarizo con él y su familia frente a los planes que denunció el presidente Santos. Toda Colombia debería hacer suya la frase de Voltaire sobre la necesidad de que exista y se respete el disenso: “No estoy de acuerdo con la forma en que piensa el expresidente, pero daría mi vida por defender su derecho a pensar de esa manera”.
Señores de las Farc: La paz es precisamente eso, dejar de matarnos por pensar distinto.
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