¿Momento para los disconformes? Apuntes sobre el panorama político en Colombia

¿Momento para los disconformes? Apuntes sobre el panorama político en Colombia

"Lo que nos ha sido heredado poco o nada entiende el momento que se está configurando en el país"

Por: Pedro Rojas Oliveros
junio 20, 2017
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¿Momento para los disconformes? Apuntes sobre el panorama político en Colombia
Foto: iStock

Es bien conocida esta idea que Marx sostiene al inicio de uno de sus textos más leídos: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado”. La idea es un poco frustrante, pero bastante próxima a la realidad. Gozamos de ciertas libertades de elección (o al menos eso nos han hecho creer) pero d´habitué, nuestra baraja de opciones es bastante reducida y aburrida. El espectro político es una muestra de ello.

Es tan cierto que hacemos nuestra historia con lo que nos es heredado, como es cierto que aquello que heredamos se resignifica, muta o sencillamente, se agota. Así ocurre con nuestras prácticas culturales más cotidianas como la alimentación, la sexualidad o la tecnología: valoramos el pasado, pero la mayoría aplaudimos el cambio. El progreso.

En política no puede ser diferente. No se trata de un capricho. Lo que nos ha sido heredado poco o nada entiende el momento que se está configurando en el país. Aunque principalmente, no me refiero solo a la reconfiguración del panorama político producto de la desmovilización de las FARC-EP. Pasa por ahí, pero la ruta es más larga. Cuidadosa y regularmente se instaló en el discurso público la idea de que las FARC eran el enemigo número uno de nuestro Estado, de nuestra sociedad, de nuestra cultura, de nuestro proyecto de nación. La guerra, la corrupción, la falta de infraestructura, la violencia en general, todos los males nacionales tenían un causante principal: las FARC. El hecho de que su estructura militar esté en proceso de desmonte, deja un vacío que los diversos sectores políticos insisten en llenar y que, según parece, se convierte en prioridad para las presidenciales que asoman.

Por ejemplo, la coalición que torpemente buena parte de la prensa nacional ha denominado como “centro-izquierda” (integrada por Fajardo, López y Robledo) intenta que el vacío del enemigo nacional sea llenado por los corruptos. La corrupción como el mal de males. Por su parte, los representantes de la derecha insisten en cercar el espacio que ocupa el enemigo nacional para que las FARC no puedan salir de allí. El terror al castrochavismo parece ser el obstinado recurso para ello. La ideología de género, el ‘exceso’ de las libertades y derechos para “las minorías” y el temor a la protesta social refuerzan la estrategia. Para los liberales (desde el viejo Partido hasta la Unidad Nacional) el enemigo lo integran por un lado aquellos quienes quieren hacer trizas los acuerdos de paz y por otro, los grupos sociales organizados que de manera juiciosa se oponen a las políticas económicas neoliberales. En una línea similar en lo que a los Acuerdos se refiere, avanzan con perfil izquierdo Gustavo Petro, Clara López y Piedad Córdoba quienes al discurso antielitista habitual han articulado la defensa por lo acordado en La Habana para dar la sorpresa en 2018.

¿Qué papel desempeña la sociedad civil en todo esto? No soy muy viejo, pero es difícil para mí recordar otro momento de la historia reciente en el que la movilización de diversos sectores de la sociedad se encontrara tan latente. Solo por hablar de un ejemplo, las protestas, plantones o marchas han dejado de ser un recurso exclusivo de la izquierda, los estudiantes, los sindicatos y las organizaciones étnicas para ser ejecutado sistemáticamente por los más conservadores: marcharon contra las tales cartillas, contra el matrimonio igualitario, contra el proceso de paz, contra el gobierno de Santos (a quien, vaya usted a saber cómo y por qué, consideran de izquierda) y, según parece, viene más movimiento en las calles promovido por figuras como Alejandro Ordóñez o Viviane Morales.

El paro agrario, el de transportadores y recientemente el de los maestros. Las prácticas de desobediencia civil en Quibdó o en Buenaventura. La liberación de tierras de los Paeces en el norte del Cauca. Revocatorias, cabildos, plebiscitos, consultas. Al parecer, de manera etérea y desordenada se instala en el espacio público una aparente demanda de pluralidad: política, religiosa, sexual, étnica… Demanda de pluralidad que se cruza, se choca o se complementa con las habituales denuncias de corrupción, con las demandas de mejoras salariales, de reformas estructurales. Sería muy ingenuo preguntar ¿está la pelota en el campo de la sociedad civil?

No peco de optimista. Mucho menos niego o dejo de lado los poderes fácticos, nuestras estructuras radicalmente conservadoras o el hecho de que tenemos un gobierno de derecha cuya oposición más visible se la hace la ultraderecha. No. Pero tal vez sí podemos estar ante un momento particular en el que la coyuntura y ciertos recursos (simbólicos, redes sociales, medios de comunicación alternativos, instituciones abiertas) permitan que se instalen en el espacio público debates que antes no se daban o que, sencillamente, eran bloqueados para no hacerse públicos. Dice Sidney Tarrow que aquellos que manifiestan descontento encontrarán oportunidades favorables no solo cuando está pendiente una reforma, un cambio, sino también cuando se abre el acceso institucional, cuando cambian las alianzas o cuando emergen conflictos contra las élites ¿No les suena un poquito familiar?

Así las cosas, ¿qué relación existe entre esos discursos heredados que los representantes políticos quieren vendernos para las presidenciales y las demandas de los diversos sectores sociales? Un poco extrapolando a Paulo Freire, lo que puede llegar a ocurrir con este panorama es que la ciudadanía se harte de hacer las veces de contenedor vacío en el que los representantes políticos tradicionales vierten sus discursos, sus visiones y sus intereses; tal vez lo que esa ciudadanía puede llegar a exigir es que sus contenidos —sus demandas— sean, por lo menos, atendidos.

Lo que veo es un potencial. Un potencial de disconformidad que históricamente ha aparecido y desaparecido, pero cuyas características de hoy plantean un panorama político poco conocido, poco explorado. Puede ser exagerado, estúpidamente optimista o toscamente ciego, pero aprecio este como un período de productividad, de proliferación de acciones colectivas, de iniciativas absolutamente fabulosas desde el punto de vista de la emergencia de nuevos actores políticos. Dijo alguna vez Guattari: “Es la revolución molecular: no es una consigna, un programa, es algo que siento, que vivo, en algunos encuentros, en algunas instituciones, en algunos afectos, y también a través de algunas reflexiones”. Es solo eso.

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