La vida como fenómeno que nos permite existir, ocupar un tiempo-espacio, percibir, ser influenciado, y pensar el "todo" posible. Nos metieron el cuento estúpido de la eficiencia en el mundo de la hiperproducción industrial y el consumismo compulsivo.
En ocasiones no vemos más allá de nuestra más inmediata circunstancia. Es como el mosquito que por su tamaño le es imposible ver el velo que se interpone entre él y la ventana que lo conduce a la libertad. Ve la luz y la sigue, conoce la dirección a donde debe dirigirse pero incapaz de tomar distancia para dimensionar el obstáculo, recurre al único mecanismo de defensa posible: el vuelo furioso, inquieto y ligero, que le permita jugar con las matemáticas para que le provea nuevas posibilidades de superar el obstáculo y alcanzar la tan anhelada libertad. Es el movimiento aparentemente errático el que altera el escenario de probabilidades de solución. Aquí la eficiencia no cuenta. Solo es posible la persistencia, aun a costa del derroche de energía al generar nuevas posibilidades. Su secreto consiste en lanzar muchas veces los dados para hallar la solución correcta. El movimiento se compara en este caso con la iniciativa y la innovación en la creación de nuevas opciones. Un único problema visto desde diversas perspectivas. A veces la vida es eso: un juego que nos atrapa en momentos y circunstancias que nos impide tomar distancia para dimensionar su magnitud y pensar la solución. Y a veces también pensando economizar energía y recursos, nos vemos paralizados por la búsqueda de la solución "perfecta" pero también imposible, improbable o impráctica. Lo perfecto es enemigo de lo bueno, y lo óptimo enemigo de lo práctico. A veces es mejor hacer algo a costa del fracaso y la frustración de las equivocaciones, que no hacer nada pensando en la llegada de la solución perfecta por inspiración divina.
Es la misma filosofía empresarial la que se ha encargado de hacer del trabajador moderno personas intolerantes, temerosas y frustradas. El error y los tiempos de aprendizaje son considerados una derrota, la pérdida de tiempo, o un insulto a la inteligencia humana. Siguiendo la filosofía de la búsqueda incansable de la calidad, se somete al empleado a un choque de fuerzas contrarias. Por un lado la inevitable curva de aprendizaje (el logro de la perfección requiere un tiempo), y por el otro, la búsqueda constante de soluciones baratas, efectivas e inmediatas. El mosquito hace tantos intentos como le sea posible sin importar el costo (en su caso energético). Los seres humanos quieren saberlo todo ya, de ser posible gratis, y que además provea solución a un número grande de problemas.
¿Qué tan cerca estamos de la tan anhelada perfección en la búsqueda de la calidad?, ¿cuántos recursos (humanos y ambientales) se pierden en ese proceso?, y ¿qué tanto daño hacemos al planeta y la sociedad? Es decir, produciremos con excelencia en fábricas atestadas de robots, pero sin empleados. ¿Serán los robots quienes impulsen el consumo para que la dinámica económica del mundo siga su marcha?. Veremos el mundo como una especie de paraíso: sin obreros, y con gente preparada para producir bienes y servicios de alta calidad. Pero, ¿qué ocurrirá entonces con los miles de millones de personas que no tienen acceso a una educación de calidad y que por ello mismo no pueden acceder ni a un trabajo en fábrica ni tampoco en empresas de servicios?
Veo al mundo atrapado en la paradoja del mosquito que por hacer más, hace menos.
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