Durante la pasada campaña para su reelección, el Presidente les prometió a los habitantes del principal puerto de Colombia girarles recursos para la construcción del acueducto y alcantarillado, y no les cumplió.
Alguien dijo que Santos pasará a la historia como el Presidente que más quiso pasar a la historia. Ha combinado todas las formas de lucha de marketing político. ¿Qué diría la bolivariana María Antonia Santos su descendiente colateral? Entre otras cosas, no entiendo por qué Uribe no lo ha acusado de tener sangre guerrillera
Recientemente, fue a EE.UU. a reunirse con Trump. No se comportó como el Nobel de Paz, sino como un besamanos, carente de la majestuosidad y del simbolismo del máximo premio nórdico. Delante del presidente Trump más parecía un pigmeo que el Jefe de un Estado Soberano. Pisoteó y dejó que le pisotearan su hidalguía, su alcurnia, esa misma de la que tanto se jactan los Vargas Lleras.
Trump sí se comportó como un maleducado, corrigiéndolo en público todo el tiempo, pero a nadie le conviene juzgarlo como a un tipo grotesco y de mal gusto.
Santos se ha acostado con los pijamas de todos los colores políticos. Se acostó con el pijama de Uribe y amaneció siendo Presidente de Colombia. Y con el puñal desnudo dispuesto a empuñarlo en defensa propia contra el que sea.
Luego se hizo reelegir con el Proceso de Paz e hizo carambolas porque le dieron el Premio Nobel de la Paz para que no se fatigara en el tortuoso camino del susodicho proceso. Todo esto es un peligroso culto de la personalidad de Santos, quien es un jugador póker a carta cabal.
La clase dominante colombiana es ilustrada, pero no iluminada. Pueden tener los apellidos que hayan querido ponerse, pero no son divinidades. Por eso digo que Juan Manuel Santos no es santo de mi devoción.