Como si fuera poco, en el país donde el sindicato de educadores es víctima de guerra sucia, persecuciones, desapariciones y exterminios, también lo es de sí mismo: de la demagogia exacerbada de sus dirigentes, de su burocracia, la omnipresente corrupción y hasta de su poca imaginación.
Soy educador y dudo de casi todo. Por supuesto dudo hasta de mi correcta razón. Mas sin entrar en candorosas afirmaciones y vaguedades, dudo de que la huelga de educadores que hoy cumple 35 días llegue a buen término, acaso a un término que permita cantar, al menos, una victoria temporal a corto plazo.
Estoy consciente de que cada huelga es una batalla. Una tras otra. En un conflicto interminable. Me considero un educador promedio y creo que uno medianamente consciente asume esto como tal: Que una huelga no arregla todo, ni siquiera parte del problema. Reconocerlo me permite enfrentar cada huelga con el compromiso y la paciencia que requiere construir contra la corriente.
Lo digo porque en las huelgas anteriores veces dejé mi voluntad a la espontaneidad, al calor del momento, lo cual como a Hienas llamó a otros al oportunismo. Mi dignidad —en el sentido propuesto por el maestro Carlos Gaviria Diaz, esta es, inherente a mi capacidad de decidir sobre mí mismo (mi autonomía)— en manos de personalistas y particularistas. Según la RAE, el personalismo es una conducta caracterizada por el afán de destacar sobre los demás y de ejercer sobre ellos un cierto liderazgo, mientras que particularismo significa la preferencia excesiva que se da al interés particular sobre el general. Parece que toda plaza pública en Colombia, llámese como se llame y sea el motivo que sea, llama a la vaguedad y a la aparición de aquellos, precisamente por la ausencia de criterio de quien escucha y quien habla.
Creo me desacostumbré a ser aplausometro ambulante, con ansias profundas y genuinas de recibir un tamal o un jugo de caja y un poco de comprimida demagogia extrema.
Las exhibiciones de retórica de los directivos de Fecode en la plaza de bolívar y las plazas de las ciudades intermedias no me han satisfecho, por el mismo hecho de ser retórica. Lo concreto y con rigor no es lo típico de los dirigentes en las plazas públicas. Quizá producto del momento las palabras fluyen y encantan. Suenan convincentes. Y esperanzadoras. Y esto es parte del problema fundamental: ¿será que entregamos nuestra voluntad y nuestras fuerzas, cheques en blanco que luego son cobrados con fines particulares? Perogrullada que por obvia es más desconcertante cuando se es 1 entre 320 mil educadores.
Muy a pesar de que el presidente Rivas parece saber lo que dice —¿haciendo honor a su formación de abogado?—, a veces es mejor esperar lo peor para que lo que llegue nos coja preparados. No hay que olvidar que todas las decisiones pasan por una junta nacional en la cual pesan a veces y muy a pesar nuestro otros intereses: puestos en los cuales fuerzas económicas y políticas influyen más de lo usual.
Burocracia y corrupción en un sindicato de maestros no es anormal. Colombia es un país plagado de ambas, inherentes una de otra. Para los que les aterra que se socave la impoluta trayectoria de las instituciones, remota es la posibilidad de que haya institución pública o privada en Colombia que no haya tenido corrupción. En lo público, sus modalidades son tan extensas como las páginas de un proceso judicial o los señalamientos a los “buenos muchachos” de expresidentes innombrables. Era difícil que ante tal panorama algo se escapara de ese monstruo de cientos de miles de patas. Sin embargo, mi llamado es a que Fecode y sus directivas sean cuidadosas y no abusen de la paciencia de sus bases. Un caso de corrupción es aceptable, dos son las puertas del Uberrimo abiertas de par en par a la espera de un mesías cabalgando con su café en mano-sin regar una sola gota.
Cuando me preguntan si estoy en huelga porque Fecode está en huelga respondo que no. Respondo que mi huelga es la continuación de la histórica lucha sindical en Colombia. Que intento mantenerme a la altura y así reprochar cualquier manipulación a la gente. Por tal motivo rechazo el personalismo de Fecode.
Este ejercicio de retórica bien corto queda en comparación al de las directivas del sindicato en mención. Al menos espero haberle recordado al lector que en una huelga muy poco puede ganarse. Que el gobierno hará todo por dividir los sindicatos, que aplanará cualquier júbilo, y desaparecerá palabras como acuerdos o conciliación. Y que por otro lado el magisterio, maltrecho como ha sido su regularidad después de un paro, echará mano de sus bases, en un par de años, nuevamente intentando tapar su inocultable rol de ser su propio enemigo.