Debo confesar que en un principio pensé que todo este bololó de esculcarle en la hoja de vida y sacarle los trapitos al sol a un destacado científico afrocolombiano que había vencido su miseria natal para entronizarse en el curubito de los altos estudios internacionales de la biogenética, no podía deberse más que a la envidia de algún amargado profesor universitario de nuestro país que sufría de ver cómo otro compatriota de la ciencia, quizá con menos méritos que él, entraba y salía como pedro por su casa por los predios y los proyectos de la Nasa.
Las referencias que los colombianos teníamos de la historia personal y del trabajo de Raúl Cuero Ph.D., estaban fundamentalmente glosadas en reseñas periodísticas admirativas y laudatorias todas publicadas en los periódicos del país e iluminadas con reflectores en entrevistas de televisión. Y a nadie se le hubiera ocurrido ponerse a hacerle un seguimiento riguroso a los créditos profesionales que este colombiano desplegaba como cartas de presentación en el país y en el mundo.
Hasta cuando estalla la denuncia que el artículo del científico Rodrigo Bernal publicado en El Espectador agita con tinte de escándalo académico. Y desde luego, como ocurre siempre en este país, las reacciones han sido casi todas polarizadas, tensas y descalificatorias, generando con todo ello un feo espectáculo de farándula antropofágica en el que desde luego no ha quedado bien parado el Dr. Cuero, porque sus respuestas han sido de alguna forma inseguras, dubitativas, poco convincentes, para contrarrestar las precisiones e imprecisiones de su investigador Bernal, quien se aplicó disciplinadamente a someter el registro oficial de su trabajo y su currículo a una suerte de descuartizamiento inmisericorde para ver todas sus referencias intestinas.
Bernal dice que se animó a investigar la trayectoria de Cuero porque, en una entrevista de María Isabel Rueda con el científico colombiano, escuchó hablar de Cuero como un potencial Premio Nobel. Y allí comenzó todo. Y hay entonces, en toda esta pesquisa, unos “hallazgos”, como dicen los de la Contraloría General, vicios de exageración, imprecisiones, verdades a media que no han sido debidamente desmentidas ni soportadas.
Pues ahora aparece, además, otro artículo titulado Raúl Cuero y la fábrica de parques, esta vez firmado por Javier Moreno, columnista de El Espectador, pero publicado en un portal de divulgación científica titulado Ciencia en Español, en el que se rastrea por varios países y ciudades de Colombia los contratos que una entidad que impulsa Cuero denominada International Park of Creativity (IPOC) ha estado firmando con entidades públicas y privadas para desarrollar parques de creatividad que estimulan y promueven la investigación científica con estudiantes de diversas entidades educativas, con resultados inexistentes o dudosos. Una entidad que, de acuerdo con los investigadores, no ofrece muchas posibilidades de información y acceso y de la que el Dr. Cuero no ha querido hablar.
Pero más allá de cualquier juicio, yo acojo la tesis del poeta y escritor Medardo Arias Satizabal, columnista del periódico El País de Cali, al achacarle a Cuero el error de haberse propuesto como figura en los medios de comunicación de este país, para que fuera manoseado como cualquier vedette, contrariando con ello el tradicional recato y distancia que de alguna manera reclama la comunidad científica para sus miembros. Demasiada papaya.
Y me atrevo a ir más allá. Es posible que el Dr. Cuero haya tenido que jugar este juego mediático para poder estar en el top of mind de los estamentos nacionales e internacionales porque los necesita para recabar los fondos que requieren sus proyectos.
O algo peor. Será posible que haya caído, ingenuamente, en las manos de algún politiquero colombiano, un avivato con contactos, que ha utilizado el prestigio y el ánimo educador del Dr. Cuero para montar una industria de proyectos educativos y científicos destinado a las alcaldías y gobernaciones, y para lo cual es absolutamente necesario que él esté mojando prensa permanentemente y presentándose con las credenciales y referencias de un científico con tales y cuales proyectos en la Nasa, dos autobiografías modélicas y tantas o más publicaciones, libros, artículos y patentes de inventos que son pero que no. Porque de alguna forma esa es la fuerza argumental que necesita la venta de sus proyectos del IPOC en estas entidades territoriales que ya sabemos cómo operan.
Solo algo así podría explicar entonces que alguien, que en verdad es un científico reconocido, con méritos que nadie discute en las especialidades de su campo, se haya puesto a exagerar las dimensiones y los números de sus logros. Si ello es cierto, claro.
¿Búsqueda del aplauso fácil y efectista, o juego estratégico para obtener ventajas de quienes en este país le comen cuento al visaje de los fuegos fatuos?
Es necesario rescatar el científico en Cuero.