Hace dos semanas las noticias internacionales daban cuenta del castigo con pena de muerte de una pareja de adolescentes en Oriente Medio, solo por haber tenido relaciones sexuales sin haber contraído matrimonio. Si por eso fuera, la mayoría de jóvenes del mundo estarían condenados a desaparecer, incluidos los colombianos que ahora se echan su canita al aire en su cuarto, en su propia casa.
Hace 20 o 30 años era impensable que la visita de la novia o el novio de los hijos pasara más allá de la sala. Ahora llegan, se presentan (de beso, tuteo y todo), van siguiendo al cuarto y se acuestan en la cama sin problema. Pero esto depende definitivamente de la resiliencia que tengan los padres de hoy con los drásticos cambios que ha tenido el comportamiento de nuestros jóvenes en las últimas décadas, en una sociedad conservadora y —si se quiere— mojigata como la nuestra, porque las relaciones sexuales se dan, se quiera o no; el asunto es dónde.
El tema es una papa caliente. Según los sexólogos, es más común en el interior del país que en la costa Caribe. En Bogotá la familia está más tiempo separada, los padres trabajan lejos y el hogar está más desatendido, lo que hace que los muchachos busquen las relaciones sexuales en la casa. Lo que dificulta las cosas en la costa, y uno pensaría que en las ciudades intermedias y pequeñas, es que las distancias son más cortas, las mujeres no trabajan tanto como en Bogotá y no hay tanto trancón; hay más control. Las estadísticas de Profamilia muestran que en las dos regiones la mayoría de los muchachos inician así su vida sexual en sus cuartos, estén los padres de acuerdo o no.
Un día, en una visita de amigas, la dueña de casa dijo: “Ay, qué pena con mi hijo” (de 18 años); el resto preguntó por qué, y ella agregó: “es que está con la novia en el cuarto, yo abrí sin golpear, estaban en plena faena, él se dio cuenta de que los vi y se puso furioso”. Se imaginarán ustedes la cascada de opiniones, sobre todo extremas, y cada quien defendiéndolas a morir:
—¿Y tú se lo permites?
—No se les puede aceptar así estemos en el siglo XXI porque existe la palabra respeto.
—Prefiero saber dónde está que imaginármelo en sitios públicos que pueden ser peligrosos; le pueden pegar una infección con una sábana sucia, con un baño sucio.
—Que los dejen, siempre y cuando se pongan un condón.
—Eso ya se venía viendo en televisión. ¿Se acuerdan hace muchos años de De pies a cabeza?
—La respuesta sería no, pero la realidad es otra. ¿O acaso quién no lo hizo? jajajajaja.
—¡A nosotros qué nos importa eso!
—El hogar es sagrado.
—Sí lo dejo, pero cuando tengan su propia casa, jajaja.
—No tengo hijos pero no permitiría que hicieran lo que yo hice. Ahora entiendo que es una falta de respeto.
Cuando los padres se dan cuenta, ¿qué deben hacer?. El sexólogo José Manuel González, dice que deben tener en cuenta los valores y las normas que ellos tuvieron en su casa. Tienen que hablar con sus hijos y decirles: “Miren aquí se puede o no se puede hacer”. Que haya un diálogo permite tener reglas claras. ¿Pero qué posición asumir si el (la) hijo (a) les dice a sus padres que quiere y prefiere tener relaciones sexuales en su casa? González cree que en primer lugar los padres deben alegrarse porque está teniendo el valor, la apertura de tocar el tema. En segundo lugar, los padres deben preguntarle al hijo: ¿Qué crees que va a pasar si asumes una conducta como esa? El hijo tratará de vender la idea pero ese es el papel del padre, el de llamar a la reflexión sobre qué gana y qué pierde; qué consecuencias tiene; así toman mejores decisiones. Hay que hablar con los hijos sobre las relaciones sexuales entre novios, el uso del condón, la responsabilidad que implica un bebé, las enfermedades venéreas; estamos dejando que sus hormonas los lleven por los caminos más complicados porque los padres no dicenlo que piensan.
Digan sí o digan no, los padres no pueden estar todo el día cuidando que los hijos no metan a su pareja. Los jóvenes de hoy transitan por una fina línea que los pone entre el derecho a la sexualidad y el respeto por ellos mismos y por su propia intimidad. Unos dicen que se “perratea” el hogar y otros prefieren que estén en un entorno seguro. ¿Y su opinión, a qué le apuesta?.