Si bien, siendo conscientes que en una batalla de opiniones no es el mejor escenario para dar con precisión un argumento objetivo, no es óbice para segmentar y discurrir sobre puntos de vista diametrales; y que no en vano, reflejan en alguna medida una fracción de la realidad. Lo que se reseña en el presente, sólo pretende dejar una gran reflexión. En alguna ocasión, por este mismo medio había publicado ya este artículo. Hoy, sigo firme ante lo dicho.
Con el anuncio sobre el segundo punto de la agenda de las conversaciones en la Habana, en medio de toda una zozobra, se puede intuir un avance en el proceso de paz. El revuelo tanto de los medios como de la opinión y los apáticos al proceso propenden a distorsionar puntos de vista en un debate complejo y trajinado. Contribuyendo a que cada vez más se encuentren diferencias sobre la manera como los colombianos ven el camino para llegar a la paz, y que la posición y opinión sobre los temas que afronta el país sean cada vez más divididas. Pero no es solo de ahora.
Con un gobierno que en ocho largos años prometía paz e introdujo una política de seguridad “democrática” -como medio para alcanzarla- hizo algunos avances. No obstante, retrocedió en Derechos Humanos, en lo social, en lo agrario, en salud -y para hablar de educación el panorama no es del todo confortable-. Además, so pretexto guerrerista como único medio de paz, tuvo gran desgaste presupuestal, elevadísimos niveles de corrupción, entre otros… y a pesar de la promesa, la paz no se alcanzó -aún sabiendo que era imposible con el medio pretendido-.
En este panorama hablar de un mandato históricamente importante, lo dejan sin juicios de razón para reafirmarlo. Un gobierno con falsos positivos, con chuzadas (es el caso del DAS), con un manejo indebido del presupuesto agrario (Agroingreso seguro), con el apoyo a un congreso (en su mayoría paramilitar), gran parte de los miembros de su gabinete en la cárcel o condenados por varios delitos, falsas desmovilizaciones y una ley de justicia y paz, hasta ahora confusa y no del todo exitosa, un gobierno así, no es que quede del todo bien históricamente hablando.
Sin mérito de darle a uno o al otro un aspecto positivo de la situación, el actual presidente fue un total aliado de lo que se vivió en el pasado gobierno. Aún así, en buen uso de su olfato para mover las fichas, como cual camaleón, se puso en un punto y posturas extremas con su mentor e impulsor el ex-presidente Álvaro Uribe, cambiando radicalmente la ruta de una política de gobierno de 8 años.
En ese orden de ideas, sin hacer estudios minuciosos, no es difícil saber qué piensa una persona de la ciudad que al acostumbrarse a esa tónica acoja como modelo necesario de paz y de bienestar un ideal de guerra, un pensamiento de armas. Por lo tanto, los dos últimos gobiernos han creado en la población una perspectiva de la realidad enigmática. En parte, puede atribuirse al constante contacto con los medios que en muchas ocasiones pareciera que se ponen a disposición del gobierno de turno.
Pero hay algo que no está lejos de la realidad, si traemos al presente, el pasado de los romanos. En gran medida ayuda a comprender dos aspectos: El primero ¿Cómo en Colombia es concebida la paz según el ámbito urbano o rural? Y el segundo ¿Por qué, como medio para conseguir la paz en Colombia, en las grandes ciudades se piense como única alternativa las armas y la guerra, mientras que en el área rural apoyen más un proceso de paz? No obstante, cabe advertir que el párrafo hace alusión a la época de formación y conquista de los primeros imperios y organización de las clases sociales romanas. De cómo una influencia de guerra concentrada en las ciudades contradecía los intereses del campo. Fue así, como en la época de los tres últimos reyes de la dinastía Tarquina -finales de la Monarquía y comienzos de la República, aproximadamente año 509 a. de C.- se definía un hecho que recayó más en las gentes de la ciudad y que libró una serie de batallas en una cultura romana dividida socialmente en dos sectores. El primero: constituido por Latinos y Sabinos (habitaban mayormente en el campo). El segundo: los Etruscos (habitaban principalmente la ciudad).
Según el libro “Historia de Roma” del escritor italiano Indro Montanelli “…es muy probable que esa política de conquista, destinada a tornarse aún más agresiva con los tres últimos reyes de la dinastía Tarquina, fuese de inspiración sobre todo etrusca. Y esto por un simple motivo: que, mientras latinos y sabinos eran agricultores, los etruscos eran industriales y comerciantes. Cada vez que estallaba una nueva guerra, los primeros tenían que abandonar sus tierras, dejándolas arruinar para enrolarse en la legión* y arriesgaban perderlas si el enemigo vencía. Los segundos, en cambio, llevaban siempre las de ganar: aumentaban los consumos, llovían los pedidos del gobierno y, en caso de victoria, conquistaban nuevos mercados. En todos los tiempos y en todas las naciones ha sido siempre así: los habitantes de las ciudades quieren las guerras contra la voluntad de los campesinos que, además, tienen que hacerlas. Cuanto más se industrializa un Estado, más ventaja saca la ciudad al campo y más aventurera y agresiva se torna su política.” (1994: p. 24). **
Pero ¿Por qué las personas de la urbe tienen una tendencia o ven con buenos ojos seguir en guerra, aún cuando ellos no saben, o mejor, ni siquiera comprenden ni viven la realidad de las personas en las zonas rurales del país?
Todos se quejan. Y al parecer, nadie se mete en las fauces de la realidad. Nadie reacciona ante la situación que padece la Nación. Con seguridad, hace un par de años, si uno se arriesgaba a preguntaba a alguien de una ciudad si creía que para llegar a la paz el camino más seguro sería a través de las armas o con un proceso de paz, normalmente, lo que contestaría ese ciudadano sería lo primero. Pero ¿Por qué darle más guerra a la guerra? ¿Por qué derramar más sangre donde ya la hay?
No es justo ver como un país permanece entre los indolentes y los indiferentes. Es difícil que la mayoría de colombianos le sea normal o les cueste creer que a un campesino lo despojen de sus pertenencias, de su tierra y luego lo torturen y lo maten; que mueran niños a causa de hambre; y que todos los días nos asedie una guerra, y si quiera, nadie se inmute de la dimensión de estos vejámenes. En Colombia no se está siendo consciente que con estas desigualdades orquestadas en gran medida por los mismos gobiernos, pueden estallar nuevos conflictos sociales. Claro está que ¿Qué se puede esperar de un país que ve su realidad con los ojos de los medios de comunicación y los grupos económicos que la manipulan? Ya nadie se sorprende…
Es increíble la capacidad de asombro que tenemos como sociedad. Probablemente es producto de la habitual situación que vivimos; puede ser porque, o son de ese sector que apoya alguna de las anteriores situaciones, o porque sólo le satisface pensar en sentido de beneficio personal y no del general; así mismo, la paz se mezcla y se entiende bajo esa irreal perspectiva de vida. O será más bien porque unos se conforman con la tranquilidad y comodidad de sus metrópolis, mientras que otros se acostumbran a la intranquilidad y zozobra de esa guerra de la vida rural.
Ahora, sigamos avanzando en esos mismos puntos de vista. En las ciudades, a menudo existe esa ciega tendencia a fijarse en la tranquilidad y comodidad que ofrece la vida urbana, pero nunca se piensa en cómo sería ponerse en los zapatos del otro: en cómo sería vivir en esa guerra de las zonas rurales de nuestro país ¡Pero claro! Cómo ver un “letrado” y moderno ciudadano de metrópoli en la situación de esos campesinos que padecen en carne propia esa guerra, si desde su cómoda forma de vivir y de proyectar el mundo, veían a duras penas lo que es ser víctima de un país en conflicto armado desde una pantalla de televisión. Nada más, imagínense como sería padeciéndola. Seamos francos. De no ser así nos estaríamos engañando y cayendo en el defecto de una falsa realidad.
Pero, veámoslo desde el punto de ese campesino que tiene que soportar, y que acostumbrado, pero acorralado a la vez por ese mal de la guerra, la necesidad lo obliga a estar en la suculenta “comodidad” de la ciudad. Seguramente ese campesino, si algo tenía y entendía como paz en un contexto de guerra, el empacar lo primero de ropa, dinero y comida que se encuentre en el momento para huir y proteger su vida y la de su familia eran el pan de cada día, ahora, esa situación será su nueva vida, su nuevo caos. Ellos no son de piedra, ellos también sufren. Ellos también sienten. No olvidemos que ellos también son personas. Ahora no se quejen por qué se ven indígenas y campesinos sentados en los puentes mendigando. No se quejen por qué estos problemas desplaza a tanto campesino.
Aunque, pueda que todos vivamos en el mismo conflicto armado, pero la persona de la ciudad se presenta como un indolente, como un egoísta. ¿Por qué? Pueda que la ausencia de padecer la situación en carne propia lo convierte precisamente en eso. Y por otro lado, a alguien de esa vereda, de ese pueblo, de esa zona rural se presenta como la única víctima a la espera de la primera oportunidad que lo aleje de ese sufrimiento. ¿Por qué? Porque en ese trago amargo, el concepto de paz, así la anhele y sea su mayor necesidad los otros no son compasivos con las necesidades ajenas. Pero ni los unos ni los otros pueden llegar a comprender lo que entienden por paz en un país que, podría decirse, casi nunca la ha tenido.
No hay punto medio, todos admiten una cosmovisión de paz a su manera; por el momento, nadie, o por lo menos casi nadie, debería habituarse a esa forma de vida, a esa forma utópica de calma individual: hay que conseguirla colectivamente.
No se puede pretender que todos estén obligados a tener los mismos intereses. Pero si todos estamos en guerra hay que tolerar por lo menos que alguien quiera la paz haciendo paz y no alimentando más la guerra. Hay que basarse en un principio republicano elemental: el respeto al otro, el respeto a las opiniones e ideas ajenas.
Colombianos, es el momento de decidir, de reflexionar, de estar dispuestos a perdonar o a pedir perdón. Existen cuestiones sobre qué es más importante para la vida y que deben interesar a todos sin importar de donde venga o donde viva. El punto medio debería centrar la paz ya sea contrarrestando un conflicto por medio de las armas o por medio de un proceso de paz. Pero, entre las dos posibilidades, por experiencia de los pasados ocho años, la de guerra, queda en tela de juicio. En últimas la paz nos trae menos daños y más beneficios. Debemos interiorizar, en lo más profundo de nuestras conciencias, que el aceptarnos como iguales aun siendo diferentes define en un interés general la unidad de una Nación medianamente vivible. Donde todos finalmente nos soportemos, sin tener que desgastar una sociedad y pensando en qué se le deja al futuro.
¿Queremos o soportaremos otros años más de conflicto armado? Al exponer analógicamente la paz vs la guerra, cabe advertir, que aquel que se encuentre en la egocéntrica e idílica manera de ver la paz, también debe ser capaz de desafiar el tortuoso camino que conduce a ese horizonte de completa calma. Sólo alguien así sabrá la ganancia que le espera. Sólo un verdadero colombiano comprendería que con su corazón y la voz de su conciencia tendrá la gran hazaña, el gran reto de lanzarse a ese vació, a ese intento de paz. Por eso ¡Colombia! ¿La paz o… más guerra?
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*Legión: Cuerpo de tropa romana compuesto de infantería y caballería, que varió mucho según los tiempos. En: http://lema.rae.es/drae/?val=legi%C3%B3n
**Montanelli, Indro. (1994). “Historia de Roma”. Madrid. Editorial Globus.