El búho de Minerva en el bosque colombiano afirmaría que las FARC han triunfado.
El andamiaje estatal, corporativo, militar, cultural y mediático alcanzó un nivel de armonización impresionante a la hora de convertir a las FARC en el enemigo público número uno, por encima de asuntos materiales que afectan el día a día de los colombianos.
Su victoria fue esa, enfocar la atención de la gente en las FARC, en vez de la miseria, el hambre, el desempleo, la injusticia rampante y sonante, la corrupción más descarada y la exclusión absoluta de las decisiones principales de la vida nacional.
Por fortuna, la comandancia de las FARC supieron encauzar el diálogo con un gobierno encabezado por un personaje impredecible como Santos, perfecto traidor y mentiroso sin par, al que, no obstante, quizá algo bueno le quedó de su tránsito por la literatura y su oficio de periodista.
Puede ser Juan Manuel Santos muestra de que los hombres más mezquinos albergan en su alma algo de bondad o algún sueño que los motive a alcanzar el Olimpo, aún a pesar de sí mismos y de su clase. Este presidente traicionó a su clase, quiso la grandeza de un país sin el lastre de la guerra de la que su familia, su clase y él mismo se nutrieron, reprodujeron y lucraron.
La comandancia guerrillera siempre apostó a la solución política y negociada, desde Marulanda, Jacobo Arenas y Alfonso Cano, éste último masacrado por el Premio Nobel de Paz 2016.
Timochenko, el Secretariado y el Estado Mayor Central supieron maniobrar, como buenos conductores, el carro de la paz para no echarlo por el primer despeñadero que causara la ambivalencia del Gobierno o las falacias de los enemigos de la paz. Pablo Catatumbo jugó un papel clave en los inicios del proceso (en el entender de Henry Acosta), sin su determinación y la de muchos en el anonimato, el proceso no hubiese sido posible.
¿Por qué la victoria de las FARC?
Sencillo, no fueron derrotadas a lo largo de 53 años de guerra desigual y asimétrica, entendieron que la batalla cultural e ideológica no podía darse lejos de las ciudades y, sin capitular ni entregar sus principios, se abrieron camino a la lucha por el gobierno y el poder en el marco de la legalidad, no porque la vía insurreccional fuese inicua e inocua, sino porque entendieron, con la cuota necesaria de crudo realismo, que en este momento y con los medios empleados no se vislumbra su concreción inmediata en el tiempo.
El poder político está en las grandes urbes, no en el campo, las grandes multitudes también, que es lo que se necesita para las grandes transformaciones.
La victoria de las FARC será definitiva y se verá con nitidez si logran mantener su unidad interna y convertir ese potencial en un poderoso partido y/o movimiento que encauce las profundas y dolorosas frustraciones de los millones de colombianos condenados al oprobio y la desesperanza en la indignación y movilización más grande que acuda a las urnas y a las calles a hacer pagar a los verdaderos culpables de nuestro fracaso como nación.