Todo nativo digital sueña con ser una celebridad de las redes sociales como Justin Bieber, o por lo menos eso es lo que parece; el ideal supremo es ser una persona muy influyente de la civilización digital; para ello, se necesitan 15 minutos de ciberfama para ganar renombre y dinero con el menor esfuerzo físico posible como sucedió con Justin Bieber.
Los inmigrantes digitales dicen que la juventud nació cansada, que lo único que sabe hacer es pasarse la vida manipulando el celular y publicando bobadas en Facebook.
Dentro de este grupo de extranjeros tecnológicos, yo agregaría que también hay un grueso número de personas que no saben manejar las herramientas de las nuevas tecnologías de la comunicación, la información y para el aprendizaje (tyca), tales como YouTube o el mismo Facebook, incluso; ellos son analfabetos digitales, sus nietecitos de tres años saben más.
En el primer grupo están las personas nacidas entre 1940 y 1980, mientras que en el segundo encontramos a las nacidas entre 1980 hasta la actualidad.
No intento justificar lo injustificable, ni más faltaba. Pero muy a despecho de lo que piensan los inmigrantes digitales, el homo sapiens digital ha desarrollado lo que se ha dado en llamar ciberhabilidades. El aborigen digital las cultiva muy bien. Dedica horas y días enteros puliendo sus destrezas electrónicas. Para él, el celular es su cerebro auxiliar. El celular es una prolongación de su cerebro.
Cuenta la leyenda urbana que a Justin Bieber lo descubrió su mánager Scooter Braun en YouTube cuando por accidente vio uno de sus vídeos y se dio a la tarea de localizarlo en Ontario, Canadá, donde vivía con su madre soltera. En realidad, la madre de la estrella del Pop era la que subía los vídeos a YouTube. Justin alcanzó la cúspide de la popularidad, pero ahora no está ahí. Lo han destronado.
Justin Bieber ha perdido brillo y gracia. Ahora sus diabluras provocan el rechazo de sus propios seguidores; algunos de sus fans ya están casados y con hijo. Sus travesuras despiertan mucha antipatía, porque ya no es un es un adolescente. El pasado 1 de marzo cumplió 23 años de edad. Su voz ha dejado de ser infantil y ya no saber cantar con voz de niño. Su canto no suena afeminado, porque prácticamente nadie le ha enseñado la técnica para cantar con voz de falsete.
Bieber se montó en la caravana de Despacito, pero de nada le ha servido. Se comenta que el intérprete original de Baby no se sabe la letra de Despacito, el éxito de los puertorriqueños Luis Fonsi y Daddy Yankee. En YouTube hay vídeos en los que sale cantando en vivo cosas diferentes a las que dice la canción.
Este muchacho creció sedado por la gloria. Y él mismo se cree un dibujo animado. Su vida la volvieron trizas desde el plano mental. Justin Bieber no tiene personalidad. Es un títere. Fue una gallinita de huevos de oro de mucha gente. Se sabe que su madre, Pattie Mallette, y los pastores de su iglesia le pedían mucho a Dios para que Scooter Braun fuera el manager de su hijo.
Antes de conocer a Braun, Justin ya había aprendido por su propia cuenta a tocar el piano, la guitarra, la trompeta y la batería. Pero hoy por hoy su gran herramienta de trabajo está volviéndose obsoleta e inservible. Su voz actualmente no tiene la efectividad de antes, ya no es la misma de cuando tenía 13 años.
Justin Bieber es un Peter Pan, que no quiere envejecer. No admite que ya no es un chico. ¡Pobre baby!