Debo reconocer, el señor Álvaro Uribe Vélez sí tiene logros en esta vida. Logró polarizar al país, logró que los ciudadanos tomaran partido, bando. Logró que existieran dos fuerzas en apariencia opuestas.
Entre líneas se aprecia mi postura frente al mencionado señor, y por tanto, he aquí que esta columna es una forma de trabajar para sanar este sentimiento que me invade, y que invade seguramente a muchos, muchos colombianos. Es un ensayo para volver a reunificar; a unir en vez de separar; a hacer alianzas; a trabajar por un bien común.
Reconozco su entrega (la de Uribe, por supuesto), su pasión, su convencimiento por un camino y una causa. Camino que no comparto; causa que es común a todos los colombianos —al decir todos, somos todos— y es el bienestar de cada uno, la equidad y las oportunidades a la mano. Se parece a las religiones, todas apoyan el amor y luego batallan por quitarle fieles a la otra, aduciendo su supremacía, su "verdad". Igual nos pasa a los colombianos, queremos un bien común pero anteponemos nuestra forma de ser y pensar queriendo imponerla.
En esto Uribe es el maestro que aman algunos, que rechazamos otros. Es el maestro severo, espiritual, que viene a traer el mensaje, y lo trae en forma de enfermedad: polarizando, dividiendo, separando.
Cuando a la enfermedad se le reconoce su utilidad —sí, la enfermedad es útil— ella desaparece solita. La utilidad de la polarización, es que permite no solo reafirmar nuestros valores, sino que nos da la oportunidad de escuchar lo opuesto, de conocer otras posturas. Si logramos ver lo positivo en lo que rechazamos, lograremos encontrar puntos de unión que nos hagan trabajar por un mismo objetivo.
En días anteriores cuando le expresé a mi profesor de escritura cuánto detestaba escribir crítica literaria, me dijo "solo cuando haga crítica sabrá su lado amable; para aprender, hay que hacer lo que no nos gusta" y heme aquí haciendo crítica y reflexión unidas. Al ver con profundidad la fealdad de la iguana en el árbol cerca a mi ventana, logro ver su esplendorosa belleza.
Lo anterior suena a pura retórica, pero se convierte en realidad cuando exploramos nuestro interior. Y es que la polarización que veo o vemos afuera, la llevamos por dentro. Vemos el odio que permea a... (NN), y no vemos el odio que tenemos hacia determinada faceta de nuestra personalidad. Vemos la corrupción de..., y no vemos cómo nuestro cuerpo se corroe con ciertos alimentos y bebidas. Vemos el orgullo desmedido en..., y no vemos como nos imponemos un ritmo laboral excesivo, descuidando nuestro propio ser, creyendo ser indispensables en lo que hacemos.
Veo el autoritarismo del señor Uribe, pero me cuesta reconocer lo que me impongo en mis emociones y pensamientos. Gracias al señor Uribe puedo reconocer y trabajar la tolerancia en mí, para que se refleje en los demás. Lo que hago en mi interior viaja y toca la puerta de otros seres humanos para que lo acojan o desechen.
Reunificar se convierte en la solución. Buscar puntos en común reunifica. Añoro los debates en que está visible la diferencia, pero que se centran en la argumentación y la búsqueda de soluciones, dejando de lado la palabra destructiva.
Como punto de reunión, el pensar que el señor Uribe es de corazón grande, me hace ratificar mi deseo de ser cada día más compasivo. Esto nos une. ¿Qué trabajaría en conjunto con Uribe? Todavía no lo sé, escucho propuestas.