«Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo». El proceso. Franz Kafka. 1925
La Universidad Nacional de Colombia únicamente se pudo haber fundado en época radical, en ese 1867 de reforma universitaria auspiciada por el liberal José María Samper, con la promesa de gratuidad que entrañaba democracia en la enseñanza, ideales ilustres que prosperarían con el pronto rectorado de don Manuel Ancízar y una premisa cardinal: libertad de cátedra, aunada a la modernidad, la investigación, el bienestar, movimiento que aunque novísimo: suspendido en el sopor de su tiempo.
No fue hasta 1944, más de 70 años después del nacimiento del claustro madre (y luego de cientos de ignominiosos intentos fallidos por procurar su cierre, hoy leitmotiv: crisis económicas, desprestigio político, ostracismo laboral), que una mujer logra titularse de abogada: Gabriela Peláez Echeverri, cuya tesis de grado retumba hoy por la abyección de los presentes días: “La condición social de la mujer en Colombia”.
150 años de fundada, y hoy pervive en amenaza latente, en una zozobra constante, como advertida por el establecimiento: «eres una molestia», «reducirte queremos», «eliminarte procuraremos»; admonición de similar indignidad se cierne sobre sus estudiantes, profesores y egresados: «deja de analizar», «no reivindiques los subalternos», «trabaja para el capital», «sométete»; y para este cometido vil engrasa su maquinaria alineándola contra el pensador, el investigador, el artista, el escritor, el crítico examinador de la réproba realidad en que se vive y no teme alzar su voz de advertencia; entonces viene el proceso penal, la censura social, la deshonra mediática, la tacha moral, el descrédito académico, la imposibilidad laboral, la desfragmentación familiar, la condena pública, la muerte.
Pero ante la intimidación, la provocación, y los ataques, la Universidad Nacional sostiene una fiera respuesta: la porfiada resistencia, contener con pasión los embates, mantenerse obstinadamente íntegra y coherente, pues la fuerza que la mueve está más allá de la economía, de la anquilosada burocracia, de la descompuesta política, poco le importa si mueve un ministrico, o si se le elije un magistradito, o si se le hacen donaciones deleznables, ¡no!, su fortaleza viene del amor puro, de las firmes raíces del compromiso social.
Y así llegamos al presente que condensado se vuelca en su iniquidad sobre cuatro mujeres que asumieron como suyo el amor que mana de la Universidad, y por esta insolencia son ahora inculpadas: por su rebeldía, por su consciencia, por su excelencia, por su amor. Siete décadas tardaron para graduar a la primera abogada, y ahora nos las encierran, otras tantas debemos esperar para salir de la infinita modorra que nos oprime la razón y reconocer que la Universidad Nacional de Colombia no es un pesado lastre de oprobio, antes bien: un sentido de orgullo.
A las cuatro compañeras señaladas de ser integrantes del virtual Movimiento Revolucionario del Pueblo, solo resta declararles una sentencia:
¡Resiste Natalia!
¡Resiste Alejandra!
¡Resiste Lizeth!
¡Resiste Lina!