El mundo político se asemeja a una rueda de Chicago, transportando sistemáticamente diferentes eventos producidos por las confrontaciones sociales, que a diario dan a los medios de comunicación, intérpretes jurídicos, pontífices sociales, analistas económicos, comentaristas y hasta columnistas; suficiente material especulativo para inferir criterios, generar nuevas escenarios consecuentes o dogmatizar sobre la conducta generalizada del conglomerado social.
Realmente existe una extraña línea de demarcación, desde el punto de vista que se reflexione. Se puede llegar a concretar extremos y situaciones totalmente antagónicas, así: del orden se pasa fácil al desorden, de la alegría a la tristeza, de hacer a no hacer, de la paz a la guerra o viceversa, solo que siempre existirá un elemento puente que hace fácil o difícil el tránsito de uno a otro.
Colombia ha estado experimentando esa reiterada confrontación de valores sociales exteriorizados en la política, acentuándose el efecto con el concepto que ahora se difunde, como si fuera una caracterización de la vida normal de todos los ciudadanos: La polarización política.
Tomar posición como si el escenario político fuese una trinchera que deslinda a la libertad individual, para alinearse en uno de los dos bandos, realmente riñe con la afirmación del país demócrata al ir en contravía de los mismos principios constitucionales, rectores de la convivencia, los partidos políticos, el bienestar general y la misma dignidad de un pueblo.
Diferente es el debate, la controversia, la argumentación y su respuesta dentro de la actividad y en los escenarios del congreso, por ejemplo, en el entender de hacer ver a éste como ejercicio para legislar, que nada se compadece con el propósito de los actuales parlamentarios de utilizarlo para resolver sus propias y personales desavenencias, que bien podrían ser definidas y concluidas en los correspondientes tribunales de justicia y no transferidas a concurrentes de la acción democrática participativa.
Se aproxima otra época de elecciones en el 2018, esta vez con la posible etiqueta adjunta de la obligada implementación de los acuerdos de La Habana, y lógicamente, nada más propicio para que se profundice en los resultados de la polarización, puesto que los principales protagonistas intentaran llevar sus disputas a todas las regiones del país, en ese afán mediático y perverso de enlodar el nombre del otro bando sin escuchar o meditar de su posición ideológica.
Se le hace llegar a la ciudadanía un mensaje contradictorio desde el mismo gobierno refutado por la oposición, hablar de paz en medio de la generación de odio, proponer persecución, acusaciones y acciones jurídicas, mientras se llama a la cordura y a la reconciliación, en medio de un caos de mentiras y trampas destinadas a extinguir cualquier intención o capacidad de reacción.
Dos príncipes: El uno repudiado y a veces flirteado, y otro con partidarios como recuas de mulas que solo saben seguir tras su derrotero, creyendo estar compartiendo la única y real verdad, mientras que un tercero en disputa, está al acecho para aprovecharse de las consecuencias y obtener su fin, así tenga que destruir el principal escenario.
Pero nada extraña en política, todo es posible y como en la rueda, lo que en un momento está abajo en otro estará arriba, dos titanes antes enemigos podrán ser mañana los “mejores amiguis”, porque al fin y al cabo, Dios los cría y ellos se juntan.