Con las puertas cerradas

Con las puertas cerradas

Por: Adalberto Agudelo Duque
noviembre 02, 2013
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Con las puertas cerradas

Los eventos actuales, en los que jóvenes de diversa procedencia y condición se han visto involucrados, desnudan una verdad dolorosa y trágica: como nadie los oye, se hacen oír a golpes. Como nadie los ve, se hacen ver enfrentándose. Son los mismos pero se distinguen porque defienden un trapo, una camiseta. Su máximo ideal es una copa, la nueva estrella tejida en el escudo. Su mayor orgullo es su lugar en la tabla. Perder el cupo en la liga es igual a ser desahuciado por la novia, la esposa o la amante. Igual a ver morir de hambre a la mamá. Produce dolores de asfixia y muerte, desilusión y desesperanza. Semejante carga de emociones debió ser objeto de estudio por parte de políticos, académicos, humanistas, docentes. Una sociedad sorda, ciega, muda tenía que percibir “el fenómeno del fútbol” de maneras más eficientes y radicales. 23.153 jóvenes judicializados en nueve meses. Apuñalamientos cada semana después de los partidos en las fronteras invisibles que señalan “las autoridades”. Y los judicializan porque ponen en práctica cuanto les dijeron en las bancas escolares: hay que dar la vida por la bandera (el trapo). Es necesario defender “la patria” incluso con el sacrificio de la vida. Y la patria es la ciudad, el pueblo o la barriada donde medran en la desesperanza y el miedo. El equipo representa la lucha por hacerse oír, por ser visibles frente a una sociedad que los invisibiliza, desconoce y desprecia: no son nada, nadie. Solo son gente si tienen identidad con la camiseta, “son” con el otro que viste igual y es uno con su canto de victoria o derrota. Van a la aventura arriesgándolo todo porque no tienen nada qué perder sino la vida. Sin madre, padre, parentela. Sin empleo, sin esperanza, sin futuro ¿qué hacer con la rutina diaria del despertar cada mañana sin un plan cotidiano? Solo la esquina es salvadora. Solo el parque o la manga o los extramuros de las historias picantes es el hogar donde se reúnen a compartir las tristezas, el hambre y, sobre todo, la angustia de un fututo incierto, esquivo, sin sueños, sin redención. Llamarlos barras bravas o júliganes es un equívoco del tamaño de los estadios.

¿Qué esperaban el presidente, los ministros, los congresistas? ¿Las iglesias no entienden, no van más allá de las homilías? La ley del primer empleo del señor Santos envejeció a más de una generación que no consigue trabajo si su edad va más allá de ese tope. Y pequeñas cosas producen grandes cataclismos: el señor Santos propone que el director técnico de la Selección Colombia sea un extranjero, es decir, no cree en los colombianos que han dedicado su vida a estudiar el deporte: a crear ese material tangible y contable que es el jugador; a creer en él, a llevarlo de la mano, a convencerlo de que, por encima de todo, es una persona. A Pékerman le sonó la flauta y le tendió la mano al presidente quien, en el Paro Agrario, declaró que este país tiene un atraso de 44 años, no cuarenta o cincuenta, sino 44, en políticas que desarrollen el campo y favorezcan a los campesinos. ¿Dónde estaba? Nacido para presidente, mimado por las oligarquías y las aristocracias, ministro muchas veces ¿dónde estaba? ¿Dónde estuvo que no alcanzó a percibir ese atraso? Tales deslices oratorios podrían ser la clave para entender “el fenómeno del fútbol” que explotan los comerciantes: este país fue diseñado por la constitución o las constituciones. Todo indica que la del 91 no previó siquiera el florecimiento de los equipos con hinchadas frenéticas y fanáticas que se alimentan desde las mismas oficinas y que auspiciaron la formación de esas barras que ahora persiguen. Y por supuesto, no previó el florecimiento, por explosión demográfica, de una juventud anhelante, ansiosa y soñadora según los eslóganes dictados desde los ministerios. Este país de Nules y Garavitos; de Morenos y Kikos, tiene un origen, un diseño, es un modelo logrado: billones de pesos expoliados a La Dian; billones de pesos robados a la salud; billones de pesos “paraisados” por Interbolsa; billones de pesos...

Y en medio del desorden billones de hectáreas de tierra cultivable pasando de mano en mano hasta las manos de los poderosos. ¿Qué opción, cuál fe, qué proyecto podían tener los muchachos? Ni la novela de Jorge Franco, ni el ensayo de Parra Sandoval, ni el cine de Víctor Gaviria llevaron el mensaje a políticos, eclesiásticos, académicos. El proyecto de país fue una juventud sin futuro y, para lograrlo, nombraron ministros capaces de mentir y manipular programas que desviaran la atención del verdadero propósito: padres y maestros fueron despojados de todas las herramientas formadoras. No se puede esperar nada de un estado que cierra escuelas y colegios; que asfixia presupuestalmente a las universidades públicas y subsidia las privadas; que elimina plazas de docentes y de paso trabaja a deuda, cerca de cuarenta billones, con los maestros que quedan en la nómina, Y a todo esto, agregar la calidad académica: el más despistado de los padres de familia sabe que el “proceso de educación” es una estafa: los centros educativos son dirigidos por rectores, rojos o azules, sin ninguna formación en Pedagogía o Sociología ni tan siquiera en los principios fundamentales de La Carta Política. Quienes dirigen la educación desde los escritorios jamás dictaron una clase; nunca se untaron de niñez o juventud y saltaron del activismo político, cargaladrillismo, a las oficinas donde ejercen su poder con la tozudez de los sátrapas. El resultado está a la vista: millones de jóvenes que no culminaron bachillerato porque para qué: no hay empleo, no hay cupos en las universidades, no hay nada para mañana. Los “centros de educación superior” con sobrecupos en las aulas; la promiscuidad y la sobrepoblación en los patios escolares en donde es evidente que se desata el bulling, el desánimo, el desencanto. En esas condiciones, el fútbol es su redención. Su religión. Los estadios, catedrales. Sus lugares secretos de peregrinación, los templos donde ensayan los cantos gregorianos del domingo, o el miércoles, o el jueves, o el martes, o el viernes. No tienen otra familia que el parche. Varios parches forman una tribu y varias tribus una horda. Y la horda es “un grupo nómade que vive sobre un territorio fuera de toda normalidad civil”. Y en la horda, los muchachos sienten el llamado ancestral a la lucha, la acción, la defensa colectiva de necesidades y principios.

Lo que no previeron los comerciantes del fútbol, es que legitimaron el estadio como ese lugar de encuentro de la masa a donde se llevan la calle, los espacios urbanos y las conductas que dan rienda suelta a esa “...predisposición total al ver venir...”, “...un ámbito abierto para lo que sea...” En cualquier caso, un “eventrement”, “...sucesos que sacan a la luz las entrañas de lo urbano...” *. Y entonces ¿es la barra una trampa mortal tendida por El Estado para que ciertos estratos puedan aflorar instintos, frustraciones, desesperanzas, angustias? Y la respuesta de El Estado es categórica: judicializar. Cerrar fronteras. Jugar los partidos con las puertas cerradas. Y qué. Esos muchachos siempre han tenido las fronteras cerradas. Siempre han jugado a la vida con las puertas cerradas.

* Todas las citas vienen de “El animal público” de Manuel Delgado.

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